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La incapacidad de pensar en grados, por Alejandro Armas
Muy rara vez el maniqueísmo y la sensatez son amigos. Ante la frasecilla «Venezuela se está arreglando», hay que pensar en grados

 

@AAAD25

Puede que sea la oración más escuchada en Venezuela, y entre su diáspora global, en los últimos meses. “¡Venezuela se arregló!” o, en su variante por hipérbaton, “¡Se arregló Venezuela!”.

Cualquier cálculo al respecto será arbitrario, pero me atrevería a decir que, al menos al principio, en 90 % de los casos el empleo de la frase era sarcástico, con tono jovial. Cuando se usa en entornos virtuales, es una especie de meme, aunque sin material gráfico. El 10 % restante correspondía a personas que también hablaban en tono irónico, pero con amargura.

Ante cualquier recordatorio de lo mal que está el país (desde un bajón de luz hasta los horrores que siguen viviendo los presos políticos), invocan la expresión para resaltar lo ridícula que es.

Hablé de los porcentajes en copretérito porque ahora esta segunda modalidad de uso se multiplicó. Ridículo, porque ve el «Venezuela se arregló» como un síntoma de una sociedad conformista, que olvidó todos los problemas nacionales para ilusionarse con conciertos en el CCCT y bodegones repletos de Nutella y cervezas Heinecken. Los despistados no han reparado en que casi nadie la dice en serio.

No obstante, la frasecilla de marras, incluso en su dimensión burlona, es parte de una discusión mucho más amplia. ¿Cuánto ha cambiado Venezuela en los últimos tres años, como resultado de la liberalización parcial y caótica de la economía emprendida por el chavismo? Este es el quid de la cuestión en una suerte de sacudida existencial para los pocos venezolanos que aún estamos interesados constantemente por la política y somos ajenos a la elite gobernante. Sus implicaciones van mucho más allá de fríos números de producto interno bruto e inflación. Se traduce en inquietudes sobre estrategia para lograr el cambio político y, más modestamente, estilo de vida individual.

¿Cuánta confianza debemos depositar en la continuidad de la perestroika bananera? ¿Se profundizará o ya alcanzó sus límites? ¿Cuáles son las expectativas realistas de comportamiento de las variables macroeconómicas? ¿Cómo afectará todo aquello el desempeño de mi negocio o el poder adquisitivo de mi salario? ¿Habrá mejoras en materia de infraestructura, de tecnología? ¿Seguiremos estando aislados del mundo democrático? ¿Si somos de los pocos afortunados que no caímos en la pobreza, cómo podemos evitar encerrarnos en una burbuja donde no se ve el sufrimiento de las masas? ¿Debe la dirigencia opositora alterar su mensaje para adaptarlo a un entorno cambiante?

No hay respuestas sencillas para todas o casi todas estas preguntas. Por más que queramos jugar a pitonisas délficas, el futuro es difícil de proyectar. Sonará a perogrullada, pero después de todo no falta gente pendiente de encuestas de intención de voto, augurios sobre el calentamiento global o de… Interpretaciones esotéricas del movimiento de los astros.

El propio presente es complicado, porque la magnitud de la crisis supone que no tenemos un precedente con el que orientarnos. Puede ser difícil considerar al mismo tiempo mejoras a estas alturas innegables y muestras recurrentes de lo mal que seguimos. Pero hay que hacer el esfuerzo, sobre todo si se pretende ser guía en la opinión pública, cosa en la que, a mi juicio, muchas personalidades influyentes de nuestra sociedad civil no han hecho un buen trabajo, prefiriendo ir a los extremos opuestos del optimismo infundado y de la negación total.

Se le atribuye a F. Scott Fitzgerald el siguiente aforismo: “La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”. Puede que sea cierto, pero el acto de equilibrismo sobre cuerda floja que nos atañe no tiene por qué ser una práctica hegeliana tan exigente. La clave está más bien en ser analítico, en el sentido etimológico de la palabra. Es decir, poder separar los distintos elementos de un problema y revisar cada uno.

Así, en cuanto a la Venezuela actual, podremos apreciar que no hay contradicción verdadera. Porque aquellos factores que experimentaron mejoras no son los mismos que están iguales o peores.

