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OPINIÓN · 23 JUNIO, 2023 05:30

La economía está fregada

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Oscar Doval

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QUÉ CHÉVERE
QUÉ INDIGNANTE
QUÉ CHIMBO

Hay pocos temas sobre el devenir del país puestos sobre la mesa de nuestra gente. Cuando hacemos pulsos de calle, al venezolano común y corriente, poco le preocupa los temas políticos nacionales e internacionales relacionados con Venezuela. Casi no se habla de la cruzada anticorrupción, las sanciones, la renuncia de los rectores oficialistas del CNE, las primarias de la oposición o la visita del presidente de Irán y del fiscal de la Corte Penal Internacional.

Las conversaciones de la gente son acerca del descenso del consumo, lo caro que está todo, los bajos salarios, el desastre de los servicios básicos y la escasez de combustible, esta última, especialmente en el interior del país.

La economía en lo macro

Tras una contracción económica de 75 % en el nefasto pasado reciente de hiperinflación, durante los años 2021 y 2022, vivimos un crecimiento del 8 % y 12 %, respectivamente.

La dolarización de facto de la economía, sumada a una tímida activación de la industria petrolera, el ingreso por exportaciones de oro y otros rubros no tradicionales, las ingentes remesas, la dolarización de salarios, el “rebusque” de mucha gente en el comercio informal dieron aliento financiero al país.

A lo anterior se sumó un claro viraje del gobierno hacia una economía de mercado, en virtud de la cual no tiene cabida el control de precios, la centralización de la economía y la vulneración de la propiedad privada. Sorprendentemente, una disciplina fiscal y monetaria sin precedentes hizo que variables macroeconómicas como la inflación y la tasa de cambio vieran cierta estabilidad después de varios años de altísimas fluctuaciones.

La inflación comenzó a regularse, pasando de cifras de un 600% anual en 2021 a 340% en 2022, ambas insultantes, pero con tendencia a la mejora. Otro tanto pasó con la devaluación, estimada en 400% en 2021 y 240% en 2022. Además, la producción petrolera pudo estabilizarse en los 700 mil barriles diarios, después de haber manejado durante los últimos años cifras que difícilmente superaban los 300 mil.

Quizás entre las principales variables macroeconómicas, las altas tasas de desempleo y los bajos salarios daban cuenta de que el incremento del consumo no era sustentable en el tiempo. Lejos estábamos y estamos de una recuperación estructural de la economía nacional que pasa por la activación de fondo de los sectores productivos y la generación de empleos adecuadamente remunerados. Pero al menos, durante los últimos dos años, la gente tuvo una sensación de mejora económica.

El oasis de la activación económica se ha visto enturbiado este año producto de los limitados ingresos nacionales por las limitadas exportaciones y el “desangramiento de la caja del gobierno” debido a la corrupción administrativa recientemente revelada.

La economía en lo micro

Consecomercio, en días recientes, reveló que el consumo durante los primeros cinco meses del año había decrecido un 21 % en comparación con lo visto en 2022.

El consumo fundamentalmente se concentra en el sector de alimentos, estimándose en diferentes estudios que en este rubro representa entre un 50 % y 60 % de las compras realizadas en el país. La salud, especialmente entendida como compra de medicamentos, comprende un 14 % a 15 % del consumo nacional. Diversión (básicamente alcohol) e higiene comprenden un 6 % a 8 % del consumo de los venezolanos. Un escaso 5 % gastamos en vestido, calzado y vivienda. Otros rubros, como educación y servicios apenas aparecen reflejados en el consumo.

Según reportes de la Encovi (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida) el ingreso promedio del venezolano (muy asimétricamente distribuido), puede estimarse en 150 dólares mensuales, la canasta alimentaria familiar publicada por el Cendas en abril de este año, fue estimada en 526,27 dólares, lo que de entrada revela que la familia venezolana puja apenas por sobrevivir.

El 80% del consumo nacional se concentra en la región central del país, específicamente en Caracas, Valencia, Maracay y Barquisimeto. Más de la mitad de la actividad económica se da en Caracas. El interior del país, en general, vive las penurias de menor poder adquisitivo sumado a mayor precariedad en los servicios básicos y escasez de combustible.

Más allá de la distribución geográfica, ha habido una redistribución del consumo en las zonas urbanas que nada tiene que ver con lo que estamos acostumbrados. Así, las tradicionales zonas de clase media, en las que solían vivir profesionales o empleados formales, actualmente se encuentran muy empobrecidas y el consumo ha disminuido ostensiblemente. Por el contrario, en algunas barriadas populares, más sumadas al comercio informal, puede encontrarse mayor capacidad de adquisitiva.

