Entre apagones y conformistas, por Alejandro Armas - Runrun
close
Entre apagones y conformistas, por Alejandro Armas
Los hechos oscuros chocan con la perorata de los nuevos amigos, conscientes o inconscientes, de la elite gobernante. Aquellos traficantes del conformismo disfrazados de oposición

 

@AAAD25

Varias veces, durante la perestroika bananera aún en desarrollo, me he puesto a rememorar con familiares y amigos los últimos años del cuasi estalinismo chavista. Sin duda fueron los peores en toda la historia venezolana desde el fin de las guerras civiles. Aunque tal vez fútil y morbosamente banal, esas tertulias incluyeron discusiones sobre cuál fue el año específico más nefasto. Yo suelo argumentar que 2018 se lleva el infausto galardón. Jamás olvidaré la inflación de tres dígitos en un solo mes, así como la perdurable escasez de productos. Todo ello sin que aún hubiera indicios de que el chavismo pensara introducir siquiera la más mínima reforma económica, lo cual hacía del panorama mucho más desolador.

No obstante, sería válido afirmar que en realidad nuestro máximo annus horribilis en términos sociales tuvo una duración que se prolongó algo más allá de los cálculos astronómicos sobre el movimiento de traslación de la Tierra. Pido licencia entonces para una extensión hasta marzo de 2019. Algo así como aquel planteamiento de Manuel Caballero de que Venezuela realmente no entró en el siglo XX hasta la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935. Y si alguien me va a tildar de loco por esta licencia, solo diré que este año se cumple un siglo de aquel debate entre Albert Einstein y Henri Bergson sobre la naturaleza del tiempo, en el cual el filósofo desafió la rigidez matemática y noúmenal en las nociones del físico y pidió que fuesen considerados factores psicológicos.

Ahora bien, ¿por qué la irregularidad (palabra de moda) cronológica abarca hasta marzo. Pues, debido a un evento que también acaba de cumplir años pero que es mucho más triste que la discusión entre Einstein y Bergson. Me refiero al gran apagón de 2019. Mientras que aquel en general fue un año menos terrible que su predecesor, debido a los primeros pasos de la perestroika bananera, si pudiéramos escoger un solo evento que marque el punto más bajo en nuestro descenso a los abismos, sin duda sería aquella oscurana, precisamente tan tenebrosa como la zona abisal de los mares.

Yo no lo viví. Ocurrió durante mi periplo estudiantil en Nueva York. Así que si les dijera que mi angustia y mi sufrimiento por esos días fueron iguales a los de quienes estaban en Venezuela, pues les estaría mintiendo descaradamente. Pero tampoco me lo tomé con indiferencia. Entrar al Twitter venezolano por aquellos días era como leer una transcripción de gritos y lamentos de almas en pena, desesperadas y atormentadas, como los condenados al Averno que Caronte empujó desde su barca en la pintura de Miguel Ángel. Al segundo o tercer día sin luz, durante un paseo por Manhattan para tratar de calmar mis nervios lo que hice fue pensar en mi familia en Caracas y echarme a llorar en plena calle.

Durante las primeras semanas luego de que volviera la electricidad, hubo temores razonables de que la cosa se repitiera. Por suerte, no fue así. Pero el apagón dejó heridas psicológicas que para algunos tal vez nunca cicatrizarán del todo. Se abren un poco con cada corte de luz por horas o solo minutos.

Fue en 2019 cuando me uní, telecomunicaciones mediante, a un grupo de amigos politólogos o de otras profesiones, pero altamente interesados en la política. Están regados por distintas partes de Venezuela y algunos viven en el extranjero. La mayoría está o estuvo radicada en el occidente del país. Son zulianos y andinos. Es decir, habitantes de aquella parte de Venezuela donde los apagones han sido más frecuentes, al punto de volverse parte de la cotidianidad. Pero, con el tiempo, según su propio testimonio, la frecuencia bajó, sin que los cortes de luz desaparecieran del todo. Esta mejora fue circunscrita dentro de los cambios que ha habido en Venezuela a partir de 2019 y que han hecho que la vida en el país sea apenas un poco menos dura que hace cuatro o cinco años.

Ahora los viejos malos tiempos volvieron, con más horas sin luz en las zonas crepusculares del país.

Era algo que se venía dando semanas antes de que el chavismo, en boca del ministro Néstor Reverol, se dignara a reconocer el problema, aunque solo lo hizo en Zulia. En realidad, los apagones se han recrudecido también en Lara, Trujillo, Mérida y Táchira.

Vaya forma de convalidar el discurso de Delcy Rodríguez, quien afirmó que el año pasado «se recuperó en 22 %» el sistema eléctrico nacional, parte de una “rendición de cuentas” ante un parlamento que su hermano preside y que no es más que un apéndice, con fachada institucional, de la elite gobernante (no he querido agregar el problema hídrico por razones de espacio, pero baste con señalar que hasta en la relativamente privilegiada Caracas, hay gente que pasa semanas sin una gota de agua).

Los hechos oscuros también chocan con la perorata de los nuevos amigos, conscientes o inconscientes, de dicha elite. Aquellos traficantes del conformismo que venden la adaptación disfrazada de oposición y que nos pintan un país con más maravillas que el imaginado por Lewis Carroll, y en el que podemos vivir materialmente como ciudadanos del mundo desarrollado, aunque el chavismo gobierne hasta quién sabe cuándo.

Si Venezuela, con su parque industrial casi parado, no puede generar la electricidad para mantener una casa familiar o una escuelita en Mérida o Maracaibo encendidas, ¿qué quedará para las ensambladoras de carros en Valencia? ¿Qué pasaría con este endeble sistema eléctrico si se volvieran a encender los hornos de Sidor? Así una economía no se recupera. Como mucho, puede mantener las burbujas urbanas de importación y comercio de bienes acabados que ya hay.

Levantar los controles de cambio y de precio estuvo bien, pero dista mucho de ser suficiente. Como dijo uno de mis amigos marabinos esta semana, “Venezuela se empezará a arreglar cuando comience un programa serio de estabilización que atienda la pobreza extrema y la situación de los servicios públicos. Lo demás es un chiste”. ¿Podemos esperar algo así de la misma elite gobernante que permitió una desidia tan grande como para que sus conciudadanos pasen más de una semana sin luz? Me parece que no. E incluso si lo hicieran, no habría ninguna garantía de que la nueva prosperidad no sería otra ilusión detrás de la cual está el despilfarro que no deja nada ahorrado para cuando llega la época de vacas flacas.

Solo con un sistema en el que a los políticos les interese el bienestar colectivo, así sea solo por los votos necesarios para obtener el poder, podrán tal vez sanar completamente las heridas que dejó el gran apagón de 2019. Ese sistema es la democracia, y depende de nosotros insistir en buscarla.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es