“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje.”
-Ludwing Wittgenstein
El título de este artículo guarda una imbricación ineludible con el hecho óntico de existir. El ser humano es connaturalmente averso a la incertidumbre, el no tener certezas nos puede llevar a mantenernos en una situación de hipnosis del alma, de silencio por el miedo y conformar así una díada del tan mencionado “daño antropológico” (Valdés, 2006). Estamos justamente en una situación de paroxismo del habla y hasta del espíritu, pero ese silencio jamás puede o debe ser confundido con derrota, resignación o frustración. El silencio que carcome y es una forma de manifestar incomodidad, es el resultado del miedo frente a la represión, sin embargo, contraviniendo al filósofo alemán Ludwing Wittgenstein, “no es posible callar de aquello que no se puede decir”, (Wittgestein, 2007). Es menester hablar, preguntarse, inquirirle a la vida las respuestas que necesitamos como sociedad, para lograr salir de esta simulación que mutila a la verdad y es imposible de ser ocultada.
“Es menester que todo cuanto se expresa a través del habla supere los filtros del pensamiento” (Wittgentein, 2013). Esta apreciación se corresponde con el tractatus lógico-philosophicus, un andamiaje de teorías que concurren en el hecho fáctico de expresar lo que se piensa. Este es un hecho que vincula a la mente con el habla, mantenerse callado no corresponde a aprobar, callar no es sumisión.
De allí que el propio Wittgenstein, luego de sus tertulias con el economista Piero Sraffa, advirtiese el hecho de que callar las ideas no es para nada valido y mucho menos lógico, surgiendo así un “segundo Wittgenstein” descrito en la obra de (Miguelez, 1997). Ese nuevo Wittgenstein entiende que el lenguaje se puede trocar en una suerte de experiencia lúdica, en un laberinto sintáctico que deje atrás la anquilosada idea de callar. Cuando no somos capaces de comprender con la lógica de la racionalidad, nos resulta imposible callar, a menos que exista una heteronomía tangible, instrumentalizada a través del miedo represor.
Sin embargo, los límites del miedo son superados por la silente manera de demostrar repudio, improbación o hasta hastío hacia una realidad. Es por ello que complementando la idea del Tractatus de Wittgenstein, el filósofo crítico Adorno propone todo lo contrario “hablar, preguntar, urdir la verdad” (Adorno, 1998), en una evidente demostración de su talante crítico que lo aleja del positivismo de Wittgenstein.
Entrando en materia, nuestro drama nacional, signado por el miedo hacia la represión ciega como clara expresión de la barbarie que atropella y no razona, que arrebata y no respeta, nos sume en este sopor de incertidumbre, de silencio irredento, que siendo conocido por el captor le llevan a inventar adefesios heurísticos, basados en sabotajes inexistentes, enemigos externos y responsables intangibles. Así quedan confirmados en el credo del fascismo, de la responsabilidad heterónoma, de la guerra contra nadie, son el grito del Ciclope Polifemo, cejado por Odiseo, quien guiado por su ingenio, le respondió antes de cegarlo, que su nombre era nadie. Así consumado el hecho de cegar a la violencia de este gigante, lo conjuraba al ridículo de gritar: !Nadie me ha matado, nadie me cegó” (Homero, 2006).
Bajo la violencia del Ciclope Polifemo ningún argumento resulta válido, desde el punto de vista veritativo, para ocultar esa verdad compartida, colectiva e incontrovertible de lo ocurrido en Venezuela el 28 de julio del 2024. El país entero, tanto el opositor, como el oficialista, saben lo que ocurrió, comparten la frustración, la incertidumbre y la necesidad de callar como vía para protestar, pero siendo cierto: “Que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Wittgentein, 2013), no es posible seguir coptando el mundo, cada vez más acotado, de un país que clama justicia, bienestar, cese de la inopia, ruptura de la ignominia, paz, justicia y democracia.
Estos anhelos están acendrados en nuestras mentes y nos es imposible callar, aquí damos la espalda al Tractatus lógico philosophicus, propuesto por Wittgenstein. En esta inflexión dolorosa de la vida, tenemos la certeza de que la verdad es inocultable, la seguridad inexorable de que todos los argumentos empleados son manidos, de utilería, absolutamente desordenados, pues, “la angustia estupidiza” (Goleman, 1996). Es por ello que del lado del opresor cada vez se acude a excusas descabelladas, sin base, ausentes de lógica, cargadas de mentiras, falacias y posturas impúdicas del vínculo con la mentira.
En ese contubernio obsceno con la falacia, se acude a sabotajes inexistentes, denunciados por uno de los rectores del CNE desde el exilio, pues la represión es el hermano mellizo de la mentira. Los artilugios legales no sirven desde sus limitaciones positivistas, para revertir la ausencia de actas y resultados claros. Descubiertos están, pueden acudir a la ética y estética del horror penitenciario, por encima de la conciliación propia de los humanos, pero tanto ellos como nosotros sabemos la realidad de lo ocurrido.
Finalmente, acuden a emitir órdenes de captura, considerar cartas de conciliación como agravantes, pues son incapaces de entender las formas de la transición negociada. La violencia los ciega, el envanecimiento de la ausencia de consecuencias, pero de lo que sí no podrán escapar es de este artero, grosero y vil golpe contra la voluntad popular. Vendrán tiempos mejores, estos son los días de la violencia, de la oscuridad, de la perversión, pero en la mentira no hay virtud y menos victoria y en nuestro silencio no subyace la derrota, sino el deseo de ser libres, de abrazarnos con la decencia. Mientras, quienes fuera de sí han acudido, a las mismas tretas de adelantar la navidad, artimaña que tuvo la postura valiente de la Conferencia Episcopal para pedir que no se empleara el adviento de Cristo con fines políticos, pues Jesús es verdad, luz y vida y nos acompaña en cada palabra irredenta que busca libertad. Nos hace compañía en estos tiempos donde no nos corresponde callar.
Referencias:
Adorno, T. (1998). Educación para la emancipación. México: Morata.
Goleman, D. (1996). Inteligencia Emocional. Barcelona: Kairos.
Homero. (2006). La Odisea. Madrid: Cátedra.
Miguelez, M. (1997). El paradigma emergente hacia una teoría de la realidad cientifica. México DF: Trillas.
Valdés, D. (2006). Daño Antropológico en Cuba. Varsovia: Lech Walesa.
Wittgentein, L. (2013). Tractatus Lógico philosophicus. Madrid: Tecnos.
Wittgestein. (2007). Laberintos del lenguaje. Toledo: Universidad Castilla la Mancha.
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