Carlos Moreán, músico y amigo inolvidable

La primera vez que supe de él estaba en sexto grado y me había vuelto una gran admiradora de “Los Darts”

A veces, ciertas personas dejan una huella tan profunda que prescinden de toda presentación. Carlos Moreán fue una de ellas. Un músico excepcional, un talento sin par, cuya obra resonó en el corazón de múltiples generaciones de venezolanos. Nació en México el 28 de julio de 1947, pero sus padres lo presentaran en el consulado venezolano a los pocos días de nacer, haciendo de Venezuela su patria y su musa.

La primera vez que supe de él estaba en sexto grado y me había vuelto una gran admiradora de “Los Darts”. De hecho, el primer disco larga duración “LP” que compré en mi vida, fue en primer año de bachillerato, el Vol. II de su grupo, que todavía tengo, con canciones como “Ahora es tarde”, “Si estás triste”, de Goldsboro/Moreán y “Aquí, allá y donde sea”, “Te llamo a ti” y “Dime por qué” de Lenon/McCartney/Moreán. Ahora nos reímos, pero en aquel momento, fue lógico que, si Carlos las había traducido, había hecho su versión, apareciera como coautor. Conste que esas canciones en este país, se convirtieron en unos hits. El solista era Víctor Gámez, pero Carlos Moreán tenía algo especial. La única que cantaba él como solista era “Si estás triste”. Los Darts pasaron y Carlos Moreán se mantuvo.

Su admiración por el maestro Aldemaro Romero era profunda. Contaba que, habiendo entablado una gran amistad con su hija Elaiza Romero, la visitaba con la esperanza de encontrarse con su ídolo. Y lo logró. Enamorado de la Onda Nueva, terminó trabajando codo a codo con Aldemaro en sus prestigiosos festivales internacionales.

Renny Ottolina también vislumbró su talento y lo llamó para dirigir la orquesta de “El Show de Renny” y “Renny Presenta”. Fue Carlos quien compuso la música del documental de Renny en Churún Merú (1971), el primer programa transmitido a color en la televisión venezolana, que documentaba la primera expedición venezolana en llegar al Salto Ángel. Todavía puede verse en YouTube ese momento mágico en el que, desde una curiara, Renny le grita: “¡Me gusta soñar!”, y Carlos, desde otra, entona su tema de Onda Nueva, tan sublime que muchos la creían del propio Aldemaro.

Carlos recordaba con especial cariño un concierto donde María Teresa Chacín interpretaba esa canción suya, “Me gusta soñar”. Aldemaro, cerrando los ojos para captar cada nota, seguía el ritmo golpeándose suavemente el pecho con los dedos. Al finalizar, se acercó a Carlos y le confesó: “Me hubiera gustado componer esa canción”. Para Carlos, aquel fue el piropo más grande de su vida, un raro y sincero elogio viniendo del maestro.

Chile Veloz, mi hermano de la vida, también lo fue de Carlos. Compartimos incontables momentos, siempre rodeados de su humor contagioso. Así, era natural que ellos dos, junto al talentoso músico colombiano Álvaro Serrano, crearan las canciones hilarantes de “Medio Evo”. Temas como “Laura Pérez, la sin par de Caurimare”, “Mi alegre parrandón”, “Papeles” o “Ma poupée s’a fait pupu” son joyas de ingenio y alegría. Fue justo en una de sus grabaciones donde conocí a Pimpi Santisteban, una chama de diecisiete años que cantaba espectacularmente (hija de la gran Estrellita Val), y a Anita Valencia, cuñada de Álvaro.

El talento de Carlos no conocía límites. Tras dirigir orquestas y ser director musical de grandes artistas, fue aceptado en el prestigioso Berklee College of Music en Boston, y luego estudió dirección de orquesta sinfónica en la Accademia Musicale Chigiana en Siena, Italia. Pero su grandeza, que está documentada en todas partes, palidece frente a la calidad humana del hombre que fue.

Recuerdo una presentación de Medio Evo en Maracay, una obra con Pedro León Zapata y América Alonso. Mi esposo y yo fuimos invitados y, al final, compartimos una cena con ellos. Yo, que admiraba a Zapata (tenía una caricatura suya como autógrafo) y que había venerado a América Alonso desde niña en “Casos y cosas de casa”, no podía creer estar cenando con tan sencilla naturalidad junto a esas dos estrellas. América estaba acompañada por su esposo, Daniel Farías, y fue esa noche cuando nos regalaron una anécdota genial.

Anita había traído de Bogotá una buena cantidad de chistes nuevos, pero a Carlos este fue el que más le gustó: un animador de lucha libre “chingo”, anunciaba: “¡En esta equina, el demoño ñojo! ¡Y en esta ota, el demoño ñojo!”. Al ver la confusión, aclara con mímica: uno tenía un moño rojo y el otro era el demonio rojo. A Carlos la frase “el demoño ñojo” le encantó. Durante todo el viaje a Lagunillas, donde se presentarían, no paraba de repetirla. Estando en el Club de Lagoven, bajo un sol zuliano abrazador, América, vestida con un pesado hábito de lana para su personaje, se acercó a Carlos para preguntarle algo. Él, señalando a Zapata, respondió seriamente: “Sí, me lo dijo él”… y añadió, completamente fuera de guion: “…y también me lo dijo ‘el demoño ñojo’”. América, sin poder contenerse, abandonó el escenario para reírse a carcajadas, dejando a Carlos solo ante el público. Hoy, cuando ninguno de los dos está entre nosotros, cada vez que recuerdo esa frase, todavía nos morimos de risa.

Carlos partió físicamente el 24 de octubre de 2017, pero su legado, su música y su risa permanecen intactos. Esa es la magia de los artistas verdaderos: nunca se van del todo. Su melodía perdura.

[email protected] 

Únete a nuestros canales en Telegram y Whatsapp. También puedes hacer de El Carabobeño tu fuente en Google Noticias.

Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

Carlos Moreán, músico y amigo inolvidable

Anamaría Correa