Para los muchos que tenemos la esperanza de un país distinto, que renazca de los escombros, y se encamine hacia un futuro digno; la idea de una rendición ante la hegemonía despótica y depredadora, sencillamente no existe, no puede existir.
La rendición no es sólo bajar las banderas de la lucha, también lo es buscar un espacio de complicidad, a título de oposición política fiel, aunque la cosa se disfrace con habilidad.
Lo segundo está muy extendido. La gente lo sabe. Hay una saturación con respecto al poder despótico, y también con respecto al tablero de enchufes de todos los colores.
Por eso se ansía un cambio radical, de raíz, que es un asunto muy distinto al extremismo violentista, que ha inventado la hegemonía para descalificar a sus opositores reales; y que los opositores de cartulina secundan encantados.
Estos se rindieron hace tiempo. Y le han sacado beneficios a la rendición. La mayoría de la población se da cuenta y por eso apoyan el cambio radical.
No al poder establecido, y no a los que se han rendido a tal poder. En cambio, sí a la reconstrucción integral de la nación, que llegará mientras haya lucha decidida para lograrlo.

 

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