En principio, incumbe aludir al significado del término «chapuza». Esta palabra, de vetusto empleo, se entiende bajo varias acepciones señaladas por la Real Academia de la Lengua Española. 1) Obra torpe o de mala calidad. 2) Trabajo esporádico e informal. 3) Trabajo tosco. Hecho con descuido o cubierto con un acabado deficiente. Todas, expresan mengua, infortunio o desgracia.
De «ineptitud» concierne a lo que envuelve la incapacidad. Denota carencia de capacidad para realizar, lograr o aprender alguna actividad. Suele referir indisposición para ejercer determinadas funciones propias de la administración pública o de gobierno, o en incompetencia en cargos gubernamentales.
De «indiferencia» mucho se ha dicho a pesar de cuestionarse sus consecuencias. Tan perjudicial es la indiferencia, apatía o displicencia, que resulta más dañina que la propia maldad. Sobre todo, porque el daño de la indiferencia termina provocando el egoísmo. Al respecto, el filósofo inglés, fundador de la filosofía política moderna, Thomas Hobbes, decía que «el egoísmo pone a los hombres en desacuerdo consigo mismo al crear un hambre que no puede satisfacer».
El ejercicio de la política conduce fácilmente a vivenciar esos tres estadios de problemas: chapuza, ineptitud e indiferencia, como causas que avivan conductas contradictorias. Muchas veces, incitadas mediante discursos políticos sectarios.
La conjugación entre esos estadios de problemas provoca conflictos, y que terminan imponiendo desesperanza, desconfianza, confinamiento y miedo.
El problema que agobia a Venezuela en sus manifestaciones de vida social, económica y política, deriva del reparto del poder entre actores políticos con gruesas atribuciones de dominio. Tan obesa desviación de funciones públicas, soportadas en su tergiversación conceptual y funcional, condujo el Estado venezolano a rebasar los límites de la coherencia política. Particularmente, al extraviarse de la condición republicana que pauta la Constitución Nacional para fraguar su sostenibilidad y consolidación. El “Estado democrático” viene debilitándose por razones de incongruencia entre sus elementos estructurales.
Esta reconfiguración del Estado venezolano es sumamente peligrosa porque pone de manifiesto el agotamiento del modelo económico que vino favoreciendo su subsistencia hasta antes de entrado el siglo XXI. Lo peor se observa cuando se advierten las crisis que dicho caos arrastra. Pues no son sólo crisis que comprometen el tipo de acumulación forzadamente seguido por la ineptitud de los actuales gobernantes en perjuicio del país. Son también, las crisis que acarrean el esquema de dominación vigente, propio del modelo represivo acusado.
Cualquier escenario en consecuencia del problema originado por la impúdica disputa del poder nacional entre agentes carcomidos por la seducción que motiva la indebida apropiación de recursos públicos, además mediado por la deshonestidad que envuelve un ejercicio político resabiado y viciado, es una puerta abierta a una vida que se ha desenvuelto mucho peor que la de tiempos precedentes. Habrá que inferir que la impudicia ha sido abismal para haber llegado a donde se ha arribado.
La sociedad venezolana podría volver al camino del debate, que estaría dándose entre el miedo a convertirse en objeto mayor de la inseguridad, y la violencia que traería un régimen absolutamente enmarañado en cuanto a sus funciones y responsabilidades. Así como el temor de vivir siendo objetivo de la carencia de alimentos y medicamentos que dicho escenario podría incitar.
Las realidades que hoy se disputan el «reconocimiento» de la situación arriba aludida, se hallan profundamente cuestionadas por causa del deterioro al que el país ha llegado. Esta situación hace dudar del papel del Estado venezolano. Ya perdió la orientación que en tiempo electoral es pronunciada y prometida. El abuso del poder, el ventajismo del oficialismo, tanto como el secretismo como criterio para reivindicar la maldad como instrumento de reunión (entre perversos), ha actuado como el cerrojo de la puerta que abre el paso hacia las ruindades cometidas del otro lado de tan putrefacto espacio.
Así que la combinación de los referidos problemas: chapuza-ineptitud-indiferencia, como criterio funcional que validó el ejercicio de la política en el contexto del fantasioso socialismo del siglo XXI, permitieron al régimen comprar el tiempo necesario para ahogar al país en el charco ocupado por carroñeros políticos de todo signo, color y composición. Es decir, operadores de una política dirigida a actuar revolcada con la triada que configuran la diabólica trinidad: chapuza-ineptitud-indiferencia.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Política y educación, una relación fundamentada
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En principio, incumbe aludir al significado del término «chapuza». Esta palabra, de vetusto empleo, se entiende bajo varias acepciones señaladas por la Real Academia de la Lengua Española. 1) Obra torpe o de mala calidad. 2) Trabajo esporádico e informal. 3) Trabajo tosco. Hecho con descuido o cubierto con un acabado deficiente. Todas, expresan mengua, infortunio o desgracia.
