Hombres y salud: un hueso duro de roer

Llega noviembre, el mes de la salud masculina, el mes del bigote, como se llama esta campaña que se creó hace pocos años en Australia para promover la salud de los hombres y a la cual se suman cada vez más gobiernos y ONG.

La campaña del mes del bigote va dirigida, primeramente, a los hombres para que tomen conciencia de la necesidad de cuidar su salud física y psíquica. En segundo lugar, intenta colocar algunos temas relevantes de la salud masculina en la agenda pública y movilizar a familias, instituciones educativas, gobiernos y organizaciones no gubernamentales a que promuevan en los hombres el cuido de su salud, algo que, por lo general y respondiendo a las pautas de crianza machistas, pocos hacen.

Cuando se elaboran proyectos sociales de salud, los dirigidos a mujeres y la infancia tienen prioridad. Los hombres, en este aspecto, suelen ser relegados, al punto de ignorarlos como un grupo que tiene riesgos de salud y también muere. La creencia de que los hombres son fuertes y autosuficientes, que “ellos resuelven todo”, también parece estar en los organismos públicos, nacionales e internacionales, y en las ONG que atienden la salud poblacional.

Los hombres suelen aparecer en la escena de la salud pública cuando se trata de problemas que ellos mismos protagonizan: violencia, adicciones, agresiones sexuales o enfermedades muy dramáticas como el Sida. Poco se les considera en términos de prevención, de ser personas que, a pesar de su imagen prepotente, también requieren de guía, protección. Quizás se piensa que no la necesitan, que por tener, como género, una serie de privilegios sociales, no requieren de atención.  Craso error.

Los hombres no son de hierro

A pesar de que los tiempos han cambiado y estamos lejos del paleolítico, todavía algunas familias, grupos sociales, escuelas y medios, educan a los hombres como en el pasado. Esa educación genera, en el género masculino, creencias y expectativas sobre lo que es ser varón que les hace vivir en peligro.

Las sociedades a través de mensajes verbales y comportamientos que se consideran ejemplares de lo que es ser hombre, educan a los varones sobre la pauta de la fortaleza física y emocional y eso hace que la imagen corporal masculina se base en la fuerza, en demostrar poder.

En siglos anteriores, el trabajo de la tierra, de la caza y de la pesca hacía a los hombres fuertes físicamente. En las últimas décadas, sobre todo los hombres urbanos, han crecido recibiendo mensajes de que, en su apariencia y esencia, deben mostrarse fuertes, duros, como el rasgo más relevante del género masculino. Por ello, los varones se esfuerzan en endurecer sus bíceps, su tórax, sus piernas. Lo de presumir la dureza del pene ha sido siempre.

El pensamiento tradicional, el de pautas machistas, exige a los hombres ser resistentes, valientes, arriesgados, agresivos, hasta violentos. Se les hace creer que son invulnerables, que a ellos, como buenos machos, no les pasará nada. Por ello, los hombres tienden a correr riesgos. En el pensamiento machista, un hombre que no corra riesgos, que no sea temerario, es sospechoso de ser afeminado, algo vergonzoso.

La masculinidad tradicional está representada en el mito del superhombre desde la mitología griega con Aquiles hasta la cultura pop con Superman, como epítome de los superhéroes.  Por supuesto, esa es la base de las creencias erradas con respecto a los hombres y el cuido de su salud. Los hombres no son de hierro, tienen sus debilidades. Se enferman o mueren en accidentes, se suicidan.

Hombre que se respete, es inexpresivo

La sociedad machista, la familia en particular, castra emocionalmente a los varones.  Los hombres educados con pautas machistas viven reprimidos en sus emociones. Mostrar sensibilidad, dudas, temor es mostrarse débil y eso genera sospechas sobre su hombría.  La creencia de fortaleza física masculina se extiende hasta la sensibilidad emocional y la expresividad.

A un hombre macho le cuesta expresar dolor físico o emocional, a no ser que esté borracho o que la cosa sea mucho.  Las escenas de hombres en Gaza llorando a gritos por la muerte de sus familiares o las pérdidas de sus casas, son conmovedoras e interesantes en una cultura tan machista como la árabe.

En los patrones tradicionales de masculinidad, la única emoción permitida a los varones es la rabia expresada en agresión, un riesgo a su salud. Otras emociones, como la tristeza y el miedo, se asocian al sufrimiento, a una posible enfermedad y son consideradas femeninas por el pensamiento machista.

Las familias tradicionales enseñan a sus varones a ser reservados.  La pauta es que nadie sepa lo que les pasa. Que vivan en secreto sobre sí mismos y eso es un riesgo en términos de salud.

El machismo mata

Por lo general, los hombre suelen ser reacios a atender su salud por un rasgo machista que han aprendido. Suelen mentir, mentirse a sí mismos, con respecto a su salud. Siempre dicen que “están bien”. Parte de la demostración de hombría –tradicionalmente entendida–  es ser fuerte y autosuficiente.  Pedir ayuda no es de hombres, es signo de debilidad, algo femenino.

Los hombres consideran innecesarias las consultas médicas y los exámenes de rutina con fines de prevención. No es su costumbre. Acuden a la consulta solo en caso de síntomas muy marcados, cuando no pueden más, o por presión de familiares muy cercanos. Suelen resistirse a la toma de medicamentos, con excepción de aquellos que los hagan más fuertes, creyendo que así son más saludables.

En términos emocionales, los hombres no saben identificar los síntomas de la depresión ni de la ansiedad.  Ante cualquier crisis emocional suelen escapar de sí mismos a través de adicciones ya sea al trabajo, al juego, a las redes, al alcohol, a sustancias psicotrópicas o cualquier otro consumo o actividad que les permita evadir la sensación o los problemas. No se ven pero son débiles, son humanos.

Los especialistas en salud y masculinidad, decimos: el machismo mata

Mientras más avancemos en cambios socioculturales, en que la sociedad, las familias, las escuelas, los medios transmitan mensajes más tolerantes a la expresividad masculina, a cambios en la manera en que los hombres se ven a sí mismo y se liberen de los rígidos patrones del machismo, tendremos hombres más saludables, más satisfechos consigo mismo, familias más tranquilas y sociedades con mejor calidad de vida. 

En el mes del bigote, reflexionemos sobre el ser hombre y su salud.  Hagamos algo por cuidarla.  Siempre saldremos ganando.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Niños y niñas en la guerra

Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.