Hoy día la gente joven lee muy poco y no es un detalle menor. Está demostrado que la lectura habitual abre el horizonte, hace pensar, dudar, reflexionar e ir formando criterio, esa condición que nos permite emitir juicios argumentados e ir desarrollando discernimiento. Por si fuera poco, la lectura nos brinda enriquecimiento del vocabulario y va estructurando un bagaje cultural que nos convertirá en seres humanos distintos, lejos de esos cerebros que se limitan a satisfacer las necesidades más básicas en la vida.
Esta realidad es alarmante. La perdida progresiva del habito de leer, capacidad que los humanos tardamos millones de años en perfeccionar, atrofia los cerebros lentamente, lo que se traduce en gente más irracional frente a distintas situaciones. Al respecto, un estudio de la BBC reveló que menos lectura es sinónimo de personas poco empáticas, incapaces de ponerse en el calzado del otro. Cuando leemos sobre personajes de la historia y de esos construidos por la ficción, por ejemplo, nos involucramos en sus dramas y sentimos sus vivencias, al punto de comprenderlos, aplaudirlos y cuestionarlos. Esta experiencia nos hace más sensibles en la vida real y lo transmitimos en la cotidianidad.
Adicionalmente la falta de lectura afecta la comprensión y el desarrollo del pensamiento crítico, ese que te permite dictaminar qué hacer y cómo actuar en momentos de diversa índole.
Quizá una falta de orientación sobre cómo enfrentar el océano digital que nos abrumó desde hace una década, ha influido grandemente en lo que hoy día padecemos con la lectura. Los más pequeños de la casa disponen de dispositivos electrónicos desde muy temprana edad y desde el lado de los padres, pasó a un segundo plano mostrarles y enseñarles a leer en textos de papel. Se les está arrebatando la bonita vivencia de hojear un libro y asombrarse con inmensos y coloridos dibujos. Los celulares y las tabletas han sustituido todo esto y no ha habido una real supervisión por parte de los padres.
El mismo estudio de la BBC mostró que la sobreexposición a lo digital predice el procesamiento de la función ejecutiva atencional y el rendimiento académico de los niños, revelándose algo extremadamente preocupante: mientras más digital es un niño, peor es el rendimiento académico, lo que nos lleva a actuar urgentemente en la supervisión de lo que hacen nuestros jovencitos con la tecnología. Ellos pueden pasar horas y horas saturando el cerebro con videojuegos, en algunos casos muy violentos, lo cual es muy delicado.
Si hablamos de adolescentes la situación se complica. Las redes sociales se convirtieron en una deidad a la que deben alabar y complacer, sobreexponiéndose públicamente, mostrando estilos de vida que muchas veces no son los suyos y consumiendo contenidos que poco o nada le aporta a una vida sana. Un baile en Tiktok y mostrar el dorso se convirtieron en sacramentos en esta especie de secta digital que embrutece y destruye si no es llevada con cautela. Y si no, revisen la cantidad de accidentes y muertes registrados últimamente por mal llamados influencers, en sus pretensiones de llamar la atención y ganar likes con retos absurdos y peligrosos.
Con esta reflexión no pretendemos satanizar a las redes sociales, sino hacer un llamado de atención. No todo es malo y frívolo en estos espacios, pero es lo que abunda. Frente a la excusa de que pueden leer en plataformas digitales, se ha demostrado que no se mantiene el mismo interés, la distracción es mayor y el cerebro se hiperestimula mucho más, lo que se traduce en neurotransmisores trabajando sin parar y jóvenes incapaces de pasar de un estímulo a otro, desconectados de la realidad; jóvenes que dicen estar aburridos y eventualmente sufren de ataques de ira.
¿El antídoto? Motivar a una vida lectora, que los niños y jóvenes se sumerjan en un hábito que los convertirá en seres pensantes, empáticos con los personajes reales y de ficción que conocen leyendo. Leer les elevará la capacidad de deducción, a entender el propósito de lo que el escritor pretende transmitir. De esta manera, se mantienen activos esos circuitos cerebrales que nos permiten seguir decodificando símbolos, letras, vidas y, por ende, ir recuperando esa parte del mundo que hemos perdido en un basural que debemos limpiar responsablemente.