Un 27 de febrero, en Venezuela

Este artículo sobre una gran explosión social ocurrida el 27 de febrero de 1989 en Venezuela, está escrito como recordatorio a quienes vivimos en el país aquellos aciagos días, para las generaciones que nacieron o crecieron después y para quienes empiezan a saber de Venezuela a través de los millones de sus residentes dispersados por el mundo.

1989

Era un lunes, comienzo de una semana laboral, parecía una más a pesar del clima de tensión que el país venía atravesando por problemas económicos e incertidumbre. De hecho, desde muy tempranas horas, casi que de madrugada, como es usual, cada quien comenzó su rutina: trabajadores a trabajar, estudiantes a su lugar de estudio, desempleados a dar vueltas por las calles con la esperanza de un golpe de suerte. La televisión y la radio con su programación habitual.

El 27 de febrero de 1989 quienes tenían que ir en transporte público a su lugar de trabajo se encontraron con una ingrata sorpresa: el reciente aumento del precio de la gasolina ya se reflejaba en el costo del pasaje y se enfurecieron. En un país petrolero donde la gasolina, durante décadas, había tenido precios insignificantes e invariables, eso era inaudito.  

A media mañana de aquel aciago 27 de febrero, la radio y la televisión empezaron a informar sobre las protestas que se estaban produciendo en poblaciones cercanas a Caracas, donde vive gran parte de los trabajadores que prestan servicios en la ciudad. Las imágenes eran de gente exaltada que la policía trataba de contener con bombas lacrimógenas. La noticia se esparció como gasolina y en pocas horas otros lugares del país estaban encendidos, particularmente, Caracas. 

La gasolina es inflamable

Una estrofa del Himno Nacional de Venezuela dice: “seguid el ejemplo que Caracas dio”, un llamado a las provincias para que se unieran al movimiento independentista, ocurrido siglo y medio atrás. En 1989, fue al revés, el fuego social comenzó en la provincia y se expandió a Caracas donde duró varios días con sus noches.

Los dirigentes políticos parece que ignoraban la bomba social que estaba cerca. Sectores de la población se venían cargando de rabia por la escalada de precios desatada en las últimas semanas como resultado del llamado “paquetazo”, un conjunto de medidas que el nuevo gobierno había decidido aplicar para supuestamente corregir la crisis económica pero que la estaba agudizando. El remedio peor que la enfermedad.

El boom de la riqueza petrolera que vivió Venezuela desde la mitad del siglo XX comenzó a declinar a mediados de los años 80, produciéndose una crisis económica que estaba impactando a la mayoría de la población, acostumbrada a vivir con cierto confort, inclusive los sectores pobres.

En Caracas, la población más pobre vive en los cerros de la ciudad en viviendas precarias (como las chabolas o favelas pero que en Venezuela se les dice ranchos). Un conjunto de ranchos constituyen un barrio. Los  pobres viven en barrios, arriba en los cerros y la clase media y la más adinerada, vive en urbanizaciones, en el casco de la ciudad o en los alrededores.

Venir o bajar a su trabajo en la ciudad es más caro para los pobres que para el resto de la población, un aumento de pasajes les afecta más.

Pero las protestas que se iniciaron el 27 de febrero de 1989 no sólo fueron por el aumento de la gasolina. El costo de la vida golpeaba cada día más y en Venezuela, se empezó a vivir algo inédito: la escasez de alimentos y otros productos. La inflación y la especulación cabalgaban juntas, la gente comenzó a desesperarse.

El gobierno del «paquetazo»

En Diciembre de 1988, hubo elecciones presidenciales en Venezuela, ganó el candidato socialdemócrata. A principios de febrero del 89 asumió el nuevo gobierno y tres semanas después se produjo la explosión social.

El presidente recién electo ya era ducho en lides gubernamentales y contrastes sociales, había sido ministro del Interior en tiempos de guerrillas rurales y urbanas y presidido al país en la época del boom petrolero. Ahora le tocaba enfrentar una crisis económica cada vez más profunda y formó un gabinete de  supuestos magos en economía.

El  nuevo presidente de Venezuela comenzó mal: para su toma de posesión organizó un festín oficial con decenas de invitados internacionales y una suntuosidad que contrastaba con la austeridad, casi miseria, en la que vivía y se le exigía a la mayoría de la gente en el país. La transmisión de aquellos actos por televisión resultaba incomprensible, casi obscena.

Los magos de la economía de aquel entonces decidieron aplicar un modelo neoliberal que significaba que los más pobres tenían que soportar un poco más los ajustes económicos, mientras los más ricos se arreglaban. Algo así como lo que se propone en algunos países latinoamericanos décadas después.

El día que bajaron los cerros

La desesperación de la gente ante las primeras medidas de los magos de la economía enfureció a los pobres y tenía estupefacta, paralizada, a la clase media. Y aquel lunes 27 de febrero los pobres bajaron de los cerros. Se produjeron reyertas en las calles y avenidas, quemaron cauchos,  autobuses, saquearon comercios de todo tipo, así lo mostraban en la televisión. La rabia se contagió. Caracas y otras ciudades estallaron.

Aquel 27 de febrero, la policía no fue suficiente para controlar la furia de la gente en las calles. No paraban los saqueos. La gente salía con ropa, televisores, enlatados, pedazos de carne de las tiendas rotas. El gobierno movilizó al Ejército, la represión se hizo más brutal.  

La noche del 27 de febrero al casco urbano de Caracas llegó una tensa quietud, no así en los cerros que estaban encendidos. Sirenas de patrullas y ambulancias pululaban por doquier. Las ráfagas de ametralladoras no permitían conciliar el sueño, el miedo tampoco.

Los días que siguieron al 27 de febrero fueron iguales o peores. La gente seguía enfurecida, la policía y el Ejército también. A los días, los alimentos comenzaron a escasear, no como en Gaza, pero supimos de eso. No se podía salir a la calle sino a determinadas horas. Decretaron toque de queda, quien salga es detenido o muerto. Aun así alguna gente salía a protestar, otra a buscar alimentos o medicinas. Por las noches costaba dormir, el traqueteo de las metralletas, cerca, lejos, no lo permitía.

De los saqueos a los depósitos de los supermercados la gente salía con leche, azúcar, pañales y otros productos que supuestamente no había. Quedamos estupefactos. Daba más rabia.

Para no olvidar

El 27 de febrero de 1989 no fue un día, fueron varios. En Caracas hubo tantos muertos, la inmensa mayoría gente pobre, que la morgue colapsó, les enterraron en fosas comunes. “La peste” se llama el sector del cementerio caraqueño donde están.   

El 27 de febrero de 1989 no fue un día, fueron varios. No deberíamos olvidarlo, no en Venezuela, tampoco en Latinoamérica.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Goles y sexo





</div>