En los años setenta, cuando nosotros, los Correa Feo, vivíamos en Madrid, una mañana nos llegó el cónsul venezolano, Henry Véliz, muy amigo nuestro, con un paisano que tenía un problema. Él solía visitar España con cierta frecuencia, porque era amante de Madrid, de Sevilla y de las corridas, así que, para esta oportunidad, se había llevado consigo a tres de sus pequeños hijos para que vivieran esa experiencia española, pero uno de los niños no se sintió cómodo y se quería regresar antes de los diecisiete días reglamentarios. Recordemos que, para esa época, como turista, se podía permanecer en Europa entre diecisiete y cuarenta y cinco días.

Ellos eran Ramón Argenis Villafañe, su hija mayor, Emma y los morochos Wilkinson y José. No sé qué favor tenía que hacer mi papá para que Ramón y sus hijos pudieran adelantar su viaje, pero lo hizo y desde ese día, los Villafañe y nosotros nos hicimos grandes amigos.

A nuestro regreso a Venezuela, Ramón nos invitó a su casa en Los Nísperos, hermosísima, donde conocimos al resto de la familia, América, su esposa, una mujer encantadora, muy venezolana y muy bella y a los otros dos hijos, Ramón y Aldrin. Había dos más que no llegamos a conocer.

Ramón y América se hicieron muy amigos de mis padres. Se visitaban con frecuencia. Tengo entendido que América Caricote de Villafañe, fue la primera mujer en ocupar un cargo de gerente en el estado Carabobo, cuando lo fue de “Comercial Falchuk”, una tienda de electrodomésticos, ubicada de la Plaza Bolívar.

Mi padre recordaba que Ramón, además de amar la política, especialmente el socialcristianismo, era un hombre de gran corazón. Mucha gente lo amaba por su generosidad. Le encantaba la poesía y la historia, además del boxeo que lo llegaba a practicar con sus amigos. Y por supuesto, su familia para él era lo más grande.

Por cierto, en la época en que América era gerente de “Comercial Falchuk”, Ramón Villafañe ocupaba un alto cargo en “Comercial Lorenzi”. Debido a algunas desavenencias, decidió retirarse y fundar “Comercial Villafañe” en Puerto Cabello, con una posterior sucursal en Valencia.

Esa tienda de Valencia la conocí. Ahí fue donde, a finales de los setenta, recién llegados de España, Ramón, con toda su amabilidad, encanto y gracia, nos dio a la venta, por un precio irrisorio, tal vez por su agradecimiento y bondad, dos artefactos completamente nuevos para nosotros, un Betamax y un horno de microondas. En ese momento lo que queríamos era disfrutar de ambos tanto en familia como con todo el que llegara a visitarnos.

El hecho de que el plato no se calentara en el microondas siempre era un truco impresionante que a mi papá le encantaba mostrar. Y el Betamax, ¡qué maravilla poder grabar programas de televisión y ver películas en casa!

Recuerdo que la noche que quisimos ver nuestra primera película, tuvimos una gran frustración, porque no tenía subtítulos y la única que entendía bien, era mi mamá, que hablaba inglés, pero el resto de la familia, quedó muy decepcionada.

Mientras mi papá fue a cambiar aquella película por “Victoria en Entebe”, muy de moda en esa época, mi hermano Juan Pablo grabó de la televisión, en blanco y negro, otra llamada “Los 13 fantasmas” un film de 1960 que, para mis hermanitos fue, la maravilla más grande que habían visto alguna vez. Se la llegaron a aprender de memoria.

Cuando el VHS entró al mercado valenciano, creímos que el Betamax no iba a permitir que tuviera vida, porque, aunque era muy similar en su funcionamiento, ofrecía muchas más ventajas. El Betamax permitía hacer ediciones caseras, que no lograbas con el VHS.

De hecho en 1983, cuando Sergio Ramos y yo nos íbamos a casar, mi hermano Miguel Ángel, en complicidad con Alberto Acuña, Nelson (Neyo) López, Adriana Salzano y Brian Basso, hicieron una “película” para nuestras sendas despedidas de solteros, totalmente elaborada en Betamax. El guion consistía en la historia de nuestro noviazgo, la boda y la despedida para nuestra luna de miel, logrando que escenas originalmente serias, se convirtieran en circunstancias altamente jocosas. Para ello editaron trozos de películas famosas, como “La Competencia”, “México de mis recuerdos”, “Julia” y un documental sobre los indios Yanomamis, le sumaron sus voces, imitando las nuestras, haciendo un doblaje muy cómico y que siempre les agradecí, porque hoy todavía existe esta maravilla realizada en Betamax y llevada a formato digital por alguno de nuestros hijos.

Ramón Villafañe falleció a comienzos de los noventa, con tan solo cincuenta y un años. Podría decirse que murió feliz, murió bailando, bailaba con América y de pronto se sintió mal. Le dijo a Wilkinson, uno de sus hijos que se iba a recostar porque tenía un dolor en el cuello. Se acostó y vieron cómo de su nariz salían dos hilos de sangre. Cuando llegaron a la clínica más cercana, ya estaba muerto.

Comercial Villafañe es hoy en día parte de la historia de nuestra querida Valencia y Ramón Villafañe, ese buen amigo, siempre estará presente en nuestros recuerdos y en nuestro corazón.

[email protected]

 

Únete a nuestros canales en Telegram y Whatsapp. También puedes hacer de El Carabobeño tu fuente en Google Noticias.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.