El oficio de sastre nació con la costumbre de vestir un traje a la medida. Ejercerlo implica inteligencia manual y visual. También requiere instrumentos de trabajo como máquina de coser, tijeras, agujas, dedales, alfileres, tiza de sastrería, hilos y descosedor.

Decía Luis Tomás Izaguirre que el sastre tiene el éxito al rededor de su cuello: si falla en la toma exacta de las medidas, ahorca su trabajo. Pero la reina centenaria del oficio fue la máquina de coser con su oscilante pedal de hierro rectangular que ponía a girar delgadas correas de cuero que movían a la aguja con el hilo de coser pasado por el ojo de su parte de abajo. Una manivela permitía controlar el movimiento y el porta carrete la demanda de hilos.

El florecimiento de las Sastrerías en Valencia ocurrió con la aparición de  dueños y gerentes de empresas comerciales, de las primeras empresas, de altos empleados públicos y personas con suficientes ganancias para adquirir una vestimenta que le proporcionara distinción y comodidad. Los sectores  menos pudientes se compraban un único flux a la medida, llamados “hipócritas” porque su color neutro servía para usarlo en una fiesta como en un entierro.

Los demás mortales se contentaban con los fluxes puyados fabricados en serie por Dovilla, Dorsay o Tortoledo las cuales contrataban sastres de ajustes. Los trajes adquiridos en esas tiendas eran llamados “puyaos” por la vara con gancho que se usaba para bajarlos de los colgaderos.

Entre las sastrería de comienzos del siglo XX se recuerda la de los hermanos Bolívar en la calle C omercio, donde destacó Pedro el hermano mayor, era quien llevaba las riendas del negocio.

Hubo también en esa época un sastre que no quiso ser cura: Alfonso Barela Granadillo quien salió de la hacienda de café El Reposo, de la entonces aldea de Aguirre, a estudiar en el Seminario de Valencia. Su familia deseaba que le siguiera los pasos a su tío, Monseñor Granadillo, primer obispo de Valencia. Pero Dios escribe con renglones torcidos y cuando llegó el momento de definir su vocación, respondió “Quiero ser padre, pero de familia”.

Fuera del seminario, el joven montalbanero necesitaba un oficio para pagar sus estudios. Rechazó trabajos hasta que entró como aprendiz en la Sastrería de los Bolívar, los cuales pasado un tiempo le regalaron una tijera alemana Solingen y le dijeron, ya te preparamos ahora puedes trabajar por tu cuenta.

Su Sastrería, conocida por su apellido, estuvo por años en la calle Páz, al lado del Pabellón Rojo. Al prosperar en su negocio se casó con la dama de Montalbán María Luisa Rodríguez Guinán y levantaron una familia, muy católica,  de 8 hembras y un varón.

En poco tiempo sus liquiliquis, de lino canadiense, adquirieron fama y recibía clientes de Caracas y otras ciudades. También era el preferido para confeccionar los uniformes de gala de las bandas marciales.

Lo llamaban el sastre anatómico por la precisión de sus cortes. En el apogeo de su éxito llegó a tener 30 costureras. Su primer ayudante fue un español y luego tuvo durante muchos años, a José Francisco Pérez, padre de la psiquiatra Gladys Pérez, un apureño que había llegado a Valencia desde un Fundo de Elorza, también con una historia personal basada en la responsabilidad, el espíritu de trabajo y e deseo de superación.

Luis Tomás Izaguirre se hizo sastre con su padre Tomás, quien tuvo una sastrería en la Valencia de comienzos del siglo XX. En sus inicios sus amigos lo apodaban El conde por la elegancia de su vestimenta. Comenzó a trabajar en la parte de atrás del local de la Sombrerería del negro Angel Cogorno, situada en la calle Comercio cruce con Colombia.

Fue una persona muy apreciada, rápido para entablar relaciones y lento para entregarlos trajes que le encomendaban. En 1948, motivado por aportar alguna innovación a su oficio y atraído por la rumba cubana, viajó a La Habana donde cursó estudios profesionales por siete meses y recibió, en febrero de 1849, el diploma de una Academia que lo acreditaba como Cortador Modelista. Es el único de los sastres de Valencia que añadió estudios formales a su experiencia.

