Apenas una semana para las elecciones presidenciales. Por una parte, las encuestas serias y la gente en la calle hacen predecir una victoria clara y abultada de la oposición democrática. Los 25 años de chavismo han dejado una huella tan calamitosa en la vida del país que ya la gente no cree en revoluciones ni en ideologías y lo único que quiere es que los que mandan recojan sus corotos y se vayan bien lejos, por las gradas profundas del right field, y se queden allá por muchos años. Del otro lado, la dictadura suelta encuestas que dan a Maduro como ganador, simula multitudes en los videos que monta en las redes sociales y acelera la represión contra el equipo de campaña de la Plataforma de la Unidad (PU) o contra cualquiera que diga en público viva María Corina o yo estoy con Edmundo. Al mismo tiempo, en el mejor estilo del difunto galáctico, pronuncia discursos belicosos y amenaza con guerras civiles y sangre en las calles si su revolución llega a perder el partido.

Hasta aquí lo que se ve y parece obvio: la oposición con una ventaja evidente y el régimen por ahí metiendo miedo y sacando números inventados que le dan márgenes de 20 y 30 puntos al oficialismo (las encuestadoras reconocidas muestran cifras de entre 25 y 50% a favor de la oposición). El team Unidad va llevando la iniciativa mientras el chavismo reacciona y se deja imponer la agenda en un momento sin precedentes en este siglo XXI venezolano. Tanto la coherencia estratégica y mayormente unitaria de la oposición como la ventaja numérica que señalan las encuestas son hechos inéditos. Pero, siempre hay peros, todavía queda mucho que no está a la vista.

No se puede distinguir la raíz del iceberg, las acciones que están previstas para la hora de la verdad, el plan para el 28 de julio en la noche y la madrugada del 29. No están a la vista los conejos en el sombrero. La intención debajo de las acciones públicas. El plan que se esconde detrás de la cara de póker. El chavismo, a pesar de que luce desorientado, errático y en desventaja, no tiene en su récord muchos fallos notorios, sobre todo en ocasiones de esta importancia. Por su parte, la oposición ha cometido en el pasado graves errores y ha desperdiciado oportunidades históricas, pero aquí y ahora está mostrando una determinación y una capacidad de cálculo que sorprenden, por decir lo menos.

El régimen, claramente, no ha jugado sus cartas más fuertes, pero mientras más tarde las saque más difícil se le pondrá la partida. No ha suspendido las elecciones ni ha inhabilitado al candidato de la Unidad, y ya parece que se le pasó el tiempo para alguna de estas movidas: sería tan obvio y abierto que podría salir el tiro por la culata y debilitar la permanencia de los rojos en el poder. Así que la cercanía del día D deja las patadas a la mesa para la jornada de las elecciones.

Ya se cambiaron los nombres de las escuelas donde se vota, se multiplicaron los centros de votación remotos con una sola mesa y se metieron nuevas reglas para los testigos. También se impidió el registro de más de 4 millones de votantes en el exterior y se limitó la observación internacional a unas pocas delegaciones de 3 o 4 personas que no tendrán la capacidad de detectar fraudes por debajo de la red electrónica del CNE ¿Y cuál sería el remate de esta opción? Ni más ni menos que la aparición de votos inventados por el sistema –hay precedentes de entre 2 y 8 millones de votantes que nadie vio pero se contaron- y la victoria oficialista que nadie espera pero que la mayoría teme.

¿Qué puede hacer la oposición ante un árbitro que juega para el equipo contrario? ¿Y qué puede hacer la gente? El equipo Unidad tiene que montar un CNE paralelo con testigos en cada mesa, salas de recepción y consolidación de datos y respuesta rápida ante las tendencias de los resultados, lo que puede significar entrar en conflicto con el gobierno por adelantarse a la versión oficial, pero la alternativa es el balconcito del CNE con unas cifras que no son y que se quedan “porque lo digo yo”. Todo parece indicar que la PU anda por este camino y tiene el plan de contar tanto o más rápido que el régimen, así que lo que falta es que la gente cumpla con su derecho y deber, vote en masa y se quede en los centros de votación hasta que salgan los resultados.

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