Realidad o leyenda, Napoleón Bonaparte pudo haber sido un precursor del camuflaje: se dice que vestía una camisa roja durante las batallas, supuestamente para que, si era herido, la sangre no se notara y sus tropas no se desmoralizaran. El término camuflaje proviene del francés “camoufler”, que significa disimular u ocultar.
Pero el camuflaje que hoy conocemos se inició durante la Primera Guerra Mundial, que comenzó en julio de 1914, cuando el Imperio Austrohúngaro declaró la guerra a Serbia tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, y terminó en noviembre de 1918, con la firma de un armisticio.
El entonces Imperio Alemán y sus aliados lucharon contra la llamada Triple Entente, compuesta por Francia, los
Imperios Británico y Ruso y otros países. Durante esa guerra, los ejércitos comenzaron a desarrollar técnicas más sofisticadas para ocultar del enemigo tropas, vehículos y posiciones estratégicas. Antes, los oficiales vestían uniformes vistosos según su rango, con el objeto de que los soldados, especialmente los recién reclutados, pudieran identificarlos y seguirlos en la acción bélica, además de que los colores vivos ayudaban a identificar regimientos en medio del caos del
combate.
Los ejércitos europeos valoraban, antes que las vidas de sus soldados, la pompa y el estilo como parte del prestigio militar, y el concepto moderno de ocultarse del enemigo aún no se había desarrollado: la guerra era más frontal y ceremoniosa.
Los estrategas, y los que con el paso del tiempo fueron adquiriendo experticia en eso de los camuflajes, fueron desarrollando uniformes con patrones de colores y materiales que se mezclan con el entorno (bosques, desiertos, nieve, etc.) hasta el patrón “Multicam” (abreviación de “multiple camouflage”) que se adapta a múltiples entornos, al igual que lo que se llamó camuflaje auditivo; es decir, la reducción del ruido para evitar ser detectado por el sonido; el camuflaje térmico, que es el ocultamiento de firmas de calor para evitar ser detectado por sensores infrarrojos, hasta el más reciente camuflaje digital, que se refiere a técnicas para ocultar señales electrónicas o datos.
Tal vez la camisa roja de Bonaparte haya dado origen a la leyenda según la cual sus soldados vestían pantalones rojos para que sus compañeros no detectaran las manchas de sangre al ser heridos, y no decayera su moral durante el combate. Al menos, no está comprobado que sea cierto, pero, leyenda o realidad, dio pie a que alguien, poco respetuoso con los que han caído en las tantas guerras que han atormentado a los habitantes de este convulsionado planeta, y lo siguen haciendo, haya discurrido el chiste de mal gusto según el cual, los soldados poco valientes, o mal entrenados, que sean obligados a enfrentarse, con precario y anticuado armamento, a ejércitos bien entrenados y provistos de armas sofisticadas, deben vestir pantalones marrones, para “camuflar” sus incontinencias a la hora de las escaramuzas; eso lo experimentó ya una vez un asaltante de una televisora.
Estos enfrentamientos desiguales no son cosa de ahora ni de algún escenario en particular: vienen ocurriendo desde siempre, y abundan los ejemplos como la agresión rusa contra Ucrania, que ya va para largo. Por supuesto, la dieta diaria de la milicia influirá en las tonalidades de marrones con que se teñirán las telas. Los más encumbrados, que disfrutan de sofisticados y variados manjares, vestirán uniformes “Unicam” para cuando los vayan a buscar en los bunkers donde se esconden…