Frente a donde vivo hay una parada de tranvía interurbano, visible desde las ventanas del apartamento que ocupamos. Un vetusto reloj, en realidad, dos relojes con caras opuestas y mecanismos independientes, fijados a un poste en un extremo del andén. Cuadrados, de unos sesenta centímetros por lado, compiten con un más moderno reloj digital instalado al otro extremo del andén. Uno podría pensar que, al instalar el nuevo, debieron retirar el viejo aparato, pero eso no forma parte de la mentalidad europea, apegada a las tradiciones. Sería como pensar que el Big Ben pueda ser alguna vez sustituido por un moderno reloj digital, con lo cual Londres ya no sería la misma, guardando las distancias.

Pero el viejo par de relojes ya sienten su edad, y de vez en cuando uno de ellos se detiene en las doce en punto. Así permanece unos días, hasta que un par de técnicos de la empresa de transporte viene a repararlo. Llegan, remedian y se van. El diario local no informa sobre la reparación, ni nadie hace fiesta con ella. No hay fotos ni mensajes en las redes, donde el alcalde o algún funcionario hace alarde de la reparación. Es que, en estas latitudes, cuando se informa sobre trabajos en una autopista o carretera por los medios de comunicación, es para prevenir a los conductores sobre las molestias que tales trabajos puedan causarles, y para recomendarles vías alternas.

En los países desarrollados, donde las “revoluciones” no han acabado con los procedimientos administrativos normales en cualquiera población civilizada, no se hace una alharaca cuando se repara una lámpara del alumbrado público, se recoge la basura de un parque (basura que los usuarios, educados y civilizados, dejan en contenedores dispuestos para tal fin, y no regada por veredas y espacios con plantas y grama) o se tapan los huecos en los pavimentos de calles o autopistas. Es un servicio normal, y por el cual los ciudadanos pagan un impuesto.Por lo contrario, es señal de subdesarrollo o, más grave aún, de corrupción administrativa, cuando uno se entera por los medios informativos que un poste fue reparado, que una plaza fue objeto de una “Operación Limpieza” (así, con mayúsculas) o que cuadrillas de obreros “sanearon” una avenida.

Ya a comienzos del siglo que corre se comenzaron a notar estas deficiencias. Los generadores de Guri comenzaron a fallar, las líneas de transmisión se deterioraron(las iguanas fueron las culpables) y los propietarios de inmuebles se vieron obligados a tener plantas eléctricas, almacenando combustible de forma no siempre segura, motivo de incendios;  y las plantas de tratamiento de agua dejaron de funcionar, los acueductos comenzaron a filtrar líquido sucio y maloliente, los propietarios de inmuebles se vieron obligados a surtirse de costosos, y no siempre idóneos, pozos privados.

Y los edificios públicos comenzaron a acusar ruina. Escuelas y hospitales, a sufrir filtraciones de las aguas de lluvia por falta de mantenimiento de techos y terrazas. Quirófanos y auditorios inundados, cortocircuitos por cables enchumbados en tanquillas y tableros, mobiliario arruinado por el lodo arrastrado por cursos de agua desbordados, personas desaparecidas por deslaves y derrumbes. Tragedias que no conmueven a la clase dirigente, aislada en su campana de cristal empapelada con dólares mal habidos.

Costará mucho una “Operación Rescate”, cuando volvamos a tener una administración honesta y eficiente,en todo distinta a la que hoy culpa al “Bloqueo Económico”de esta ruina del país.

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