Comencemos con lo que sí ha cambiado para bien. Son sobre todo factores macroeconómicos, consecuencia del retiro de varios controles. El cese del control de precio, junto con el levantamiento de algunas barreras arancelarias, prácticamente acabó con la escasez y sus angustias asociadas, como las colas en supermercados. La reducción del gasto público permitió salir de una hiperinflación que casi fue la más larga de la historia universal, aunque en ello también incidió un encaje legal desconcertantemente alto que demoró el crecimiento económico y ha puesto a la banca nacional en grandes aprietos.

Pero ahora el producto interno bruto está volviendo a crecer por primera vez desde 2013, impulsado sobre todo por un empresariado privado que, con menos regulaciones, vuelve a invertir en Venezuela. Eso a su vez supone más empleos formales. Más dinamismo. Más actividad. Probablemente hubo algún aumento en el poder adquisitivo, lo cual explica que nuevamente haya mercado para conciertos de artistas internacionales.

Por otro lado, el grueso de este progreso se concentra en Caracas y, en menor medida, partes de ciudades más pequeñas. Las llamadas “burbujas”. Además, son el comercio y la provisión de servicios (tecnológicos, recreativos, etc.) los que más han crecido, por mucho. A partir del año pasado, productores agropecuarios en algunos ramos también reportaron modestos aumentos de producción. Pero la industria venezolana se mantiene anémica.

Y hay dificultades infernales mucho más palpables para el ciudadano común. Casi toda la población está en situación de pobreza de ingresos. Los servicios públicos son una calamidad. Tal como fue señalado en una emisión reciente de esta columna, los apagones nunca se fueron del todo y ahora volvieron a recrudecerse en el oeste venezolano. El agua falta por doquier, hasta en la capital. Paradójicamente, con cada temporada de lluvia medio país se inunda, porque a los sistemas de drenaje no se les hace el mantenimiento adecuado. Desde Maracaibo hasta Ciudad Guayana hay colas de horas y horas para poner gasolina, con Caracas como único oasis de combustible abundante en medio del desierto.

Nótese que no estoy hablando de política. Si me pusiera a enumerar los desmanes políticos de Venezuela en la actualidad, este artículo sería tres veces más largo.

En definitiva, lo que tenemos es una Venezuela que, en ciertos aspectos, no está tan mal como hace cuatro o cinco años. Pero eso aparentemente a muchos les cuesta procesarlo, porque no se adapta a los simplismos de una visión maniquea del mundo. Entonces, cuando ven a alguien reconociendo las mejoras, montan en cólera y listan todo aquello que sigue siendo terrible. Lo que revelan es una total incapacidad para pensar en grados o matices. Creen que “no tan mal como antes” es sinónimo de “bien”, y que por lo tanto todos los que reconocen la realidad son parte de una narrativa para normalizar el régimen.

Si bien esto es una necedad, no es mentira que hay gente que se aprovecha de las mejoras limitadas para argumentar falazmente que el chavismo se está ablandando, por lo que es la oposición la que está obligada a hacer las primeras concesiones. De ellos ya se ha hablado bastante por acá. Los traficantes de la adaptación disfrazada de oposición. Pero estos sujetos no son las personas, casi siempre jóvenes, que con chanza dicen “Venezuela se arregló”. Estos chamos lo hacen precisamente para recalcar lo increíble que les resulta ver pequeñas mejoras en su calidad de vida luego de tanta catástrofe, buena parte de la cual no ha terminado. Son ellos quienes, sin ínfulas intelectuales, acertaron al pensar en grados, a diferencia de los “notables” que caen o simulan caer en una euforia absurda, y también de los que no reparan en que el regreso de los anaqueles llenos es real y un alivio para todos.

Muy rara vez el maniqueísmo y la sensatez son amigos. El código binario con el que funcionan varias máquinas inteligentes será un prodigio tecnológico, pero sigue siendo limitado al lado del intelecto humano. Aceptemos entonces las infinitas tonalidades de gris. Solo así podremos entender en qué parte del bosque estamos perdidos y cómo podemos salir de él.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es