Fanatismos

Una ciudad llamada Shingal, en el norte de Irak, fue arrasada por los terroristas de un grupo autollamado “Estado Islámico”

Los Navegantes le estaban dando una paliza a los Leones. El Estadio José Bernardo Pérez era un solo griterío, con pitos, matracas y aplausos en todas las tribunas. El marcador indicaba que los locales habían anotado un promedio de una carrera por entrada, mientras los visitantes no habían podido todavía pisar el “home”. Ya en la novena entrada, se agotó el turno de los Leones, y el primer bateador del Magallanes botó la pelota por el jardín derecho. El único “caraquista” del grupo, que ya hacía rato venía lagrimeando y respirando hondo como a punto de sufrir un infarto, no aguantó más: se paró de su asiento y bajó hasta la boca de salida más próxima. Otro del grupo, que lo conocía, comentó: “Ese ya fue a meterse en el carro, para que nadie lo vea llorando. La última vez dejó a la mujer aquí, porque ella es magallanera, y no se iba a calar las burlas de ella en el trayecto a su casa. Ella tuvo que irse en una cola que le dieron unos amigos. Y yo se lo había dicho: ¡Sixto, no sufras tanto! ¿No ves que los jugadores están de lo más tranquilos? Ese es un negocio como cualquier otro, y los peloteros son unos profesionales que juegan para el equipo que mejor les paga. Seguro que ahorita están conversando muy tranquilos magallaneros y caraquistas, preguntándose entre ellos si ya tienen contrato para jugar en el norte, o dónde se van a ir a tomarse “las frías” cuando acabe el partido, y no les importa si pierde o gana el equipo; lo de ellos son los “numeritos personales”: el promedio de bateo, los innings pichados, etc. ¡Déjate de lloraderas y disfruta del partido!”.

Una ciudad llamada Shingal, en el norte de Irak, fue arrasada por los terroristas de un grupo autollamado “Estado Islámico” (IS, por sus siglas en inglés). El IS bombardeó la casas y edificios, matando a gran parte de la población, en nombre de un profeta y la religión que impuso en esos pueblos, dictando normas y reglas de conducta que coartaban la libertad a la que tenían derecho sus habitantes. Ante el bombardeo y la invasión, muchos trataron de huir a las montañas circundantes, siendo asesinados sin piedad. Quienes se quedaron atrapados entre los escombros, o no alcanzaron a huir antes de la agresión, fueron esclavizados y condenados a trabajos forzosos. Niñas impúberes fueron compradas por los soldados invasores para ser abusadas sexualmente. Todo en nombre de Mahoma.

En el pueblo de Alemania donde vivimos he conocido a un iraquí y su familia: esposa e hija. En una universidad de Irak era profesor de matemáticas y física cuántica. Además de su árabe natal, habla, inglés, alemán, francés e italiano, y algo de español. Ahora registra entre los depósitos de basura, en busca de envases reciclables que pueda cambiar en el automercado por algo de dinero; complementa así la ayuda social que le presta el gobierno alemán. Y en invierno viste igual que en verano por falta de ropa adecuada para abrigarse del frío. Y los traumas sufridos durante la invasión del IS le han dejado graves trastornos mentales. Cuando comienza a contar sus experiencias entra en pánico, como si las estuviera reviviendo. Y llora.

El fanatismo deportivo, aislado, no sólo daña al que sufre su angustia ante la derrota de su equipo; preocupa a familiares y amigos, pero no trasciende al colectivo sino cuando los fanáticos, agrupados en turba furiosa y salvaje, se entregan al vandalismo y a la violencia urbana. El fanatismo, religioso o político, es peor: conlleva guerra y despotismos, que no reconocen edades ni derechos.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Peter Albers