En su trabajo le iba bien y en el amor se casó con la dama Carmen Blanca Tuozzo, hija de Salvador Tuozzo, dueño de la fabrica de cigarrillos Sol de Carabobo. Dama culta y de una belleza inspiradora de poetas. Según Luisa Galíndez en su Historia de Valencia, fue la primera Mis Venezuela carabobeña, puesto que conquisto esta corona en 1938.

El conde Izaguirre nunca tuvo sastrería y prefirió trabajar en su casa. Su eterno ayudante fue Luis Pinto. Tuvo clientes importantes como  su amigo Oscar Romer, a través del cual se convirtió en el hacedor de los liquiliquis de Eugenio Mendoza. Finalmente, au amigo, el Dr Anibal Rueda lo designo Director del Departamento de Ropería de OBE donde atendía a los estudiantes que adquirían trajes Wendell.

Hubo otros afamados profesionales de la sastrería en Valencia como el sastre de La Candelaria, José Elías Gutiérrez Gallegos, padre de{ recordado medico Tuntún  Gutiérrez. Los hermanos Arias Salgado cuya pequeña Sastrería, situada en la calle Comercio entre Martín Tovar y Farriar, ofrecía trajes a precios más accesibles a la clase media media.

La inmigración, especialmente la italiana, dio sus aportes al desarrollo de la sastrería. Un ejemplo son los hermanos Lanza que llegaron a Valencia a comienzos de los cincuenta y establecieron su satrería en la calle Cantaura, entre Briceño Méndez y Escalona, donde tuvieron una extendida clientela, en particular en el renglón de trajes de primera comunión. El cojo Lanza construyó allí un pequeño edificio donde vivía y trabajaba. Otro Italiano, el Señor Romano, medía, cortaba y cosía cerca de la plaza La Candelaria.

Luis Guillermo Guedez Matute tuvo su sastrería en la Farriar con Independencia y su afición por el arte taurino lo llevó a especializarse en la confección de trajes cortos para toreros y a reparar trajes de luces. Le gustaba sentenciar con “torero mal vestido, mitad de la faena perdida”.

Menos visible, pero de enorme importancia, fue la labor de las costureras que hacían desde trajes taller o de fiesta hasta vestidos de primera comunión o de novia. En Valencia se llamaban modistas que compraban sus telas en el Almacén La Tentación de José Rafael Rotondaro. Las modistas reflejaban una separación por sexo de la clientela debido a preservar la intimidad de las personas cuando se les debía tomar algunas medidas.

Lo cierto es que había modistas y costureras entre damas que habían aprendido el arte de la costura en su familia o en el colegio de monjas. Entre las más prestigiosas de Valencia hay que mencionar a Ana Herminia Lacau de Guada quien enseñó a su hija Nieves Lacau los secretos de la máquina de coser.

La negra Henríquez, hermana del obispo de Valencia, atesoró una reputación excepcional en materia de trajes de novia. A ese nivel, pero en la hechura de vestidos para niñas y disfraces, se situaban la Nena Arcay y Carmen Borjas de Alvarado en su casa de la calle Rondón. En el pasaje Centro, Pachera, Sebastiana Morazzani, hacia vestidos para las novias y su cortejo. En la calle Diaz Moreno, a media cuadra de la Pastelería Carabobo y cerca de la peluquería Lorenzo, una joven de nombre Norma hacía sus espectaculares vestidos para niñas. En los predios del sur de la ciudad era muy famosa la señora Consuelo de López quien atendía en su casa de La Michelena.

Estos sastres y costureras contribuyeron a hacer de Valencia la ciudad que fue. Sus trajes y vestidos formaron parte de las estéticas de la ciudad y transmitieron el valor de un oficio. Sus manos abrieron cofres de alegrías y dieron testimonio de la posibilidad de progresar con honestidad: por eso sus hijos y nietos los tienen como una referencia respetable de Valencianidad.         Aunque su zurcido de la historia local sea invisible.

 

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