Que “Es necesario precisar tu Historia para el hombre común desorientado”, pedía en su poema Canto Irregular a Venezuela mi paisano Alirio Ugarte Pelayo. Van unas líneas sobre nuestra fecha más grande, cuyo aniversario se conmemora en estos días.

El Congreso de Venezuela sesionó el 5 de Julio de 1811 para concluir el debate iniciado el día tres y finalmente aprobar la Independencia. El acta la redactaron el jurista Juan Germán Roscio, llanero de san Francisco de Tiznados y el médico Francisco Isnardi, por cuyo origen discuten los historiadores si era piamontés de Turín o andaluz de Cádiz, versión que predomina desde el hallazgo de Marissa Vanini de Gurulewicz en cierto modo refrendado por Velásquez.

Pero más que el Acta, me interesa el acto, ante todo por su trascendencia. No fue que un buen día resolvimos alzarnos, nos caímos a plomo y lanzazo con los españoles y nos liberamos.

Declarar una república no era cualquier cosa. República, entonces, sólo la norteamericana que buscaba estabilizarse con revueltas e incursiones británicas que el año siguiente sería una guerra en toda regla, pues la francesa había sido sustituida por el Imperio y estaba enfrascada en las Guerras Napoleónicas. Seríamos la primera en la América española. Trascendente también porque implica una decisión política, atenta a la realidad internacional, fundada en cuidadosa argumentación jurídica. Después, por fracasos de la política aquí y allá, vino la guerra larga y cruel que culminaría en Carabobo y en el Lago de Maracaibo.

La declaración fue un acto parlamentario, dictado por un Congreso electo, con reglas y procedimientos que se cumplieron en debates reales, libres, intensos. Los seguía atentamente el sector más enterado y formado de la opinión pública, como el combativo partido independentista reunido en la Sociedad Patriótica. Sobre los diputados pesaban presión para que decidieran en un sentido y aprehensiones que llamaban a su prudencia.
Hubo debate libre e incluso para la decisión culminante, no hubo unanimidad. El respeto al voto salvado de Manuel Vicente de Maya, sanfelipeño diputado por La Grita, “testimonio discrepante” en palabras de Caldera, quedará como prueba del talante civil que guio la práctica deliberante que inauguraban los fundadores de la nacionalidad.

Ese mismo Congreso dictará en diciembre nuestra primera Constitución. Por cierto, José Ángel de Álamo, diputado por Barquisimeto, se anticipó casi dos siglos en la defensa de la dignidad humana de los presos.

La civilidad del debate libre en el cual las diferencias, por acentuadas que fueran, no impidieron el respeto a las personas, el escrúpulo legalista, el proyecto de un Estado con poderes institucionalizados, limitados, distribuidos, están en la génesis de esta República. Doscientos trece años van desde aquel 5 de Julio, nuestra República sigue siendo asignatura pendiente.

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