Desde 2021 César y Jennifer están juntos. Pero desde antes tenían sueños y pasiones compartidas: la música es la principal fuerza entre ellos dos. Forman el dúo ‘Chocodélicos’, que va más allá de interpretar canciones. Este concepto intenta descifrar su estilo de vida, que no es nada sencillo ni acomodado. Los contratos para hacer presentaciones no son frecuentes ni cuantiosos en pago, por lo que los buses y semáforos son sus principales escenarios.

“Salimos a la calle a buscar el sustento. Hacemos lo que nos gusta. Es lo que aprendimos”, dice Jennifer Foster, con voz firme y segura. Su postura al hablar es de una persona preparada para responder lo que se le pregunte. Erguida y atenta.

César González interviene: “Es una forma de vida, nos enfrentamos a la cotidianidad con las herramientas que tenemos”. Se refiere a su cuatro y a la flauta melódica que ejecuta Jennifer. No siempre son bienvenidos en la unidad de transporte: a veces hay malas caras o insultos. Pero la regla general es la sonrisa de quien los escucha cantar.

“A veces no tienen dinero, y nos dan comida”, dice Jennifer sonriendo. “O abrazos”, completa César, con una expresión de alegría. “Eso también es importante”, remata.

De esos toques en los autobuses y en los semáforos dependen sus principales ingresos. Su jornada comienza temprano, con la preparación del desayuno, a cargo de César. Alimentan a su hijo de 11 años, que ya va al liceo, y salen a trabajar.

El cronograma y el repertorio se definen sobre la marcha. “A veces nos quedamos en Naguanagua, o seguimos hasta la Bolívar, hasta la Cedeño, y volvemos cuando ya tenemos suficiente para comer y otras cosas”, comenta Jennifer. 

El arte callejero no es delito

A diario Jennifer y César se enfrentan a la ciudad, unas veces más hostil que otras, pero siempre con saldo positivo. Más allá de conseguir el sustento para su familia, los ‘Chocodélicos’ están montados en una campaña que busca eliminar el estigma que asola a los artistas callejeros: son comparados con delincuentes.

Ambos son cantantes y pertenecen a la Coral Polifónica de Naguanagua. Sus presentaciones privadas sí se dan, pero no abundan. No amedrentan, ni presionan a los pasajeros de los autobuses. El aporte después de su canción es voluntario.

Están muy lejos de ser ‘charleros’. No llevan a bordo una excusa falsa para que les den dinero, solo dejan drenar su arte, su música. Son temas tradicionales, de la cultura popular latinoamericana que versionan con sus dos instrumentos y sus voces.

Lo que pasa es que no se puede meter en el mismo saco al muchacho que vende chocolates o lápices, al que pide en tono amenazante y admitiendo que acaba de salir de la cárcel, al que relata una historia médica falsa y a los que prestan su talento para llevar más liviano el día a día.

“Necesitamos la mayor ayuda. La cultura es fundamental en el desarrollo de una sociedad. Los artistas también necesitamos satisfacer necesidades básicas”, admite Jennifer. 

Ambos piden más respecto a lo que hacen. Algunas veces reciben maltratos. Han visto que algunos otros artistas se los llevan presos, sin que estén dañando a alguien. Siempre son más los buenos momentos.

Jennifer recordó cuando los contrataron en un restaurante en La Entrada. Una mujer preparó una cena sorpresa para su esposo y ellos pusieron la música. Fue una velada muy bonita, en la que se divirtieron mucho. 

Chocodélicos, más que música callejera

Jennifer y César son multifacéticos, pues no sólo son músicos. Ambos tienen un pequeño emprendimiento de chocolate, que se activa intermitentemente, dependiendo del capital que tengan para trabajar. Hace la barra desde cero, desde la semilla de cacao.

También conocen las técnicas de fermentación y macerado para la fabricación de licores artesanales, que fabrican de casi cualquier fruta.

Solo tocarles el tema, abre otra ventana para una nueva conversación. Cada uno comienza a explicar cómo hacen una cosa o la otra. De nuevo la pasión, tal como con la música, se refleja en sus ojos y las ideas que expresan.

El combo de los Chocodélicos lo completan piezas de tejido: César lo hace con la técnica de macramé y Jennifer con agujas. 

Jennifer y César comparten el sueño de sacar este proyecto adelante. Saben que los obstáculos son muchos y que su trabajo diario es desafiante y difícil, pero no está en su planes dejarlo todo.

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