Una pregunta he dejado abierta en el artículo pasado, precedida por una afirmación inquietante y difícil de digerir: no tenemos universidad autónoma, me refiero a la Universidad Central de Venezuela, el gran desafío es reconquistarla, reconstruirla, revivirla, ¿podremos?
La pregunta nos implica y se ubica en un contexto caracterizado por más de 20 años de un sistema de dominación, ajeno a la democracia, en el que se ha acentuado el quiebre institucional. Adicionalmente, podemos decir que la pandemia y la pospandemia sirvió como el gran acontecimiento que dio paso a la intervención de facto de las universidades autónomas.
Todo empezó con la intervención presupuestaria, luego la nómina y, finalmente, con la toma de los espacios físicos de la UCV. Quienes mandan en el país tienen claro que todo poder es físico, concreto, territorial. Lo que el filósofo Michel Foucault llama “biopoder”, en alusión a las prácticas de dominación de los cuerpos y de la población.
Como universidad tenemos la responsabilidad de interpretar a fondo y develar las estructuras que sostienen el poder dictatorial, denunciarlo y ofrecer vías alternas de acción sobre la base de la investigación. Eso es una universidad autónoma, una institución que estudia, interpreta y ofrece posibilidad de acción sobre la base del conocimiento de la historia.
La universidad autónoma no se mueve en imposturas ni convencionalismos; por lo menos, esa es la universidad a la que apuesto. Debemos reconstruir una institución que sea capaz de actuar bajo la lógica del contrapoder, no porque sea un partido, ni un movimiento político, sino porque es una institución que genera conocimiento y abre posibilidades.
Vencer la sombra es plantarse en la claridad que ofrece el pensamiento generado desde la verdad, la profundidad filosófica, antropológica, política. Tendríamos que ser una institución al servicio de la persona, desde ahí ofrecer nuestro apoyo como universidad.
Como ucevista lamento que esto sea solo un sueño, nos hemos convertido en hacedores de títulos, graduamos profesionales que a la postre optan por irse del país porque no encuentran opciones aquí. Nuestra función de investigación y extensión se ha perdido y esto es precisamente lo que busca un sistema totalitario que apuesta por la anulación del pensamiento libre, creador y profundo. No basta soñar una universidad libre y plural, nos toca luchar por un país que lo sea. Nos toca restablecer la democracia.
Lo que espero de la universidad es que no se acomode al poder, nos toca ir contracorriente, animar a una comunidad desmovilizada, con hambre, con muchos profesores y estudiantes que han sido expulsados del país porque no hay oportunidades de trabajo ni ingresos dignos.
El pasado 9 de junio, fuimos convocados para elegir a las nuevas autoridades académicas unas 222.000 personas aproximadamente y solo votamos 30.000, según Jesús Mendoza presidente de la Federación de Centros Universitarios, lo que representa menos de 15% de la población universitaria activa, jubilada y egresada. ¡Un dato revelador y preocupante!
Los que ganaron y los que ganen saben que lo han hecho sobre la base de una comunidad moribunda, que sus propuestas no produjeron entusiasmo, que nos ganó el desgano y la desesperanza. Ojalá se haga una interpretación adecuada a los hechos ¿Podemos soñar una universidad activa, viva? ¿Podremos reconstruirla?
El primer paso será hacerlo desde la resistencia real, sin impostura, ni medias verdades, sino con los pies en la tierra llamando al pan, pan, y al vino, vino. Tocará interpretar que también nosotros y la universidad somos objetos de prácticas totalitarias.
Solo que los regímenes totalitarios logran imponerse a través del control total. Lo van haciendo poco a poco, mediante la acción continua de dominación y terror hasta quebrar las voluntades. Si lo tenemos claro podemos hacer hermenéutica y avanzar hacia la libertad, sin relativizar el mal.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: La política universitaria y la relatividad del mal
La praxis política en Venezuela ha sido consumida por la injusticia.
El trágico accidente con el submario Titan ha llamado la atención sobre el peligroso turismo extremo.
