Foto: Cortesía AFP

Desde antes de que comenzara el partido, al pequeño local de comida venezolana al norte de San Antonio (Texas) ya no le cabía una persona más.

Sentados donde pudieron, sobre la acera, el suelo o sillas de tela, decenas de hinchas de la selección nacional de fútbol de Venezuela observaban ansiosos como los jugadores intentaban arrebatarle a Canadá el puesto en las semifinales de la Copa América.

«Aquí celebramos; ganemos o perdamos», dijo un joven al aire y, sin despegar la mirada de las pantallas, un puñado de espectadores se rieron y asintieron.

La Vinotinto acabó la noche eliminada (tras una racha de tres victorias), pero su paso por la Copa América tejió, aunque fuera momentáneamente, lazos de comunidad entre venezolanos que apenas asimilan la idea de llamar a otro país «hogar» y aquellos que ya llevan décadas fuera de su tierra.

«Todos somos una familia»

Sentada en una silla plegable justo en frente de la barra, Mariana Palacios apretaba la mano de su nieta mientras, en la pantalla, los jugadores del equipo venezolano corrían tras la pelota.

Hace solo dos meses cruzó hacia Estados Unidos desde Ciudad Juárez (en México), para reencontrarse con su hija y su cuñado. Ver los partidos de la Vinotinto, rodeada de sus compatriotas, la ha ayudado a sentirse acogida.

«Ha servido, especialmente, para abrirnos más las puertas de este país», contó la venezolana, sonriendo detrás de unas gafas grandes de pasta negra. «Todos aquí somos una familia».

Sin saberlo, Palacios encarnó el sueño de Morelys Díaz que la llevó a abrir junto a su esposo el restaurante, Zulia’s Kithcen, hace poco menos de un año.

Cuando llegaron a San Antonio, ocho años atrás, no existía «absolutamente nada» que se enfocara en la comunidad o la cultura venezolana, relató la mujer de 39 años, vestida con la camisa de la selección y unos grandes pendientes con los colores de la bandera de su país.

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«Quería crear un espacio para la comunidad en la ciudad (…) porque yo misma lo sufrí cuando llegué, que no tenía a dónde ir, no conocía a nadie», explicó.

Y es que, en la última década, los venezolanos se han convertido en la nacionalidad latina de más rápido crecimiento en todo Estados Unidos, según datos de la Oficina Nacional del Censo.

Para 2021, el último año que se hizo un conteo general de la población, ya vivían en Estados Unidos más de medio millón de migrantes del país suramericano.

Esta cifra no ha hecho sino aumentar, con los cientos de miles de venezolanos que han llegado a la frontera sur en los últimos dos años, sumados a los más de 113.00 que han entrado al país con un permiso humanitario especial otorgado por el Gobierno de Biden en octubre de 2022.

Esperanza de un cambio

La profunda crisis humanitaria, junto con las restricciones a la movilidad de personas en la región, ha forzado además a los migrantes venezolanos a tomar la peligrosa ruta terrestre hacia Estados Unidos, atravesando la selva del Darién, que hace de frontera natural entre Colombia y Panamá.

Así fue como Javier Quintero, de 29 años, llegó hace un año a Texas junto con su esposa. Tras unos complicados primeros meses, logró «estabilizarse» y encontrar un ingreso fijo haciendo domicilios con una aplicación móvil.

Sin embargo, el atisbo de un cambio en Venezuela, representado para él en el candidato opositor a las elecciones presidenciales Edmundo González y la lideresa opositora María Corina Machado, lo hace soñar con volver a armar maletas, esta vez para volver.

«Aunque se siente bonito estar aquí, con un grupo de venezolanos, lo que más extraño es a la familia». Si las elecciones del próximo 28 de julio acaban en una derrota del presidente Nicolás Maduro, él regresaría a Venezuela sin pensarlo.

«Me volvería mañana (…) como cualquier persona adulta, que se cría en su país y no quiere salir», dijo  el joven, alto y de profundos ojos marrón oscuro.

La esperanza de una transición del poder se ha visto alimentada para algunos por las victorias de la selección en la cancha.

Comunidad y esperanza

Es la segunda vez en la historia que la Vinotinto buscaba clasificarse para unas semifinales de la Copa América y, haber llegado tan lejos, trajo la «sensación de que todo es posible», según contó Natalia Chávez, de 36 años.

«Lo que ellos están haciendo es una inspiración para todos los que estamos acá», relató la venezolana, quien ayuda a sus compatriotas desde su profesión de abogada de migración.

«Ganar en la cancha nos da esperanza de ganar a nivel político».

Ricardo Zapata, trabajador como técnico de sistemas con más de 7 años ya en Estados Unidos, fue un poco más escéptico: sobre el juego y el futuro político de su país.

Parado en la entrada del restaurante, cinco minutos antes de que comenzara el partido, daba un repaso con la mirada a la multitud.
«Sabemos que va a ser difícil y estamos preparados para eso», sentenció.

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