La psicóloga Aura Sofía Díaz, experta en Desarrollo Humano, sostiene que la educación formal pasó a un segundo plano con la cuarentena por el coronavirus. Cree que no es el momento de convertir la casa en una escuela, sino en un espacio para formar humanos más compasivos y prácticos. Aunque ahora se les ha asignado a los padres la responsabilidad de conducir a sus hijos en su educación formal, no debe dejar de lado su verdadero su rol: formar para la vida

“No quiero, ¡tú no eres mi maestra!", se escuchó fuerte y contundente, desde un cuerpo que apenas alcanza los 98 centímetros de altura. Son las 7:30 de la noche del 31 de marzo y comienza la segunda jornada laboral de Vanessa Leonett; la más complicada por ahora: guiar a Ignacio en su tarea semanal. Es un nuevo rol para el que no está preparada; ella solo sabe de noticias.

Es que los padres y madres, como ella son los encargados de la crianza de sus hijos, de sus cuidados y de cubrir sus necesidades. “Los padres no se preparan para ser maestros o educadores; (porque) son los formadores del carácter, de la moral, del comportamiento cívico, del diálogo y de la convivencia. También forman los modales, los valores, las creencias, la cultura y, sobre todo del amor hacia la familia", resalta la profesora de la Universidad del Zulia (LUZ), Beatriz Manrique, en un texto facilitado a El Pitazo en el que, además, destaca que en la actualidad los representantes asumen, sin herramientas, la formación pedagógica bajo la lupa crítica de sus hijos.

Asumir un rol para el que no están preparados, además, los aleja del que deben cumplir aún en la distancia y que les permite sostener el hogar; es algo que se ejecuta, como dice la psicóloga Aura Sofía Díaz, experta en Desarrollo Humano, en proporciones desiguales porque no en todas las casas venezolanas hay una persona académicamente capacitada para impartir clases y siempre el más favorecido será aquel que cuente con más herramientas para aprender. Díaz es fiel creyente de que el padre no puede convertirse en el educador, sino en el acompañante de un proceso.

Si los padres no están capacitados, la experta propone que los tíos o los abuelos intervengan en el proceso, pues la idea es que el niño o el adolescente no recorra solo el camino de la enseñanza durante la cuarentena y que sepa que hay una persona que lo guía.

Un poco de juego

El ambiente en la casa de Vanessa, ese martes, no ayuda mucho. Es ruidoso, por el programa de la televisión y por los oficios en la cocina. Unir los puntos en una hoja de papel nunca pareció tan difícil como en ese momento cuando Ignacio insistía en no hacerlo, mientras le arrebataba el lápiz a su mamá.

―»¿Qué dice aquí, aquí y aquí?, ¿ah?", pregunta ahora Ignacio con voz autoritaria, como si él fuera el docente.

Le es difícil comprender que su rutina cambió por un virus que, hasta el 12 de mayo, registró 423 venezolanos contagiados y 10 fallecidos. A sus 4 años de edad solo sabe que por culpa de ese virus su escuela está cerrada, no tiene contacto ni con sus amiguitos ni con su maestra Alejandra y, por si fuera poco, obligan a su mamá a enseñarle las tareas.


No es momento de juzgar sino de afianzar valores, de conocerse realmente

Aura Sofía Díaz, sicóloga

-“Míra, muchacho, dame acá ese lápiz que aquí la maestra soy yo", dice Vanessa después de reírse a carcajadas. Toma un respiro y asume el control de la situación, quiere que su hijo le tenga respeto; le explica que por el momento estudiará en casa, pero el niño no le hace caso y se cree Hulk; la invita a su mundo de fantasía…

-“Brinca mamá, brinca", insiste con una sonrisa en el rostro mientras simula que se pasea por una gran ciudad. Su lógica le dice que en la casa se juega con mamá, no se estudia. Es que así lo hace desde que se inició en el preescolar en 2019.

-“No es el momento de jugar, hijo. Hay que estudiar", repite Vanessa. Su autoridad hizo que Hulk se transformara no en un científico, sino en el estudiante del primer grupo de preescolar o primer nivel, como antes se conocía en Venezuela, en el que los alumnos aprenden a socializar, compartir y desarrollan su motricidad fina y gruesa, como explica la psicopedagoga Yusela Osuna en un reportaje de El Pitazo.

Ignacio agarra el lápiz con su mano derecha y une los puntos. Les llevó una hora hacer la actividad porque, además, las distracciones estaban al acecho. “¿Por qué mi maestra no está? ¿Cuándo voy a ir a la escuela? ¿Cuándo la terminan de limpiar?", pregunta con insistencia.

Así pasó las primeras semanas de la cuarentena. A Ignacio Alejandro Rodríguez Leonett le costó comprender la nueva dinámica y a Vanessa adaptarse a los requerimientos de los cinco docentes de su hijo. “Menos mal que está en preescolar y puedo ayudarlo porque todo es fácil, pero al principio me costó… Es que yo no me formé para eso, no tengo la pedagogía", argumenta al otro lado del teléfono.

