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Popsicle caro, por Armando Martini
La dolarización, las colas en cafés caros y bodegones no es normalidad, es paz perversa

 

@ArmandoMartini

Intrigado en el kiosko de la esquina, sonsaqué al dueño: ¿por qué la nevera no tiene helados como antes? “Están caros”, me dijo. Y, resignado con tono molesto, ripostó “para disfrutar un helado hay que ser cleptómano, bolichico y enchufado”. Dejando irrumpir del alma malograda la frustración. Luego, conversando una vecina de mucha estima, me dice: “Dejé de comprarlos; no saboreo uno hace años”, respondió áspera al infortunio.

En la revolución castro socialista chavista, el popsicle, o paleta de helado, es un artículo de lujo. Estulto quien piense que Venezuela se compuso.

Aunque “filósofos” e “intelectuales” absortos en la timidez mental, elucubren pusilánimes el provecho milagroso de una recuperación económica, que garantizaría la victoria electoral opositora. Decepción e incumplimiento de expectativas. Amor no correspondido.

Si fueran solo helados señalaría que es frivolidad preocuparse. Pero sucede con toda la cesta básica alimentaria, a menos que esté afiliado al régimen de la bolsa Clap con productos de precaria calidad y dudosa procedencia. Consumir carne o pescado es para acaudalados poderosos y millonarios privilegiados, tanto de cuna y tradición, como los ladrones nuevorricos que por temores, prevenciones y dificultades a las sanciones, o de vagabundería hereditaria desatada, deben gastar en la Caracas mentirosa y dilapidadora lo que es un riesgo derrochar en Madrid, París, Roma, Miami o Nueva York.

Está el calvario del que compró una camioneta blindada, usada pero bien cuidada, que pareció interesante por los 50 000 dólares que tenía ahorrados después de mucho trabajar; ahora gasta un dineral en gasolina y no consigue repuestos. Sin embargo, no todo es malo. Policías y soldados saludan con respeto y reverencia “pase adelante señor” creyendo que es un jefazo castro-madurista.

El fanático cervecero de toda la vida, devoto incondicional de Polar y entusiasta magallanero, ahora raciona. No le alcanza y, para colmo, las importadas son más baratas y no tan buenas. Ni el que se demora con el pago en dólares -ahora tributado- del colegio donde a duras penas mantiene al hijo, y del servicio internet que debió contratar adicional, cuando se hartó de quedarse sin conexión con la CANTV. Salvo contadas excepciones, lo que vivimos en Venezuela sufrimos padecimientos iguales y angustias similares. ¡Deleites de la robolución!

¡Venezuela se está recuperando! Mugen emocionados y braman estimulados, excitados factores de la oxigenación cohabitante. No es verdad. Es una ilusión, alegría de tísico, rebote de la profundidad recóndita e insondable a la oscuridad indescifrable. El socialismo del siglo XXI es un fraude y por eso, se esfuma.

Cada vez son menos las veces que se refieren a ese tiempo ignominioso, abominable y deshonroso promovido por el embustero manipulador eterno. Se ha vuelto sal y agua, en la forma y práctica con la dolarización, leve apertura económica, cobro de la gasolina en dólares, aumento de los servicios públicos, impuestos directos e indirectos, devolución de empresas -robadas- expropiadas. Militares apartados de cargos estratégicos en el gobierno, gobernaciones y alcaldías. Por último, aliñados con el acercamiento grato, cordial y emocionado del imperio estadounidense.

Algunos vieron nacer y de forma progresiva observan la muerte del socialismo bolivariano del siglo XII; quizás ya falleció y no se dieron cuenta. Analistas conjeturan que el chavomadurismo en un dilema, en una disyuntiva sin alternativa, se vio obligado a dar un vuelco en su nefasta política económica, para mantenerse en el poder. La indigencia ya no era soportable.

Los que albergan asaces honorarios de tontos útiles, conciben apendejeados como normalización la construcción de unos cuantos edificios de lujo, remodelación casas y apartamentos, reactivación de club sociales, inauguración de tiendas, bodegones y automercados surtidos de productos y mercancía importados; gente haciendo cola en licorerías, bares, restaurantes y cafeterías ubicados en zonas de alto poder adquisitivo, donde más del 90 % no puede comprar nada, conformándose con mirar. Eso no es normalidad es paz perversa. Vergüenza de exponer imperfecciones.

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