Esta semana ha sido un auténtico mar de letras para mí. Entre otras cosas, he terminado El miedo a la libertad de Erich Fromm, pero considero que prefiero elaborar más adelante una columna con respecto a esta lectura tan densa. El tiempo y las responsabilidades no me lo permiten de momento. En su lugar, hablaré de otro libro que también terminé y que estaba en mi lista de pendientes desde que lo descubrí en la sección de autores locales de la librería margariteña Tecnibooks. Se trata de un texto biográfico sobre Fucho Tovar escrito por Francisco Suniaga.
Estos son dos personajes de peso para mí; se trata de uno de los fundadores de los Guaiqueríes, un equipo convertido en fenómeno social al que le he dedicado parte de mi pasión en el mundo de las letras. El otro es un novelista que me ha permitido acercarme a la literatura que se produce en el país actualmente. La idea de que uno escriba sobre otro me sedujo de inmediato y me llevé un ejemplar sin pensarlo mucho.
Lo primero que debo decir es que este es uno de esos textos que cuentan con la virtud de no ser ubicados dentro de una única categoría. Suniaga decidió tomar la vida de una de las personalidades más emblemáticas de la historia de Margarita y contarla a través de las voces de quienes interactuaron con él. De esta forma permanece tras la sombra mientras los demás le dan volumen al biografiado con sus testimonios.
Este recurso, además, le permitió abordar temas personales, como el carácter del empresario en casa, sus relaciones interpersonales y algunos problemas de los que era acusado frecuentemente. En ocasiones fueron sus propios hijos quienes aportaron detalles sobre los aspectos no tan positivos a este retrato, cuya honestidad no excluye el carácter solemne que envolvía a Tovar.
Fucho vivió una vida interesante: salió de la Nueva Esparta de principios del siglo pasado, muy distinta a la de hoy en día, y construyó un imperio en el mundo de los negocios a través de su propio esfuerzo. De cierta manera, contribuyó a forjar con sus propias manos una de las épocas de mayor esplendor para una provincia que nada tenía que ver con la capital.
Dejó, además, un legado humano invaluable. Todavía hay personas que hoy recuerdan con nostalgia sus programas de becas que graduaron a decenas de margariteños que no tenían la oportunidad de salir adelante. Y, por supuesto, no se puede dejar de lado su labor con el baloncesto local, que llevó al territorio insular a convertirse en la Meca de la disciplina en los años 70. Quizás este fue el elemento que eché de menos en el libro, pues se pone relativa poca atención a la relación del empresario con la franquicia y las influencias que uno ejercieron sobre el otro.
Creo que es un libro que vale la pena leer si se quiere tener una noción del origen del movimiento empresarial que tanto progreso y cosas buenas trajo a la isla. Aunque también debo decir que la pluma es la de un Suniaga al que uno no está acostumbrado si lee sus novelas. Los párrafos que desarrolló desde su naturalidad frente al teclado me devolvieron brevemente a su estilo habitual.
En fin, este ejemplar debe estar en la biblioteca de cualquier venezolano que quiera entender la realidad actual de su país, y por supuesto, en la de todos los amantes de Nueva Esparta.