Los grandes acuerdos —sean políticos, económicos, sociales, familiares, laborales, etc.— no se logran por el mero voluntarismo, ni mucho menos son amores a primera vista. Al contrario, su materialización depende de un esfuerzo sostenido entre personas que tienen diferentes visiones del mundo y que, sin duda, evitarían que sus hijos (as) se conocieran para reducir las probabilidades de un matrimonio.
Escribo esto justamente cuando las partes representantes del conflicto político venezolano reanudan las conversaciones para realzar el valor de la política (ese valor no es otro que la posibilidad de convivir pacíficamente pese a nuestras diferencias). Por cierto, esto ha sido posible gracias a los encargos de autoridades internacionales, quienes han empujado a los dirigentes de la oposición y del madurismo a establecer, como única vía de solución de la crisis política, el mecanismo de la negociación. En otras palabras, un empujoncito para que la política recupere su lugar.
Se espera que este nuevo intento de mirarse a la cara y pedir alguna cosa que solo tiene el otro, y viceversa, traerá nuevas noticias que aliviarán varias dificultades que enfrentan los venezolanos (se habla de la habilitación de un fondo con US$ 3.000 millones para mejorar los servicios públicos y combatir la crisis humanitaria). Y este aspecto no debe minimizarse al momento de impulsar y, posteriormente, evaluar estas negociaciones. Es decir, los venezolanos deben estar en el centro de cada encuentro entre el gobierno y la oposición, para que el ego o el interés personal no tenga espacio.
Con respecto a la utilidad o provecho de las negociaciones, solo decir que la historia de la humanidad se resume muy bien cuando profundizamos en el sentido de la cooperación humana. Cada vez que los actores políticos se reúnen en Ciudad de México, París, Oslo, Santo Domingo o Caracas, se abre una nueva oportunidad para mostrar lo mejor del ser humano: su capacidad de cooperación.
Ahora bien ¿cuántas veces cooperar?, ¿cuántas veces volver a la mesa a conversar? Estimo que las que sean necesarias para recuperar los principios democráticos que nos permitan convivir, aunque pensemos distinto. O tal vez esto se entienda mejor (aprovechando que casi el 90% de la población venezolana profesa el cristianismo) con la respuesta que dio Jesucristo cuando le preguntaron: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?» Y Jesús les dijo: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete».
Las negociaciones venideras tendrán el objetivo esencial de ponernos de acuerdo sobre cómo dibujamos un proyecto país viable. En caso contrario, nuestra tragedia seguirá cavando hondo y solo existirá país para algunos pocos —o para nadie—, y todo ello por el fracaso de la política.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Confianza de cada día
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Los grandes acuerdos —sean políticos, económicos, sociales, familiares, laborales, etc.— no se logran por el mero voluntarismo, ni mucho menos son amores a primera vista. Al contrario, su materialización depende de un esfuerzo sostenido entre personas que tienen diferentes visiones del mundo y que, sin duda, evitarían que sus hijos (as) se conocieran para reducir las probabilidades de un matrimonio.
Escribo esto justamente cuando las partes representantes del conflicto político venezolano reanudan las conversaciones para realzar el valor de la política (ese valor no es otro que la posibilidad de convivir pacíficamente pese a nuestras diferencias). Por cierto, esto ha sido posible gracias a los encargos de autoridades internacionales, quienes han empujado a los dirigentes de la oposición y del madurismo a establecer, como única vía de solución de la crisis política, el mecanismo de la negociación. En otras palabras, un empujoncito para que la política recupere su lugar.
Se espera que este nuevo intento de mirarse a la cara y pedir alguna cosa que solo tiene el otro, y viceversa, traerá nuevas noticias que aliviarán varias dificultades que enfrentan los venezolanos (se habla de la habilitación de un fondo con US$ 3.000 millones para mejorar los servicios públicos y combatir la crisis humanitaria). Y este aspecto no debe minimizarse al momento de impulsar y, posteriormente, evaluar estas negociaciones. Es decir, los venezolanos deben estar en el centro de cada encuentro entre el gobierno y la oposición, para que el ego o el interés personal no tenga espacio.
Con respecto a la utilidad o provecho de las negociaciones, solo decir que la historia de la humanidad se resume muy bien cuando profundizamos en el sentido de la cooperación humana. Cada vez que los actores políticos se reúnen en Ciudad de México, París, Oslo, Santo Domingo o Caracas, se abre una nueva oportunidad para mostrar lo mejor del ser humano: su capacidad de cooperación.
Ahora bien ¿cuántas veces cooperar?, ¿cuántas veces volver a la mesa a conversar? Estimo que las que sean necesarias para recuperar los principios democráticos que nos permitan convivir, aunque pensemos distinto. O tal vez esto se entienda mejor (aprovechando que casi el 90% de la población venezolana profesa el cristianismo) con la respuesta que dio Jesucristo cuando le preguntaron: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?» Y Jesús les dijo: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete».
Las negociaciones venideras tendrán el objetivo esencial de ponernos de acuerdo sobre cómo dibujamos un proyecto país viable. En caso contrario, nuestra tragedia seguirá cavando hondo y solo existirá país para algunos pocos —o para nadie—, y todo ello por el fracaso de la política.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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