Desde que tengo memoria, en mi casa se hablaba de Doña Adelaida Capriles. Mi papá siempre decía: “si no fuera por ella, tus hermanos y tú no existirían, porque ella fue quien me presentó a tu mamá”.  Y mi mamá, por su parte, a cada rato la situaba como ejemplo. Afirmaba que doña Adelaida estaba muy adelantada para su época y que, así como ella, debía ser la mujer del momento, intelectual, enérgica, siempre con planes qué cumplir, sin dejar de ser una madre abnegada. Conste que tuvo catorce hijos, ocho varones y seis niñas, todos muy exitosos.

Doña Adelaida Ayala Capriles de Capriles nació en Caracas el quince de octubre de 1893, pero vivió una buena parte de su vida en San Esteban. Se casó con su primo Miguel Ángel Capriles McPherson y, como le resultaba difícil trasladarse hasta Puerto Cabello a llevar a sus hijos al colegio, materialmente tenía una escuela en su casa, acondicionó un salón con pupitres y todo. Así, los primeros hijos, aprendieron de ella no solo a leer y a escribir, sino gramática castellana, matemática, historia, geografía y hasta otros idiomas.

Mi madre era muy amiga de las morochas Capriles, Rebeca y Lotty, especialmente de Rebeca. Se conocían desde chiquitas y las mamás, Doña Adelaida y mi abuela, Carmen Teresa Codecido de Feo, se hicieron también muy amigas.

Mi abuela me contó que, en una oportunidad estaban ellas dos conversando cuando otra señora, de la sociedad caraqueña, se les acercó y, con cierta maldad en la voz, le preguntó a Adelaida por su hija María Cora. María Cora, o Cora como también la llamaban, era increíblemente simpática, cosa que me consta, pero no había dado señales de querer tener novio. Y mi abuela la interrumpió diciéndole: “ah, ¿no sabes?, Cora está en Valencia, conoció un muchacho buenísimo y de mucho dinero. Niña, ya están hablando de boda y todo».

Doña Adelaida peló los ojos, como sorprendida, pero disimulando y la otra mujer se fue sin emitir mayor opinión. Adelaida de inmediato le preguntó a mi abuela de dónde había sacado la información y mi abuela le confesó que lo había inventado porque la pregunta de la mujer le había dado rabia y ella quería mucho a Cora. Entonces Adelaida le respondió que todo era verdad. Cora había viajado a Valencia a acompañar a su hermana Lala y, un muchacho “de lo más bueno”, para utilizar una frase de la época, la estaba conquistando. Se trataba de José Rafael Páez Maya, con quien se casó, fue muy feliz y, al igual que su madre, tuvo un muchachero.

En la Caracas de los cincuenta, mi mamá, a pesar de haber nacido en Valencia, era una “chica de la sociedad caraqueña” y eran muchas las fiestas a las que asistía, eso sí, siempre acompañada por su madre, como la mayoría de las muchachas de la época. Rebeca y Lotty no eran la excepción, doña Adelaida siempre estaba ahí. Era mayor que mi abuela, pero no lo parecía, ni siquiera el hecho de ser viuda y que cada hijo para ella, era tratado como si fuera hijo único, con empeño y dedicación.

Mis padres siempre contaban que una vez, Rebeca y mi mamá, con sus progenitoras, irían a un baile en el Club Venezuela, en Caracas, pero la condición era “ir en pareja”. Ninguna de las dos tenía novio, así que Rebeca invitó a un amigo, Antonio Bello Domínguez y este llegó con su mejor amigo, mi papá. La fiesta era elegante y Antonio iba con un flux oscuro, pero mi papá llegó en smoking. Rebeca estaba linda, pero el vestido era corto, en cambio mi mamá iba de traje largo. Así que doña Adelaida decidió que la pareja de mi mamá fuera mi papá y ahí empezó todo. Doña Adelaida, un año más tarde, fue madrina de la boda.

La conocí cuando tenía unos siete años y me impresionó su vitalidad. A esa edad, para mí una persona de setenta años, era una anciana y ella no lo parecía. Tenía más energía que todas las personas de esa edad que conocía, como mis tías, las González Salas. Estaba estudiando piano y practicaba cuatro idiomas. Hoy en día la compararía a Clint Eastwood cuando dice “el viejo afuera”.

Doña Adelaida siempre apoyó a sus hijos. Por nombrar algunos, Miguel Ángel, el mayor, fue presidente y fundador con sus hermanos de la Cadena Capriles, Carlos fue embajador de Venezuela en España durante el gobierno de Rafael Caldera y se dedicó a escribir. Y Renato, uno de los menores, fue el conocido director y dueño de la orquesta “Los Melódicos”, que tanta alegría llevó a los venezolanos por años.

De sus más de setenta nietos, destacan varios, como su nieta María Cora Páez Capriles de Toppel, mi amiga personal con quien comparto mucho en la Sociedad Amigos de Valencia. Cuando le manifesté que quería dedicarle un artículo a su abuela Doña Adelaida Capriles, me regaló uno de sus libros de, “Valencia, Venezuela y el Mundo, Ensayos Periodísticos ,Tomo I”. Comienza el mismo precisamente con una entrevista que ella le realizó a su abuela “Mammy”, Doña Adelaida, el 6 de febrero de 1971, en la revista “Páginas”. Ahí supe que Doña Adelaida tuvo una sección en la misma revista llamada “La Abuela Aconseja” en los años setenta y que fue todo un éxito.

En la entrevista, Cora le preguntó a su abuela qué cualidades debían prevalecer en una mujer y le contestó que debe tener fortaleza para soportar las eventualidades de la vida. Como madre: energía y psicología; animar a sus hijos en la lucha por la vida. Como mujer: ser cordial y humanitaria. Creo que ahí resumió todo.

Doña Adelaida murió en Caracas, a la edad de ochenta años, el 13 de noviembre de 1973, lamentando no haber podido ver el verdadero progreso de su país, pero sin llegar a aburrirse nunca, porque sin duda, cada día los llenó de labores que cumplía con disciplina y buen humor, siendo ejemplo para sus hijos, nietos, bisnietos y para aquellos amigos que, como yo, siempre la admiró.

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