En defensa del formato

Lo que me satisface en realidad es el reconocimiento a lo que se hace frente al teclado, con las letras
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Generado por IA

Este domingo por la noche recibí la noticia de que mis colegas del Colegio Nacional de Periodistas, seccional Carabobo, me escogieron como ganador del premio Francisco J. Ávila de redacción. A pesar de que soy un poco reacio a hablar de mí mismo, no podía dejar pasar la oportunidad de mencionarlo.

A decir verdad, me tomó por sorpresa y, hasta el momento en que escribo estas líneas, tengo una gran sensación de gratitud. El motivo va más allá de simplemente ser tomado en cuenta; lo que me satisface en realidad es el reconocimiento a lo que se hace frente al teclado, con las letras: en un mundo idealista que atrae a pocas personas por su carencia de elementos que alimenten la vanidad y que suele ser muy poco rentable.

Mi generación ha reducido las formas de expresión a “formatos”, que es una manera de catalogar el arte en el entorno comercial de rápido consumo. Y en ese contexto, la palabra escrita ha sido el “formato” perdedor.

Damos por sentado que lo audiovisual es naturalmente superior y que los textos son elementos anacrónicos que perdieron vigencia hace varias décadas. Anteponemos el baño de estímulos sensoriales de las redes sociales y la hipnosis constante del TikTok a cualquier otra forma de entretenimiento. Creo que, en parte, no es nuestra culpa haber caído en esta telaraña de algoritmos y plataformas, pero sí lo es el hecho de no hacer un mínimo esfuerzo por escapar.

Incluso los libros han sido víctimas de este fenómeno; los jóvenes buscamos en ellos las mismas dosis de dopamina que nos entregan las pantallas. Se han puesto de moda las historias simples, repetitivas, ambientadas en ciudades estereotípicas y desalmadas. Igualmente, afuera de la literatura, en el periodismo, las letras ya no sirven al rigor, sino al estímulo que fidelice el subconsciente del lector. La modernidad, en medio de todos los avances tecnológicos que ha traído, nos ha mostrado una cara oculta, capaz de despojarnos de nuestra propia identidad cultural e individual.

El buen cine y el arte también han recibido daños colaterales y han sido sustituidos por sus versiones ligeras, de fácil consumo y rápida digestión. La profundidad dio paso a la rentabilidad y a una visión de la vida simplista. No es ser dramático, es aceptar la realidad.

Los textos son importantes porque cualquiera de ellos —periodístico o literario, o ambas cosas a la vez, porque felizmente hay algunas fronteras que se pueden difuminar un poco— escrito con cariño y despojado de la censura impuesta por las hipotéticas ventas posteriores, tiene la capacidad de sembrar una duda en el lector, y allí está su valor. La palabra escrita puede despertarnos poco a poco, pero el costo de este beneficio es muy alto para nuestra sociedad: hace falta invertir tiempo en una tarea que no será remunerada desde el punto de vista financiero.

Sea como sea, siempre habrá un reducido grupo dispuesto a defender la magia ubicada a los márgenes del algoritmo, incluyendo a grandes colegas que día a día resisten en una labor que les quita comodidades y limita las oportunidades de su prosperidad. Ayer, varios de ellos me tomaron en cuenta. No sé si lo merezco, pero lo agradezco enormemente, con la misma intensidad con la que agradezco a este diario por valorar y respetar mi trabajo. Que vivan las letras y que viva este formato. Nos leemos el siguiente lunes.

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