El precio determina el consumo

En cuanto a la conducta de consumo, esta se encuentra fuertemente influenciada por el factor precio, observando que los venezolanos buscan alternativas más económicas al realizar sus compras. Esto puede observarse en todos los niveles sociales, no solo en las clases menos privilegiadas.

Por otro lado, se ha visto un aumento en la compra de productos importados, ya que suelen tener precios más accesibles que los productos locales.

El mercado de nicho, entendido como aquel que ofrece productos más exclusivos y costos, y que difícilmente supera una masa crítica de mercado de 1 millón de venezolanos, se encuentra completamente saturado. Bodegones, restaurantes, farmacias y clínicas de lujo se encuentran vacíos.

En cambio, aquellos negocios que ofrecen productos con precios más bajos y que pueden llegar a aspirar a una base de consumo sobre los 10 millones de personas, logran sobrevivir e incluso en algunos casos, resultan exitosas empresas.

El reto que hoy tienen los comerciantes y empresarios venezolanos es el cómo hacerse de un portafolio de productos que satisfagan las necesidades de consumo masivo, con precios bajos y una calidad aceptable. Ese espacio de mercado, muy conocido por cierto por nuestros vecinos colombianos y brasileños, es sin duda el foco que debería tenerse.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Los desmanes de Trump y nuestra economía

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A lo anterior se sumó un claro viraje del gobierno hacia una economía de mercado, en virtud de la cual no tiene cabida el control de precios, la centralización de la economía y la vulneración de la propiedad privada. Sorprendentemente, una disciplina fiscal y monetaria sin precedentes hizo que variables macroeconómicas como la inflación y la tasa de cambio vieran cierta estabilidad después de varios años de altísimas fluctuaciones.

La inflación comenzó a regularse, pasando de cifras de un 600% anual en 2021 a 340% en 2022, ambas insultantes, pero con tendencia a la mejora. Otro tanto pasó con la devaluación, estimada en 400% en 2021 y 240% en 2022. Además, la producción petrolera pudo estabilizarse en los 700 mil barriles diarios, después de haber manejado durante los últimos años cifras que difícilmente superaban los 300 mil.

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El consumo fundamentalmente se concentra en el sector de alimentos, estimándose en diferentes estudios que en este rubro representa entre un 50 % y 60 % de las compras realizadas en el país. La salud, especialmente entendida como compra de medicamentos, comprende un 14 % a 15 % del consumo nacional. Diversión (básicamente alcohol) e higiene comprenden un 6 % a 8 % del consumo de los venezolanos. Un escaso 5 % gastamos en vestido, calzado y vivienda. Otros rubros, como educación y servicios apenas aparecen reflejados en el consumo.

Según reportes de la Encovi (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida) el ingreso promedio del venezolano (muy asimétricamente distribuido), puede estimarse en 150 dólares mensuales, la canasta alimentaria familiar publicada por el Cendas en abril de este año, fue estimada en 526,27 dólares, lo que de entrada revela que la familia venezolana puja apenas por sobrevivir.

El 80% del consumo nacional se concentra en la región central del país, específicamente en Caracas, Valencia, Maracay y Barquisimeto. Más de la mitad de la actividad económica se da en Caracas. El interior del país, en general, vive las penurias de menor poder adquisitivo sumado a mayor precariedad en los servicios básicos y escasez de combustible.

Más allá de la distribución geográfica, ha habido una redistribución del consumo en las zonas urbanas que nada tiene que ver con lo que estamos acostumbrados. Así, las tradicionales zonas de clase media, en las que solían vivir profesionales o empleados formales, actualmente se encuentran muy empobrecidas y el consumo ha disminuido ostensiblemente. Por el contrario, en algunas barriadas populares, más sumadas al comercio informal, puede encontrarse mayor capacidad de adquisitiva.

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Por otro lado, se ha visto un aumento en la compra de productos importados, ya que suelen tener precios más accesibles que los productos locales.

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El reto que hoy tienen los comerciantes y empresarios venezolanos es el cómo hacerse de un portafolio de productos que satisfagan las necesidades de consumo masivo, con precios bajos y una calidad aceptable. Ese espacio de mercado, muy conocido por cierto por nuestros vecinos colombianos y brasileños, es sin duda el foco que debería tenerse.

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