Tendría yo unos diecinueve años. Vivía en una irreconocible Caracas, esa en donde aun se podía caminar en la calle a las tres de la mañana. En nuestro caso, era ir de día a Musical Magnus en Sabana Grande a ver qué partitura tenía por ahí, traspapelada, la señora Muñiz. De noche, coincidíamos, si había plata, en Garota de Ipanema, encantador rincón cultural gastronómico en Los Chaguaramos.

Diariamente iba al IUDEM (Instituto Universitario de Estudios Musicales) en su inicial sede del Callejón Sanabria de El Paraíso. El estudiantado no pasaba de setenta alumnos, sumando todos los niveles. Eso sí: teníamos profesores de lujo: Adina Izarra, Alfredo Rugeles, Víctor Varela, Miguel Astor, Luis Felipe Ramón y Rivera, Alvaro Cordero, Blas Emilio Atehortúa, Walter Guido, Rebeca Matos, Fernando Silva-Morván, Rubén Riera, entre otros no menos importantes.

Había ingresado al IUDEM en la especialidad de composición musical, sin perder de vista mi carrera de pianista. Un día cualquiera tuve un estúpido accidente en mi mano derecha que, literalmente, cambió mi vida. Adiós piano. Ya había empezado clases con la prestigiosa profesora Harriet Serr, sin tener los méritos para serlo, pues fue un curioso período en donde, por iniciativa de Blas Emilio Atehortúa, debíamos como futuros compositores, compartir con grandes profesores ejecutantes.

Reitero, tuvimos el privilegio de tener interesantes sesiones con Harriet Serr, la mejor profesora de piano, sin duda. Ella también quería experimentar con pianistas estudiantes de composición. Por razones de su ya precaria salud, debíamos trasladarnos a su casa en Prados del Este, y ella nos atendía espléndidamente. Sus clases, con menos dedos en las teclas y más palabras acertadas en su esencia, se convertían en nutritivas tertulias en donde cada quien, aportando poco, se llevaba mucho.

Harriet Serr falleció en 1989. Y con ella se fueron muchos proyectos que ella misma tenía con nosotros. La huella que deja alguien se percibe más cuando su ausencia es permanente. Pero hablar de ella, debe ser en otra oportunidad, con más caracteres y más corazón.

El caso es que nosotros, pichones de compositores, quedamos huérfanos de este empírico pero apasionante proyecto. Mucha fuerza vital a la deriva. Tuvimos otros encuentros con profesores de altísimo nivel de diversos instrumentos: vientos, cuerdas, percusión y por supuesto, específicamente de composición. Pero no con el piano. No tanto por no haber profesores de calidad, sino por sentir todavía ese duelo ante la pérdida de Harriet Serr. El hecho es que, por razones que desconozco o que olvidé, el reducido grupo de incipientes compositores, caímos en manos de Carlos Duarte. Nos impactó en todo sentido, a pesar de ser pocas las sesiones que, en mi caso particular, tuve con él.

Carlos Armando Duarte nació un primero de junio de 1957. Compositor y pianista, fue joven prodigio, ganador del Premio Nacional de Música (máximo galardón en el área) con apenas quince años y que luego lo obtendría dos veces más. Como dicen Luis Carlos Díaz y Naky Soto en el emotivo documental “Una nota que permanece”, sobre su vida y obra: “su paso por este mundo no deja de resonar… El concierto de una vida y el coro de quienes lo acompañaron, no agotan los compases. Su sonido permanece”.

Tuvimos el primer encuentro con Carlos Duarte, bastante emocionados. Ese día en particular, aparentaba estar recién levantado, a mitad de mañana. Muy de artista, muy de genio. Con una mirada que oscilaba entre el poder ver energía a través de nuestros ojos, y a la vez, perderse en el vacío siguiendo improvisadamente una abstracta línea de pensamiento creativo.

Si bien ya habíamos tenido ejercicios con la música contemporánea -aleatoria, electrónica, serial, concreta, minimalista, efectista- fue con Carlos Duarte con quien pudimos encontrar la esencia del creador acústico. O, en palabras de Sadao Muraki, destacado alumno y amigo del maestro: “Lo grande de él fue perseguir constantemente la importancia de disfrutar del fenómeno posterior a la emisión de un sonido. Más allá de la sucesión de notas, de la música en sí…”.

Conversando hace unos días con el maestro Arnaldo Pizzolante, uno de los mejores pianistas venezolanos y mejor amigo de Carlos, concluíamos que fue un ser excepcional. No solo en el sentido de la búsqueda de la perfección, sino por lo especial que fue. Si algo puede caracterizar a Carlos Duarte fue su lealtad, su generosidad. Pero también su alta exigencia y denotado repudio a la mezquindad y a la mediocridad. Jamás traicionó sus valores.

Falleció muy joven, a los 45 años. Por ello, podríamos decir que vivió de manera comprimida, pues, reitero, ganó tres Premios Nacionales de Composición de manera consecutiva, se posicionó mundialmente como pianista y compositor a muy corta edad, impulsó la música contemporánea a nivel continental y realizó estudios en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Bélgica, Francia e Inglaterra con los más prestigiosos profesores.

Arnaldo Pizzolante hace referencia a su última obra, Requiem para un idiota, para piano, coro, 8 clarinetes, 8 fagotes, 8 contrafagotes y 8 contrabajos. Se estrenó el 30 de abril de 2006 por la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, dirigida por Rodolfo Saglimbeni y con su amigo Arnaldo en el piano. Al preguntarle Arnaldo “Carlos, ¿por qué ese título?”, Duarte le respondió “El idiota somos todos. Idiota, en su raíz griega, hace referencia a todo aquel que no sale de si mismo, que es egoísta, aislado de la sociedad, que solo mira su ombligo. Hace todo en beneficio propio, lo que sería lo mismo que la deshonesta viveza criolla”.

Con Duarte aprendimos -y aprehendimos- que La música transmite mucho más que simplemente sonidos. Que el oyente es solo un testigo del propio goce íntimo del músico. Que no hay que hacer música a alguien sino a sí mismo. Que la música es reflexión, introversión y comunicación interna-externa. Que la música trasciende el fenómeno sonoro.

Feliz cumpleaños Carlos Duarte. Gracias por tanto.

Para escuchar, a propósito de Carlos Duarte, recomiendo su pieza Quinteto de Fin de Siglo:

https://youtu.be/KrzpIVmTYxs?si=UlBPSoRrWgLcjw03

juanpablocorreafeo@gmail.com

 

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