En la segunda mitad del siglo XVI, España era la potencia dominante en Europa y sus territorios se extendían por América, Asia, y partes de Europa. Felipe II, monarca español, gobernaba un imperio en el que “no se ponía el sol”. Sin embargo, este dominio no estaba exento de desafíos: Inglaterra, bajo el reinado de Isabel I, había comenzado a expandir su poder naval y a desafiar la supremacía española, pues España aspiraba a derrocarla y restaurar el catolicismo en Inglaterra; ésta apoyaba a los rebeldes protestantes en los Países Bajos, entonces bajo dominio español; y los corsarios ingleses atacaban regularmente los barcos españoles que regresaban cargados de riquezas del Nuevo Mundo.
De manera que Felipe II ordenó la construcción y preparación de una gran flota que, bajo el mando del duque de Medina Sidonia, debía cruzar el Canal de la Mancha, unirse con las fuerzas del ejército de Alejandro Farnesio n Flandes y, finalmente, invadir Inglaterra. La flota, apodada “Invencible” por su tamaño y fuerza, constaba de unos 130 barcos, unos 2400 cañones, con más de 8000 marineros y unos 19000 soldados.
La Armada zarpó de Lisboa en mayo de 1588 con grandes expectativas, pero, entre otras deficiencias, muchos barcos eran de transporte y no estaban diseñados para el combate naval. Desde el inicio, el viaje estuvo plagado de contratiempos: tormentas, averías y enfermedades entre la tripulación. La lentitud del avance permitió que los ingleses se prepararan para el ataque.
Cuando la Armada llegó al Canal, las fuerzas navales inglesas aprovecharon su mayor maniobrabilidad y artillería ligera para hostigar a los pesados galeones españoles. Los ingleses evitaron el combate cerrado y emplearon tácticas de ataque a distancia, desgastando gradualmente a la flota invasora. Una noche lanzaron barcos incendiarios contra la Armada, obligando a los españoles a dispersarse y romper la formación. Sin la posibilidad de unirse con el ejército en Flandes y acosados por el enemigo, la retirada de la “Armada Invencible” se volvió inevitable. Imposibilitada de regresar por el Canal, decidió rodear las Islas Británicas por el norte, bordeando Escocia e Irlanda. En este periplo, la naturaleza se volvió la peor enemiga de los españoles: violentas tormentas dispersaron la flota, muchos barcos naufragaron y miles de personas murieron ahogadas o en las costas inhóspitas de Irlanda.
De los 130 barcos que partieron, menos de la mitad regresaron a España. Las pérdidas humanas y materiales fueron devastadoras: se estima que murieron entre 15.000 y 20.000 personas a causa de los combates, naufragios, enfermedades y hambre.
Leí que alguien comparó a la Armada Invencible, una de las epopeyas marítimas más célebres y trágicas de la Europa del siglo XVI, con la ínfima parte de su flota armada que Estados Unidos ha colocado frente a las costas venezolanas, y tienen como objetivo, según aducen, impedir el narcotráfico en el Mar Caribe, dominado por los denominados “carteles” que significan un grave peligro, según alegan, para su seguridad.
Tal vez por mi ignorancia en asuntos bélicos, no encuentro semejanza alguna en la comparación, pues hoy las condiciones son distintas: como que los objetivos no son los mismos, los buques ya no dependen del viento para navegar, pues muchos usan energía nuclear, y ya no lanzan bolas de acero con cañones sino cohetes teledirigidos y drones.
Ya ha declarado Vladimir Padrino López: “Vamos a luchar si se atreven a poner un pie en Venezuela.” ¿Necesitan hacerlo?