El domingo pasado se llevó a cabo la tradición de quemar el Judas en todo el territorio venezolano. Como mencioné alguna vez, según la historia, la primera quema de un Judas ocurrió en Cumaná en 1499.
En aquel entonces, Américo Vespucio engañó a los pobladores aborígenes intercambiando espejitos y baratijas por perlas y oro. Para colmo, los mismos indígenas, ingenuos, fueron utilizados para construir un bergantín con el que Vespucio partió a escondidas y nunca regresó.
Los nativos, en respuesta, fabricaron un muñeco de paja, representativo del colonizador, lo colocaron en el lugar donde habían construido la nave y lo quemaron como símbolo de desprecio hacia el engaño sufrido.
Sin embargo, la tradición de quemar al Judas no es exclusiva de Venezuela, ya que también se practica en Brasil y España. En algunas ciudades españolas, la celebración de la Resurrección del Señor incluye la representación del castigo al traidor mediante la quema o apedreamiento de un muñeco simbólico.
La primera Quema de Judas registrada en Venezuela tuvo lugar en Caracas en 1801, durante la época de la Capitanía General de Venezuela. Originalmente, esta práctica se reservaba para castigar a los gobernantes que actuaban de manera incorrecta, siendo «judaizados» en un muñeco que luego era quemado. Con el tiempo, la costumbre se popularizó y se convirtió en una tradición arraigada en todo el país, siendo realizada cada Domingo de Resurrección.
Mi familia, los Correa Feo, hemos quemado el Judas desde 1978. Después del fallecimiento de mi madre en 1988, continuamos con la tradición, con la participación de «los agregados», como mi tía Luisa Elena Paz solía llamar a los yernos y nueras. Con el paso de los años, nos quedamos los Ramos Correa, liderando el evento. El año pasado celebramos 45 años consecutivos de esta tradición, solo interrumpidos por la pandemia.
Es importante destacar que una de las atracciones de nuestra quema del Judas, además del divertido testamento en prosa, era la manera en que encendíamos el muñeco. Esta tarea la realizaba mi cuñado Alejandro Ramos. Rociaba el Judas con algún líquido inflamable, llenaba su boca de alcohol isopropílico, se acercaba una antorcha a la cara y escupía fuego, al menos eso parecía. Por supuesto, arrojaba el alcohol hacia la antorcha, frente al Judas, que inmediatamente se incendiaba.
Pero este año nos encontramos en Buenos Aires durante la Semana Santa. Aunque mi esposo y yo no somos emigrantes, nos ha tocado vivir como uno de ellos. Ha sido toda una experiencia. Lamentablemente, mi querido cuñado Alejandro nos dejó mientras visitaba a su hija Oriana en Ecuador el pasado diciembre. Egoístamente hablando, me llenaba de horror la idea de enfrentar el Domingo de Resurrección sin él.
Alejandro fue parte de nuestro «clan del Judas» desde que Sergio y yo éramos solo amigos. Por lo tanto, podemos asegurar que Alejandro quemó el Judas durante más de cuarenta y dos años y, en la última década, también nos ayudó en la creación de los versos.
Como seguimos en Argentina y el cumpleaños de mi marido coincidió con el Domingo de Pascua, preparamos una “musiqueada” en casa de una amiga de mi hija y, siendo la fiesta de la Resurrección del Señor, no podíamos dejar pasar por alto la quema de Judas, sin quema. E hicimos el testamento con versos para los “herederos”, que resultó muy agradable.
Sin duda, un homenaje al Señor, a mi marido por su cumpleaños y a mi cuñado Alejandro quien, desde el cielo, debe haberse alegrado de que este año, no tuvo sustituto, pero se le recordó con mucho amor. Y también tuvo sus versos.
Alejandro, viejo amigo
El que siempre me quemó
Ahora estás aquí conmigo
En la casa del Señor
Porque ya con tanto fuego
Que año a año he recibido
Entre prédicas y ruegos
Mis culpas he redimido
En estos tiempos de tanta incertidumbre en el país, con elecciones próximas que nos llenan de esperanza, hay una candidata que toda Venezuela anhela, pero a la cual el gobierno no le permite participar en la contienda electoral, porque sabe cuál será el resultado.
Esta situación se suma a los numerosos desafíos que enfrentamos, como salarios miserables y ataques contra la educación con el fin de mantener a la población en la ignorancia. En medio de todo este caos, estos momentos de fe, amor, familia, amigos y música cobran una relevancia aún mayor. Son instantes de respiro y renovación, que nos permiten mantener la esperanza y la fortaleza para seguir adelante.
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