No obstante, una inmensa mayoría de venezolanos está a la espera de recibir propuestas de futuro que encarnen sus deseos más profundos de esperanza.
Avanzado el siglo XXI, de luces e inteligencia artificial, hay países donde todavía se castiga con pena de muerte a las personas homosexuales.
Una pregunta he dejado abierta en el artículo pasado, precedida por una afirmación inquietante y difícil de digerir: no tenemos universidad autónoma, me refiero a la Universidad Central de Venezuela, el gran desafío es reconquistarla, reconstruirla, revivirla, ¿podremos?
La pregunta nos implica y se ubica en un contexto caracterizado por más de 20 años de un sistema de dominación, ajeno a la democracia, en el que se ha acentuado el quiebre institucional. Adicionalmente, podemos decir que la pandemia y la pospandemia sirvió como el gran acontecimiento que dio paso a la intervención de facto de las universidades autónomas.
Todo empezó con la intervención presupuestaria, luego la nómina y, finalmente, con la toma de los espacios físicos de la UCV. Quienes mandan en el país tienen claro que todo poder es físico, concreto, territorial. Lo que el filósofo Michel Foucault llama “biopoder”, en alusión a las prácticas de dominación de los cuerpos y de la población.
Como universidad tenemos la responsabilidad de interpretar a fondo y develar las estructuras que sostienen el poder dictatorial, denunciarlo y ofrecer vías alternas de acción sobre la base de la investigación. Eso es una universidad autónoma, una institución que estudia, interpreta y ofrece posibilidad de acción sobre la base del conocimiento de la historia.
La universidad autónoma no se mueve en imposturas ni convencionalismos; por lo menos, esa es la universidad a la que apuesto. Debemos reconstruir una institución que sea capaz de actuar bajo la lógica del contrapoder, no porque sea un partido, ni un movimiento político, sino porque es una institución que genera conocimiento y abre posibilidades.
Vencer la sombra es plantarse en la claridad que ofrece el pensamiento generado desde la verdad, la profundidad filosófica, antropológica, política. Tendríamos que ser una institución al servicio de la persona, desde ahí ofrecer nuestro apoyo como universidad.
Como ucevista lamento que esto sea solo un sueño, nos hemos convertido en hacedores de títulos, graduamos profesionales que a la postre optan por irse del país porque no encuentran opciones aquí. Nuestra función de investigación y extensión se ha perdido y esto es precisamente lo que busca un sistema totalitario que apuesta por la anulación del pensamiento libre, creador y profundo. No basta soñar una universidad libre y plural, nos toca luchar por un país que lo sea. Nos toca restablecer la democracia.
Lo que espero de la universidad es que no se acomode al poder, nos toca ir contracorriente, animar a una comunidad desmovilizada, con hambre, con muchos profesores y estudiantes que han sido expulsados del país porque no hay oportunidades de trabajo ni ingresos dignos.
El pasado 9 de junio, fuimos convocados para elegir a las nuevas autoridades académicas unas 222.000 personas aproximadamente y solo votamos 30.000, según Jesús Mendoza presidente de la Federación de Centros Universitarios, lo que representa menos de 15% de la población universitaria activa, jubilada y egresada. ¡Un dato revelador y preocupante!
Los que ganaron y los que ganen saben que lo han hecho sobre la base de una comunidad moribunda, que sus propuestas no produjeron entusiasmo, que nos ganó el desgano y la desesperanza. Ojalá se haga una interpretación adecuada a los hechos ¿Podemos soñar una universidad activa, viva? ¿Podremos reconstruirla?
El primer paso será hacerlo desde la resistencia real, sin impostura, ni medias verdades, sino con los pies en la tierra llamando al pan, pan, y al vino, vino. Tocará interpretar que también nosotros y la universidad somos objetos de prácticas totalitarias.
Solo que los regímenes totalitarios logran imponerse a través del control total. Lo van haciendo poco a poco, mediante la acción continua de dominación y terror hasta quebrar las voluntades. Si lo tenemos claro podemos hacer hermenéutica y avanzar hacia la libertad, sin relativizar el mal.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: La política universitaria y la relatividad del mal