En 1985, cuando tenía quince años, mucho antes de que las computadoras aparecieran en nuestra cotidianidad para aliviarnos un poco la vida, trabajé con quien considero un padre más. El Dr. Rafael Bethancourt Moreno, prestigioso psiquiatra y profesor universitario, vecino en la acera de enfrente, amante conocedor de corridas de toros y asiduo visitante de nuestra ya extinta tasca en Guaparo.

Rafael tenía una muy leída columna en El Carabobeño titulada “Sotavento”. Esa inusual palabra de origen marítimo y usada en la tauromaquia, quiere decir algo que está contra el viento. Según me explicó el mismo Rafa, en asuntos de toros, se refiere al sector en la plaza donde el viento sopla en dirección opuesta al sol.

Según entendí, es importante pues el viento puede afectar la manera en que se comporta el toro y cómo se desarrolla la lidia. Como no soy taurómaco, no quiero ahondar en el tema. Pero viene a colación pues me identifico mucho con lo que viví esos años, finales de los ochenta.

De Sotavento a Buenos Aires

Rafa escribía a manuscrito los artículos de su interesante columna y yo, en la máquina de escribir de mi mamá, los tipeaba y me ganaba veinte bolívares, que para la época era buena plata. Podría decir que fue mi primer trabajo. A veces, atrevidamente le sugería a Rafa algunos cambios de redacción o contenido sin perder su esencia. El aceptaba humildemente dentro de su genuina magnanimidad.

Un día, conversando con Rafa, hablábamos de los jóvenes adictos a drogas, un tema tabú para esa época. Le di mi visión al respecto y me invitó a escribir un artículo en su columna, y muy emocionado, lo hice. Aparentemente gustó y el mismo diario me invitó a tener mi propia columna, siendo yo todavía un adolescente.

Mi mamá y yo nos pusimos a pensar en el nombre, y ella me sugirió “Musicus”, que en latín quiere decir -palabras más, palabras menos- un músico cualquiera, bien sea profesional, amateur o alguien que, sencillamente, disfruta de la música. Y así comencé mi columna.

Durante tres años, consuetudinariamente todas las semanas publicaba mi artículo en mi propia columna “Musicus”. Y relataba eventos, obviamente, relacionados con este noble arte sonoro. Desde anécdotas de grandes compositores europeos, pasando por comentarios de la vida musical carabobeña hasta, literalmente, reportajes.

Aprendí empíricamente -y sin internet- a investigar. Tuve el honor de conversar con personajes de la talla de Claudio Arrau, Alicia de Larrocha, Maurice Hasson, Eduardo Mata, Krzysztof Penderecki, y muchos más. Y también me dediqué a destacar a muchos músicos y artistas geniales pero desconocidos, locales y nacionales. Rocé la delicada actividad de hacer crítica musical ya que en ocasiones comentaba sobre conciertos recientes, tanto académicos como populares.

En 1988 dejé de escribir en nuestro querido diario regional. Ese año sucedieron en mi vida eventos que me marcaron y vinieron “a sotavento”. Mi mamá murió. Y sufrí un accidente en una mano por lo cual abandoné mi carrera de pianista. Y otras cosas más que me forzaron a tomar otro rumbo en mi ruta.

Pasaron treinta y nueve años desde aquel primer artículo adolescente. Viví mil experiencias, como cualquiera, como nos pasa a todos. En 2016, en una mezcla de emociones y circunstancias, tomé la decisión de mudarme a Buenos Aires. Y sigo aquí, ocho años después, aprendiendo, creciendo, conociendo y conociéndome. De los inconvenientes aires del Sotavento, a Buenos Aires.

En junio del año pasado fui bendecido con la visita de mi hermana Anamaría, mi cuñado Sergio y mi sobrino César. Vacaciones que se prolongaron por razones que no vienen al caso, pero que me hicieron estar más cerca -físicamente- de mi familia, de sus costumbres, de sus charlas y, por supuesto, de los artículos que Anamaría publica en este mismo diario, en su columna “Desde mi balcón”.

Aun cuando siempre le leía a la distancia, su presencia en Buenos Aires me hizo tenerla más en mis hábitos. Y recordé esos días de columnista adolescente. Y lamenté mucho no haberme traído mis recortes de prensa con esos artículos, que deben reposar en Valencia, en alguna caja con otros tesoros míos.

El hecho es que siento la enorme necesidad de retomar “Musicus” y de continuar hablando de música, músicos y melómanos, de historia, de anécdotas, de personajes, de géneros, para intentar poner en palabras llanas y simples, lo complejo del arte sonoro. Quiero, deseo, necesito hacer que la música se lea en español.

Así que, queridos lectores coterráneos míos, quiero retomar mi pequeña ventana, ahora on line, de mi tan querido diario El Carabobeño, con mi antigua columna “Musicus”, ya en su segunda temporada.

juanpablocorreafeo@gmail.com

 

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