A tres años de su partida
Lía Bermúdez es una de las figuras más prominentes del arte contemporáneo en Venezuela. Nacida el 9 de diciembre de 1924 en Caracas, su trayectoria se entrelaza con la evolución del arte venezolano y la búsqueda de nuevas formas de expresión.
Desde muy joven mostró interés por el arte, lo que la llevó a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas en 1940. Allí tuvo la oportunidad de formarse con destacados artistas y educadores de la época como Jesús Soto, entre otros, lo que la llevó a explorar diversas técnicas y materiales.
Lía se destacó por su capacidad de experimentar con la escultura en diferentes formatos, utilizando tanto la pintura, como el metal y la cerámica. Su trabajo abarcó diversas temáticas, pero siempre se mantuvo enfocada en la identidad cultural y la memoria colectiva, temas que resonarían en su obra a lo largo de los años.
Uno de los aspectos más notables de su trabajo fue la habilidad para integrar materiales tradicionales con técnicas modernas, creando piezas que no sólo son visualmente impactantes, sino que también cuentan historias y representan una reflexión profunda sobre la condición humana y la sociedad venezolana.
Su enfoque en la escultura ha permitido que sus obras sean apreciadas no sólo como objetos estéticos, sino también como vehículos de comunicación y reflexión. Su estilo ha sido definido por los conocedores como una síntesis entre lo abstracto y lo figurativo, explorando formas orgánicas que evocan tanto la naturaleza como elementos de la cultura popular.
A lo largo de su carrera realizó diversas exposiciones individuales y colectivas, tanto a nivel nacional como internacional, consolidándose como una referente en el mundo del arte, entre las cuales destaca la realizada en el año 1992 en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber.
Pero ella no solo destacó como escultora, sino que también fue una incansable promotora de la cultura y una activa participante en el ámbito político, creando espacios que fomentaron el desarrollo artístico y cultural, muy especialmente en la región zuliana, su tierra elegida.
La creación del Centro de Arte de Maracaibo
Uno de los logros más significativos de Lía Bermúdez fue la fundación del Centro de Arte de Maracaibo (CAM), inaugurado en 1991 bajo una iniciativa de la sociedad civil, el gobierno regional y un grupo de amigos, intelectuales y artistas, que luego se constituyeron en su Sociedad de Amigos.
Este espacio no sólo se convirtió en un punto de encuentro para artistas locales e internacionales, también sirvió como plataforma para la educación y difusión del arte contemporáneo. Ella entendió que el arte como instrumento de la cultura debía ser accesible y que su comunidad necesitaba un lugar donde pudiera cultivarse y apreciarse la creatividad.
El CAM no solo albergó exposiciones: ofrecía talleres, conferencias y actividades culturales estimulando la participación de la comunidad, pues su razón epistémica, en su génesis, es la manifiesta vocación popular como centro cultural multidisciplinario. Este enfoque holístico contribuyó por muchos años a consolidar a Maracaibo como un centro cultural de referencia internacional, promoviendo el interés por el arte en las nuevas generaciones.
Sin duda alguna, la creación del CAM no sólo fue un hito en su carrera, sino un regalo invaluable para su ciudad y su país. Un desafortunado cambio de gobierno dejó a sus líderes fuera de juego, perdiéndose todo ese acervo y trayectoria, pero ya se encuentran las fuerzas vivas de la región en fase de recuperación, para garantizar que siga siendo un espacio donde el arte florezca y donde las voces de nuevos artistas resuenen.
Y tiene que ser recuperado porque el legado de Lía va más allá de sus obras individuales. A través del CAM inspiró a numerosos artistas emergentes y fomentó un sentido de comunidad y pertenencia en torno al arte. En efecto, ella fue por sobre todas las cosas una voz activa en la defensa de los derechos culturales, en la promoción de la educación artística y en el entendimiento de la cultura en sentido amplio, donde todas las expresiones creadoras del hombre tuviesen cabida y su articulación permanente con el eje cultural de los zulianos: el lago de Maracaibo.
Su compromiso con la formación de nuevas generaciones de artistas demuestra su profunda convicción de que el arte es un vehículo poderoso para el cambio social y cultural y que la cultura debía estar al servicio de todos y para todos.
La faceta política de Lía Bermúdez
Además de su contribución artística, Lía se destacó por su compromiso político y su defensa de la cultura. Mantuvo una postura activa en la promoción de políticas culturales que favorecieran el desarrollo artístico en Venezuela, lo que la llevó a colaborar con diversas instituciones gubernamentales para abogar por la modernización de las políticas culturales.
Tuve el privilegio de conocerla durante mi tiempo en el gobierno, a finales de los 90, donde establecimos una relación cercana y colaborativa. Juntas, trabajamos en la modernización del Zulia, reconociendo la necesidad de fortalecer la infraestructura cultural de la región. Lía, con su visión y compromiso, fue fundamental en la implementación de iniciativas que promovieron el arte y la cultura local, demostrando que el arte no solo es una expresión estética, sino también un motor de cambio social y político.
