El síndrome María Corina aguas adentro del chavismo
Firma de los candidatos a las primarias al acta del programa mínimo de Gobierno. Foto: Mairet Chourio.

Comprender la realidad electoral y las estrategias en curso, desde el lado del gobierno de Nicolás Maduro, pasa por comprender que la diáspora no solo ocurre en lo social, también en lo político y sobre todo en el partido de gobierno. La desesperanza y las perspectivas de un nuevo gobierno de Maduro están moviendo las miradas de las bases hacia otros líderes capaces de cambiar esa realidad.

El crecimiento de María Corina Machado en las encuestas nace de la esperanza que despierta en quienes buscan un líder capaz de enfrentar la realidad que los aqueja y que demuestre el valor necesario para enfrentar al gobierno.

Además, todos en Venezuela reconocen que ella ha mantenido un mismo discurso desde sus inicios en la política. La anulación de otros líderes importantes de la oposición le abre un sendero amplio para convertirse en la nueva líder opositora. En la acera del frente ocurren acontecimientos similares.

Una máquina de perder votos

Maduro ha resultado ser una máquina de destruir votos. Su designación deja clara la dependencia del expresidente Hugo Chávez del lobby cubano. Maduro se enfrentó en 2013 a Henrique Capriles por la presidencia de la República y ganó por un escaso margen de 223.599 votos, solo 2 puntos porcentuales de diferencia, a pesar de haber explotado al máximo la conexión emocional con las bases populares que forjo Chávez por años.

Por consejo cubano, Maduro paulatinamente ha borrado el legado del comandante Chávez y del 4 de febrero. En este proceso, desplazó figuras políticas relevantes, relegándolas a roles cuestionables. Su intento de forjar una imagen y liderazgo propio ha fracasado, esto quedó evidenciado con la derrota electoral de 2015, cuando la oposición obtuvo la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional con 7.728.025 vs 5.625.248 votos del Polo Patriótico. La oposición sacó 112 diputados frente a 55 del chavismo. Este nivel de fracaso solo puede atribuirse al líder, quien ya mostraba una evidente incapacidad para gobernar.

El fracaso que encarna Maduro lleva a la decadencia de la Revolución Bolivariana, sostenida ahora por el miedo. Las reacciones negativas del Unión Europea y los Estados Unidos, inclusive de algunos ex aliados, exacerbaron el sufrimiento del pueblo venezolano posterior a las elecciones presidenciales del 2018.

Ante la imparable destrucción de votos por parte de Maduro existen alternativas desde las filas del Psuv. Es obvio pensar que el liderazgo chavista no quiere desaparecer, en todo caso prefieren que se vaya Maduro y una nueva dirección pueda reflotar las posibilidades de su partido.

Encontramos entonces a Diosdado Cabello, originario del 4F, que mantiene el control férreo del partido y de algunos espacios en la Fuerza Armada Nacional; Jorge Rodríguez, ex alcalde exitoso de Caracas, que desde la Asamblea Nacional ha dirigido las negociaciones con la oposición en un principio y ahora directamente con el gobierno de los EEUU, allí radica su fuerza.

Delcy Rodríguez, vicepresidenta, reconocida como la más preparada de la camada, ha realizado labores en finanzas, petróleo y como canciller en práctica, y Rafael Lacava que, desde Carabobo, se ha proyectado como presidenciable, tal como lo reflejan las encuestas.

El síndrome María Corina

A pesar de que el Psuv tiene el control de todos los registrados en el Sistema Patria, Maduro en unas elecciones internas no alcanzaría más de 7%. Cualquiera de los antes mencionados le ganaría con facilidad dada la necesidad de cambio que los votantes manifiestan y solo bastaría que alguno de ellos presenten un proyecto de gobierno que despierte la esperanza del chavista.

Millones de venezolanos se encuentran hoy a la espera de alguna alternativa que inspire confianza y esperanza. Es aquí donde el “síndrome María Corina” surgirá a lo interno del chavismo y en buena parte de esa masa inmensa de venezolanos que racionalmente buscan salir ordenadamente del desastre.

En América Latina se pueden observar movimientos de izquierda que han comprendido que en el juego democrático de la alternabilidad se logra construir un país estable, con perspectivas positivas y reconocimiento internacional. Basta ver a Ecuador, Uruguay, Argentina, Bolivia y especialmente Brasil.

La izquierda latinoamericana, los gobiernos europeos y el de los EE.UU. verían con buenos ojos la aparición de ese síndrome en filas chavistas. Estarían abriéndose nuevas posibilidades para el continente y, en especial, para el pueblo venezolano. Un triunfo de Maduro, no sería creíble y sometería al país a más penurias en los próximos seis años.

¿Asumirá Maduro su salida como gesto histórico para rescatar al país, a su partido, a tantos compañeros que le han sido leales en los más duros momentos e, inclusive, al él mismo?