La importancia de tener un instrumento musical (incluso sin tocarlo): implicancias psicológicas y científicas

Culturalmente, tener un instrumento es también un gesto de alineación con ciertos valores: creatividad, arte, sensibilidad


En la imaginación colectiva, tener un instrumento musical implica saber tocarlo o practicar con regularidad. Sin embargo, la realidad es más amplia: muchas personas poseen un piano, una guitarra o un violín que apenas usan, pero cuya presencia en
casa sigue teniendo un valor psicológico y afectivo significativo. Este fenómeno, que podría parecer anecdótico, es respaldado por estudios sobre motivación, identidad y bienestar emocional.

Un instrumento, incluso inactivo, actúa como un símbolo de potencial. Es un recordatorio físico de una aspiración creativa, un vínculo con una versión de nosotros mismos que desea expresarse musicalmente. Según la teoría de la autodeterminación
(Deci & Ryan, 2000), los objetos que representan nuestras metas pueden sostener la motivación intrínseca, incluso sin una acción inmediata.

En términos emocionales, la música no se limita a la ejecución: su sola asociación activa recuerdos y sentimientos. Estudios recientes han demostrado que la interacción con música -ya sea tocándola o simplemente contemplando la posibilidad de hacerlo- favorece la liberación de dopamina y oxitocina, neurotransmisores vinculados al placer y la conexión social (Fancourt & Finn, 2019).

La neurociencia también aporta un argumento sólido: el cerebro responde a la música de forma multimodal, al activar áreas motoras, auditivas y afectivas. Incluso la simple intención de tocar un instrumento puede estimular la neuroplasticidad, como muestran investigaciones de Herholz y Zatorre (2012). El instrumento, como estímulo visual y táctil, mantiene activa esa posibilidad de reorganización neuronal.

Más allá de lo neurológico, poseer un instrumento puede fortalecer la autoestima. En un estudio publicado en Psychology of Music (Hallam & Creech, 2016), los participantes que mantenían un instrumento en su entorno reportaron mayor satisfacción vital y autopercepción positiva, incluso sin practicar con frecuencia. El objeto se convierte en un ancla de identidad creativa. Este valor simbólico se amplifica en contextos sociales. Un instrumento es, muchas veces, una puerta a la pertenencia: facilita conversaciones, invita a colaboraciones y mantiene abierta la posibilidad de participar en eventos musicales. Aunque el dueño no toque, la presencia del instrumento envía un mensaje: “aquí hay música”.

Culturalmente, tener un instrumento es también un gesto de alineación con ciertos valores: creatividad, arte, sensibilidad. Esto puede impactar en la forma en que otros nos perciben y en cómo nos percibimos a nosotros mismos. En hogares con niños, la presencia de instrumentos aumenta la probabilidad de que ellos exploren actividades artísticas (Ilari et al., 2019).

En el ámbito educativo, este fenómeno puede ser una estrategia para fomentar el aprendizaje progresivo. Tener un instrumento a la vista mantiene la curiosidad y puede desencadenar aprendizajes espontáneos. Muchos adolescentes que nunca recibieron clases formales comenzaron a tocar gracias a la proximidad física con un instrumento en casa.

Más allá de su valor funcional, un instrumento musical adquiere una dimensión afectiva aún más profunda cuando ha sido obsequiado por alguien cercano y querido. En estos casos, el objeto simboliza tanto la música como el vínculo personal con la persona que lo entregó. Cada vez que el dueño lo contempla, manipula o simplemente recuerda su origen, revive sentimientos positivos asociados a momentos compartidos, apoyo y cariño. Este fenómeno se conecta con el valor simbólico de los objetos significativos en la psicología afectiva, donde la carga sentimental puede reforzar el bienestar, la sensación de pertenencia y la memoria autobiográfica (Fitzgerald, 2017).

Incluso sin tocarlo, el instrumento se convierte en un recordatorio tangible de una relación especial, funcionando como un “ancla” emocional que aporta calidez y estabilidad en la vida cotidiana. Adicionalmente a ello, también hay una dimensión de autoaceptación. Reconocer que no es necesario ser un músico profesional para beneficiarse de un instrumento puede aliviar la presión de la perfección. La relación se convierte en una forma de disfrute no productivista, algo especialmente relevante en un mundo obsesionado con la eficiencia.

Desde una perspectiva comunitaria, la posesión de instrumentos musicales -aunque no se usen constantemente- contribuye al ecosistema cultural. Instrumentos heredados o guardados pueden reactivarse en manos de otros, generando nuevos circuitos de creatividad y colaboración. A nivel personal, tener un instrumento puede funcionar como un “objeto transicional”: un mediador entre el mundo interno y externo, que ofrece consuelo y conexión. En momentos de crisis, el simple acto de aferrarse a ese objeto puede ser terapéutico.

En conclusión, poseer un instrumento musical, aunque no se toque con regularidad, no es un gesto vacío. Es una inversión simbólica, emocional y cognitiva que abre puertas a la creatividad, sostiene la identidad, fortalece vínculos sociales y contribuye al bienestar psicológico. Lejos de ser un adorno, es un recordatorio tangible de que la música, en todas sus formas, siempre está disponible para acompañarnos.

Este video de Anita Collins ilustra cómo tocar un instrumento involucra todo el cerebro, reforzando la idea de que incluso la intención o la proximidad -tener el instrumento a la vista- puede activar redes neuronales relevantes:

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Referencias
-Bradt, J., & Dileo, C. (2014). Music interventions for mechanically ventilated patients. Cochrane Database of Systematic Reviews, (12), CD006902. https://doi.org/10.1002/14651858.CD006902.pub3

-Deci, E. L., & Ryan, R. M. (2000). The “What” and “Why” of Goal Pursuits: Human Needs and the Self-Determination of Behavior. Psychological Inquiry, 11(4), 227–268. https://doi.org/10.1207/S15327965PLI1104_01

-Evans, G. W. (2003). The built environment and mental health. Journal of Urban Health, 80(4), 536–555. https://doi.org/10.1093/jurban/jtg063

-Fancourt, D., & Finn, S. (2019). What is the evidence on the role of the arts in improving health and well-being? World Health Organization. https://apps.who.int/iris/handle/10665/329834

-Fitzgerald, D. A. (2017). The meaning of cherished objects: Emotional attachment, memory, and identity. Journal of Applied Psychology, 102(6), 847–859. https://doi.org/10.1037/apl0000198

-Hallam, S., & Creech, A. (2016). Can active music making promote health and well-being in older citizens? Findings of the Music for Life project. London: UCL Institute of Education.

-Herholz, S. C., & Zatorre, R. J. (2012). Musical training as a framework for brain plasticity: behavior, function, and structure. Neuron, 76(3), 486–502. https://doi.org/10.1016/j.neuron.2012.10.011

-Ilari, B., Perez, M. A., Wood, A., & Habibi, A. (2019). The role of community music programs in promoting social skills and musical development in underprivileged children. Psychology of Music, 47(3), 375–391. https://doi.org/10.1177/0305735618755610

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

La importancia de tener un instrumento musical (incluso sin tocarlo): implicancias psicológicas y científicas

Juan Pablo Correa