Tengo una anécdota que da cuenta de su compromiso político con el desarrollo y progreso cultural. Maracaibo, 1998. Hace entrada el señor gobernador a un acto solemne. Los integrantes de la orquesta gubernamental designada para engalanar ese día, en lugar de interpretar el himno nacional o el del estado Zulia como corresponde, tocan un réquiem fúnebre, todos vestidos de negro cerrado.
Al día siguiente, en otro acto oficial, al llegar el gobernador, se ponen de pie y le dan la espalda, con un lazo negro en el brazo en señal de luto. Así lo hacen durante varias semanas con cobertura a ocho columnas por el diario más leído de la región también enemistado, aunque por otras razones, con la labor de gobierno.
Esa fue la manera que los músicos encontraron para protestar por las medidas que, desde el gabinete ejecutivo, se estaban tomando para poner orden en las contrataciones colectivas de los empleados y obreros de la gobernación, de la cual ellos formaban parte. Para ese momento estaba yo al frente de una comisionaduría para la modernización del Estado.
Fueron días donde se prestaba mucha atención a los temas de descentralización, privatización, ordenamiento de nóminas, adecentamiento de contratos, lo que implicaba complejas negociaciones con gremios y sindicatos, además de odiosas medidas de ajuste necesarias para asegurar un mejor desempeño del aparato estatal.
Una de las estrategias que nos planteamos para darle más piso político a estas impopulares decisiones, fue la de constituir un Consejo Consultivo para la Reforma, compuesto por personalidades de la región en diversos ámbitos, la mayoría con bastante prestigio y poder de decisión en sus áreas de actuación, con el objetivo de mantenerles informados de primera mano sobre nuestros programas y proyectos, así como contribuir a fundamentar cada decisión que íbamos tomando.
Al producirse e intensificarse todos estos desencuentros con las orquestas, Lía Bermúdez, quien estaba en nuestro comité de reforma y al cual asistía asiduamente por ser una creyente fiel de la eficiencia y el rol del gobierno en el desarrollo regional, se propuso para ser mediadora.
A mí me asombró su determinación, pero se la tomé al vuelo. ¿Quién mejor que ella para buscar espacios de conciliación entre ambas partes, conocedora como era de la dinámica de la gestión cultural local y nacional? ¿Cómo no aprovechar su experiencia cuando fue directora del Instituto Zuliano de la Cultura y Secretaria de Cultura del estado Zulia?
Con disciplina y humildad de aprendiz se leyó todos los argumentos a favor de nuestra posición, se reunió con la gente de recursos humanos de la gobernación, preguntó, se empapó de la materia y fue a reunirse con los directores de las orquestas, quienes tenían la particularidad de ser artistas y, a la luz de nuestras apreciaciones, actuaban como “divos” a los que debían rendirles pleitesía por el privilegio de contar con sus ocasionales servicios.
Lía no solo fue vocera de nuestras intenciones, sino que nos acercó además los puntos de vista de los músicos involucrados en el proceso, lo cual nos ayudó a realizar la labor con más tino y menos enfrentamiento del que habíamos mostrado al inicio. Régulo Pachano Olivares, presidente y Director General del Centro de Arte de Maracaibo por 28 años, se acuerda muy bien de todo esto: “ella desenmascaró al grupo que estaba complicando la gestión del gobernador, porque siempre sostuvo que la dignidad salarial de los artistas debía buscarse sin menoscabo de la hacienda del Estado”. Un pensamiento sin duda alguna modernizador.
Yo quiero destacar con esta anécdota, más allá del resultado final del proceso de negociaciones -que avanzó hasta donde lo dejamos por salir del gobierno en el 2000-, que para mí Lía ejerció en ese pequeño pero significativo acto, una valentía enorme al ofrecerse para entrar en una contienda dura, llena de confrontaciones, algo de lo que nada habría de ganar y mucho podía perder. Y lo hizo de buena fe, sabiendo que su labor de gestora cultural trascendía la gerencia operativa de un centro de arte.
Escultora de mentes
Ella siempre fue consciente de su influencia para mutar haceres culturales desde todos los espacios, no solo desde los artísticos y por ello se supo actora y protagonista, más que espectadora, de los muchos cambios positivos que vivimos de su mano en el Zulia. Lía Bermúdez fue escultora del metal, pero también lo fue de la mente de mucha gente para hacerles entender que el gobierno no es un botín del cual servirse, sino una institución llamada a servir.
Además de su labor al frente del CAM, recuerdo su percutir constante sobre la conciencia marabina y zuliana desde sus espacios, sus colores, su visión de la ensenada portuaria, sus proyectos orientados siempre a fortalecer el imaginario cultural zuliano sin distingos de clase ni academicismos superfluos.
Las dos fuimos migrantes caraqueñas acogidas por la inmensa amabilidad maracaibera y nos unió siempre el deseo de aportar donde fuese necesario, con mucho corazón y buena voluntad. Fue para mí inspiración permanente y ejemplo de fuerza transformadora.
Su vida y obra es testimonio de cómo el arte puede ser una herramienta para la transformación y el fortalecimiento de la identidad de todo un país. ¡Qué orgullo haberla conocido!
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: El patriarcado goza de buena salud