Ya no somos dueños de nada

Seguiré defendiendo el derecho de ser dueño de mis cosas. Mi casa siempre estuvo llena de libros y ahora el lugar en el que vivo también lo está
Generado con IA

Algunas de las cuentas que sigo en redes sociales, y que considero que tienen un ojo crítico ante el día a día de nuestra sociedad, últimamente han decidido traer a colación un tema que solemos ignorar.

Estos internautas se han dedicado a recordar a su audiencia que, en general,  ya no somos dueños de nada. Los productos que antes poseíamos ahora se han vuelto servicios de pago a los que se accede a través de un aparato electrónico. Los álbumes de música, los periódicos, los libros en físico y las películas ya no nos pertenecen; no podemos tocarlos, abrazarlos y sentirlos. La experiencia sensorial ha quedado reducida a ingresar a una plataforma con usuario y contraseña, y acceder a un catálogo digitalizado.

Indudablemente, se trata de una nueva era que ya se ha instaurado en la actualidad. Esta máscara de modernidad, por otra parte, puede llegar a hacer pasar este problema como algo positivo, aunque creo que la realidad tiene ciertos matices.

Veamos el caso de los libros, por ejemplo, que casualmente es el que menos probabilidades tiene de representar un vuelco absoluto a las pantallas. A las editoriales ya no solamente les interesa la calidad de la obra que está impresa en las páginas que ellos mismos comercializan; ahora han tenido que hacer del papel una experiencia completa, con portadas llamativas, texturas, regalos incluidos y demás. Tienen que darle un valor adicional a la presentación en físico, para evitar que lo digital los devore por completo y las imprentas todavía tengan cierta rentabilidad.

Todo esto tiene un simbolismo mucho mayor del que parece. Como dije al principio, la situación nos ha llevado a no ser dueños de nuestros propios objetos, del arte que nos gusta. El día menos pensado, las plataformas pueden sufrir desperfectos, aumentar las tarifas de acceso o sencillamente decidir que eso por lo que pagaste ya no es tuyo.

Además, creo que tener un libro en las manos—hablo de este caso porque es el tema que nos compete en Mar de Letras, pero es aplicable a la música y otros rubros— es algo que confiere una conexión especial con el autor; es como si él estuviera dispuesto a contarte un secreto, a la vez que te permite palpar el esfuerzo de años que le llevó confeccionar esa obra.

En lo particular, seguiré defendiendo el derecho de ser dueño de mis cosas. Mi casa siempre estuvo llena de libros y ahora el lugar en el que vivo también lo está. Lo llené yo, con ejemplares nuevos y usados que he comprado en estos años y que puedo ojear y admirar, además de rememorar buenos momentos con aquellos que ya leí. Esa sensación es indescriptible y vale la pena luchar para que las generaciones del futuro también puedan experimentarla.

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