25 de noviembre con N de "Ni una más"
Protesta contra feminicidios en el país.

La violencia contra la mujer por el hecho de ser mujer es un problema social en todo el mundo. Es tan grave que algunos países, por razones culturales, no llevan registro epidemiológico o no lo hacen público por considerar que no es relevante o que es “normal” que a una mujer o a una niña la ofendan, golpeen o maten por faltar a sus supuestos deberes y porque el hombre, el agresor, debe hacerse respetar.

A pesar del subregistro sobre la violencia contra la mujer, Naciones Unidas estima que cerca de 90.000 mujeres y niñas fueron asesinadas por razones de género en 2022. En más de la mitad de los casos el asesino fue un miembro de la familia, la pareja o expareja y ocurrió en la vivienda de la mujer.

En España, un país altamente sensibilizado ante la violencia machista, en lo que va de 2023 cerca de 50 mujeres han sido asesinadas por su pareja o ex pareja. Y, en Venezuela, donde hay una ley para prevenir y sancionar ese delito, en el primer semestre de este año han sido asesinadas un poco más de 150 mujeres.

Ante el grave problema social que constituye el asesinato de mujeres y niñas por razones de género, la ONU ha decretado el 25 de noviembre como día internacional de la eliminación de la violencia hacia las mujeres.

La violencia no solo las mata

La violencia contra la mujer tiene muchas caras y, aunque la de los asesinatos es la que más vemos, es necesario reconocer las otras para identificarlas cuando esté cerca de nosotros.

La violencia psicológica hacia las mujeres es, quizás, la más frecuente y la que menos se nota por las formas socialmente aceptadas en que se expresa. La descalificación, el chiste, la burla, las miradas, las risitas, el insulto, el encierro, la invasión de la privacidad, las limitaciones, entre otras imposiciones y formas de desprecio del hombre hacia la mujer pueden ser consideradas “normales”, inclusive, un “derecho” asumido por ellos y aceptado por muchas de ellas.

La psicológica es una violencia muy peligrosa porque a través de formas “normalizadas”, cotidianas, la mujer se va doblegando poco a poco, a veces, sin que ella ni tampoco ellos se den cuenta de lo que están haciendo.

La violencia sexual está relacionada, fundamentalmente, con el cuerpo femenino y la forma en que los hombres se le aproximan,  el acoso y el abuso por irrespeto de límites físicos o virtuales,  la alabanza o piropo grosero, el toqueteo de las nalgas, los senos  o el robo de un beso en la boca, el uso de la imagen sin consentimiento, denigra a la mujer. 

La violencia sexual es quizás la forma más hiriente porque la mujer pierde capacidad de decisión, de defender su cuerpo y queda reducida a un objeto. Pero también hiere por la máscara que la recubre cuando el abuso sexual proviene de su pareja, de otros familiares, amigos o protectores como pudieran ser sacerdotes y maestros.  En la violencia sexual se puede ejercer el poder a través de recursos sutiles como la seducción, pero más frecuentemente el uso de la fuerza.

La violencia física es, sin duda, la cara más dramática y la que más se ve sobre todo cuando la mujer es asesinada por alguien que supuestamente la amaba. El asesinato es la forma más extrema de la violencia física, pero es mucho más frecuente la de los golpes, empujones, jalones de pelo, patadas; también se puede ejercer en forma “vicaria” agrediendo, inclusive asesinando a alguien de importancia afectiva para la mujer, como pueden ser sus hijos, hijas, u otros familiares.

¿Por qué tanta violencia contra la mujer?

La violencia contra la mujer tiene un origen social, fundamentalmente por la educación de género que reciben mujeres y hombres.

A las mujeres criadas con pautas tradicionales se les enseña a ser obedientes, sumisas. A no protestar, callar, a sacrificarse por el bien de los demás. A servir al hombre y a la familia por sobre todas las cosas y a renunciar a ellas mismas. Eso ha ido cambiando, aunque aun queda mucho lastre de esa cultura.

A los hombres criados con pautas tradicionales se les enseña a ser dominantes, a ejercer el poder y hacerlo de cualquier manera, inclusive por la fuerza, con tal de defender su hombría y su dignidad masculina.

Los hombres reciben un doble mensaje contradictorio sobre las mujeres:  Por un lado, deben seducirlas, atraerlas, enamorarlas, poseerlas, pero por el otro deben despreciarlas, verlas como seres inferiores que deben servirles, como un objeto de uso para el placer y la reproducción. La misoginia o desprecio a lo femenino, se aprende. Eso ha ido cambiando, pero todavía hay mucho lastre de esa cultura.

Pautas culturales, códigos civiles y religiosos le otorgan al hombre derecho de posesión sobre la mujer. El marido manda, es la autoridad, la guía, representa. La mujer, es lo poseído, lo otorgado, la que se debe al marido. 

El cuerpo de la mujer pasa a ser del hombre a través de la unión matrimonial, según los libros sagrados y pautas culturales a partir de allí.  La posesión del hombre sobre la mujer y por tanto, la violencia contra ella, es una pauta cultural muy arraigada y hay que erradicarla.

Ni una más

La clave para la eliminación de la violencia contra la mujer está en un cambio de paradigma educativo y legislativo que se base en la equidad de género, en la que todas las personas, sea cual sea su sexo, tienen derecho sobre su cuerpo y su psique, espacios inviolables.

Los niños tienen que aprender a respetar a las niñas, a verlas como iguales, no inferiores. En esto es clave la familia no solo en lo que dice, sino en lo que muestra. No puede haber privilegios en las funciones domésticas. El papel de la mujer en la familia y la sociedad debe ser reivindicado.  Ya no más hija, pareja o madre abnegada, sacrificada en función de los varones. La meta es igualdad en todos los planos.

En la eliminación de la violencia contra la mujer, además de la familia, tienen que participar las instituciones educativas, las iglesias, las organizaciones comunitarias, deportivas, los medios de comunicación; en especial, las redes sociales y el internet por donde circulan material audiovisual y canciones que denigran a la mujer. Hay que educar a las mujeres para que no se presten a ello, no lo acepten. 

Ni una más tiene que dejar de ser consigna para convertirse en un hecho. Es una tarea titánica, pero imprescindible si queremos vivir en un mundo donde haya menos dolor y rabia.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.