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Foto: Referencial / Cortesía Urgente 24

María Pérez solía disfrutar con su familia en su hogar de Caracas. Los domingos eran sagrados: se reunían alrededor de la mesa para compartir historias, risas y la sopa que preparaban juntos. Pero desde que su esposo Juan decidió migrar a Colombia en busca de mejores oportunidades, esas comidas han dejado de ser las mismas.

«Juan y yo siempre habíamos soñado con ver a nuestros hijos crecer aquí, en nuestra tierra», expresó con tristeza. “Pero la situación económica hizo que su partida fuera inevitable».

Juan es ingeniero civil, ahora trabaja en la construcción en Bogotá. A pesar de las largas horas y el trabajo agotador, asegura que al menos puede enviar dinero para las necesidades básicas de su familia.

Este 15 de mayo se celebra el Día de la Familia, una fecha que en Venezuela se vive diferente. Según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), la cifra de refugiados y migrantes venezolanos ha superado los 7,7 millones en el mundo. A pesar de algunos retornos, la salida de venezolanos hacia países vecinos y otros continentes sigue en aumento.

Durante el período 2015-2020, alrededor de cuatro millones de venezolanos huyeron del país, enfrentando la incertidumbre de adaptarse a nuevos entornos y dejando atrás una estructura familiar fragmentada, según el informe del Observatorio Venezolano de Migración «¿Qué se sabe sobre la migración venezolana reciente?”

La separación de la familia Morales

Para la familia Morales, la migración trajo consigo una separación aún más dolorosa. Daniel, un joven de 18 años, tuvo que despedirse de su madre, Elena, y sus dos hermanos menores cuando decidió emprender el viaje hacia Perú.

«Fue una decisión difícil, pero no veía otra salida. No había comida suficiente para la familia ni medicamentos para mi abuela enferma», relató Daniel desde Lima.

Elena, por su parte, vive cada día con la esperanza de que su hijo esté bien y pueda regresar algún día. «Nos comunicamos por videollamadas, pero no es lo mismo. Extraño abrazarlo, sentir su presencia. La casa se siente vacía sin él», dijo Elena, confesando que suele pasar varios minutos al día observando una foto de Daniel en su graduación de bachillerato.

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La psicóloga Carla Burgos analizó el impacto emocional de estas separaciones, e indicó que «vivir alejado de la familia representa siempre estar esperando una llamada por algo que ocurrió. Esperamos esa noticia negativa que va a hacer que movamos cielo y tierra y que nos hará sentir que estamos alejados».

La ansiedad y la frustración calan en cada miembro de la familia, afectándolos de diferentes maneras y ritmos.

El sueño americano de la familia González

La familia González vivía cómodamente en Valencia hasta que la crisis económica los golpeó duramente. Miguel, el padre, perdió su empleo como gerente de una empresa importadora, y la situación se volvió insostenible. Decidieron migrar a Estados Unidos, pero solo pudieron hacerlo en partes. Primero viajó Miguel, luego su esposa Ana, y finalmente sus hijos, Camila y Andrés.

«Nos tomó dos años reunirnos nuevamente», contó Ana desde Miami. «Fueron años muy duros, especialmente para los niños. Camila lloraba todas las noches porque extrañaba a su papá». Ahora, aunque están juntos de nuevo, el trauma de la separación de la familia ha dejado cicatrices profundas en los corazones de todos.

La situación de la familia González refleja un aspecto que Burgos también menciona: «La casa que se dejó se va envejeciendo, las cosas se van gastando, los carros se van echando a perder como decimos en mi tierra. ¿Qué queda? Fortalecer los vínculos y ahí es cuando la familia venezolana tiene todo para poderlo hacer». Enfocarse en lo que tienen y no en lo que falta, y mantener el sentido de lucha y resiliencia, son fundamentales para sobrellevar estos tiempos difíciles.

Testimonios de esperanza

La migración venezolana ha dejado huellas imborrables en millones de familias. Sin embargo, en medio de la adversidad, también hay historias de resiliencia y esperanza.

María Pérez, a pesar de la distancia con su esposo, ha encontrado en su comunidad una red de apoyo inquebrantable. «Mis vecinos me han ayudado mucho. Nos cuidamos entre todos. Aunque no es lo mismo, al menos no me siento tan sola».

Daniel Morales, aunque enfrenta desafíos diarios en Perú sin su familia, sueña con estudiar una carrera universitaria y regresar a Venezuela algún día para ayudar a reconstruir su país. «Quiero ser ingeniero, como mi padre. Sé que no será fácil, pero estoy dispuesto a trabajar duro por ello».

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Ana González, por su parte, logró establecer un pequeño negocio en Miami y sueña con darles a sus hijos un futuro lleno de oportunidades. «La migración nos ha enseñado a valorar lo que realmente importa: estar juntos y apoyarnos como familia», reflexionó.

Un futuro por construir

La migración venezolana ha fracturado muchas familias, pero también ha revelado la increíble fortaleza y capacidad de adaptación de sus miembros. Cada historia es un testimonio de amor, sacrificio y esperanza. Aunque las separaciones sean dolorosas y las dificultades inmensas, la esperanza de un futuro mejor y la posibilidad de un reencuentro sostienen a estas familias en su travesía.

En medio de la incertidumbre y los desafíos, los venezolanos continúan mostrando al mundo  su inquebrantable deseo de un mañana mejor. Como señaló Burgos, «el amor trasciende fronteras y la familia brinda esa dulce sensación de siempre tener un hogar en el corazón».




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