De «ineptitud» concierne a lo que envuelve la incapacidad. Denota carencia de capacidad para realizar, lograr o aprender alguna actividad. Suele referir indisposición para ejercer determinadas funciones propias de la administración pública o de gobierno, o en incompetencia en cargos gubernamentales.
De «indiferencia» mucho se ha dicho a pesar de cuestionarse sus consecuencias. Tan perjudicial es la indiferencia, apatía o displicencia, que resulta más dañina que la propia maldad. Sobre todo, porque el daño de la indiferencia termina provocando el egoísmo. Al respecto, el filósofo inglés, fundador de la filosofía política moderna, Thomas Hobbes, decía que «el egoísmo pone a los hombres en desacuerdo consigo mismo al crear un hambre que no puede satisfacer».
El ejercicio de la política conduce fácilmente a vivenciar esos tres estadios de problemas: chapuza, ineptitud e indiferencia, como causas que avivan conductas contradictorias. Muchas veces, incitadas mediante discursos políticos sectarios.
La conjugación entre esos estadios de problemas provoca conflictos, y que terminan imponiendo desesperanza, desconfianza, confinamiento y miedo.
El problema que agobia a Venezuela en sus manifestaciones de vida social, económica y política, deriva del reparto del poder entre actores políticos con gruesas atribuciones de dominio. Tan obesa desviación de funciones públicas, soportadas en su tergiversación conceptual y funcional, condujo el Estado venezolano a rebasar los límites de la coherencia política. Particularmente, al extraviarse de la condición republicana que pauta la Constitución Nacional para fraguar su sostenibilidad y consolidación. El “Estado democrático” viene debilitándose por razones de incongruencia entre sus elementos estructurales.
Esta reconfiguración del Estado venezolano es sumamente peligrosa porque pone de manifiesto el agotamiento del modelo económico que vino favoreciendo su subsistencia hasta antes de entrado el siglo XXI. Lo peor se observa cuando se advierten las crisis que dicho caos arrastra. Pues no son sólo crisis que comprometen el tipo de acumulación forzadamente seguido por la ineptitud de los actuales gobernantes en perjuicio del país. Son también, las crisis que acarrean el esquema de dominación vigente, propio del modelo represivo acusado.
Cualquier escenario en consecuencia del problema originado por la impúdica disputa del poder nacional entre agentes carcomidos por la seducción que motiva la indebida apropiación de recursos públicos, además mediado por la deshonestidad que envuelve un ejercicio político resabiado y viciado, es una puerta abierta a una vida que se ha desenvuelto mucho peor que la de tiempos precedentes. Habrá que inferir que la impudicia ha sido abismal para haber llegado a donde se ha arribado.
La sociedad venezolana podría volver al camino del debate, que estaría dándose entre el miedo a convertirse en objeto mayor de la inseguridad, y la violencia que traería un régimen absolutamente enmarañado en cuanto a sus funciones y responsabilidades. Así como el temor de vivir siendo objetivo de la carencia de alimentos y medicamentos que dicho escenario podría incitar.
Las realidades que hoy se disputan el «reconocimiento» de la situación arriba aludida, se hallan profundamente cuestionadas por causa del deterioro al que el país ha llegado. Esta situación hace dudar del papel del Estado venezolano. Ya perdió la orientación que en tiempo electoral es pronunciada y prometida. El abuso del poder, el ventajismo del oficialismo, tanto como el secretismo como criterio para reivindicar la maldad como instrumento de reunión (entre perversos), ha actuado como el cerrojo de la puerta que abre el paso hacia las ruindades cometidas del otro lado de tan putrefacto espacio.
Así que la combinación de los referidos problemas: chapuza-ineptitud-indiferencia, como criterio funcional que validó el ejercicio de la política en el contexto del fantasioso socialismo del siglo XXI, permitieron al régimen comprar el tiempo necesario para ahogar al país en el charco ocupado por carroñeros políticos de todo signo, color y composición. Es decir, operadores de una política dirigida a actuar revolcada con la triada que configuran la diabólica trinidad: chapuza-ineptitud-indiferencia.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Política y educación, una relación fundamentada