Una reacción válida

La especialista afirma que la negación y el comportamiento de Ignacio son tan válidos en él como en los siete millones de escolares que, según el Instituto Nacional de Estadística, hay en Venezuela. La psicóloga Aura Sofía Díaz explica que es normal que suceda, porque hay un cambio en la rutina, es algo perfectamente comparable con lo que le pasa a mamá y a papá: ninguno hace su vida de antes.

“No es momento de juzgar sino de afianzar valores, de conocerse realmente", indica. Díaz resalta que el confinamiento saca el lado más vulnerable de la persona y que de cada sentimiento se debe aprender. El aislamiento social permitirá al niño identificar, guiado por su familia, por qué y cuándo aparecen la rabia, la tristeza, el dolor, la alegría o la felicidad; tendrá herramientas para controlar sus emociones.

“Es el momento de volverlos prácticos para la vida. El estudio como tal se volvió algo secundario y si hay un niño que tiene que repetir un grado, pues lo hará", refiere la experta, quien considera que es hora de que en el hogar se enseñe la comunicación familiar, la inclusión social y la inteligencia emocional para formar humanos más compasivos.


El que tiene que cambiar de rol es el maestro

Aura Sofía Díaz, psicóloga

Aunque el ritmo de Vanessa no varía mucho, por el hecho de que trabaja desde casa, sí hubo un choque: su hijo cumplía todas las asignaciones en la escuela, pero en casa solo memorizaba aquello que le tocaba exponer. “Esas primeras semanas sí fueron bastante difíciles porque él no se acostumbraba a que yo le diera las actividades, pero ya con el paso de las semanas se ha ido adaptando y llevamos un mejor ritmo", explica esta joven madre, quien adaptó la hora académica a su forma de trabajo.

Es lo que aconseja Díaz, los padres no pueden dejar de ser padres, porque enseñar no es algo que se logra en una hora. “La casa no puede convertirse en una escuela, en algo de amargura, hay que tomar en cuenta el estado de ánimo. No es igual en la escuela, porque el niño está feliz con sus amigos y los maestros. Por eso no rinden igual. Es el momento en que los muchachos hagan lo que pueden hacer", expone desde los Estados Unidos en un contacto telefónico con El Pitazo, el 28 de abril.

Y eso lleva, a su juicio, a que sean los educadores quienes revalúen la enseñanza: “El que tiene que cambiar de rol es el maestro, no el papá o la mamá, porque los docentes están siguiendo el currículo y no lo hacen para que el niño aprenda. Hay mucha información que no está a la mano y quien se aplaza es el niño", argumenta Díaz, quien considera que la educación actual debe ajustarse a la realidad venezolana, esa que incluye la falla en los servicios públicos básicos y la ausencia de tecnología en los hogares menos favorecidos.

La pedagogía

Aunque no tiene un título universitario, 20 años en un salón de clases le dieron a Mary Nava la pedagogía que le falta a Vanessa. Pero confiesa que gozar de experiencia no le facilitó el trabajo con Carlos, su nieto. Es cierto que lo educa con más amor por el lazo que los une, pero ese parentesco hizo que el estudiante de segundo grado no la tomara en serio al principio.
Y vino la mano dura, esa que Carlos Ibrahim Añez Colmenares no conocía de la abuela. En principio fue difícil, cuenta, porque la maestra quiso recuperar en poco tiempo ese mes sin dar clases; es que en los primeros 30 días de la cuarentena nacional, el niño no tuvo asignaciones escolares así que su educación fue arbitraria, esa que nace de la preocupación de unos padres interesados en que su primogénito avance.

Mary no culpa a la educadora, se pone en sus zapatos. Cree que el sueldo mínimo ―de 400.000 bolívares desde el 1° de mayo de 2020― que devenga un docente venezolano no es suficiente y, por el contrario, no los anima a desarrollar un contenido atractivo y didáctico que se ajuste a los requerimientos de enseñar a distancia con pocas herramientas disponibles.
Carlos y su abuela usan la mesa del comedor y los espacios del cuarto para estudiar; ella emplea una pizarra para enseñarle matemáticas y otras lecciones, pero esa facilidad y paciencia no la tienen todos. La profesora de La Universidad del Zulia, Beatriz Manrique, recomienda a los representantes tomar cinco minutos al día para respirar profunda y conscientemente, pues así oxigenan el cerebro, sanan las emociones y relajan el cuerpo.


¿Por qué mi maestra no está? ¿Cuándo voy a ir a la escuela? ¿Cuándo la terminan de limpiar?

Ignacio Alejandro Rodríguez

“Lo primero que debe recordar es tener confianza en usted y en sus hijos. Ambos son capaces de aprender juntos… Si es necesario, pregunte. Pida y demande ayuda. No olvide que los docentes de sus hijos están allí para echarle una manito en estos momentos de protección", escribe Manrique en un texto facilitado a El Pitazo.

En todo acompañamiento académico, señala, es importante reconocer cuando no se sabe algo. Este es un ejercicio que Manrique considera importante practicar y que animará al niño o adolescente a compartir su conocimiento con su tutor designado, un bono que afianzará los lazos familiares.

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