La más reciente película de Paul Thomas Anderson es solo un derroche de posiciones políticas bien actuadas y filmadas. Carece de un viaje de personajes y de la introspección que caracteriza al autor.

Caracas. Una batalla tras otra es una película entretenida. Es de esas obras que te mantienen atento, expectante por lo que sigue. Pero una vez que pasa el furor de su clímax, queda una sensación de vacío, especialmente cuando se recuerda que se trata de una película de Paul Thomas Anderson.

Es un largometraje que protagoniza Leonardo DiCaprio, quien interpreta a Bob, un exrevolucionario. Después de años de protestas y acciones violentas en contra del sistema, está entregado a lo que lleve la vida, retirado con su hija en las afueras de una pequeña ciudad.

Si en su juventud no paraba de planificar y ejecutar acciones junto con su pareja para acabar con lo que consideraban injusticias, ahora pasa los días entre la hierba y la supervivencia más básica.

Ya su pareja no lo acompaña, pero se encarga de la hija ‒ya adolescente‒ y las vicisitudes del día a día. Pero todo cambia cuando reaparecen los militares que antes lo perseguían y se llevan a la muchacha.

Una batalla tras otra
Una batalla tras otra se estrenó en la cartelera venezolana

Comienza entonces una persecución y una lucha por sobrevivir. Todo en un contexto de violencia militar, hostilidad social y planes malévolos para acabar con cualquier disidencia.

Una batalla tras otra es un guion adaptado por Paul Thomas Anderson de la novela Vineland, del escritor estadounidense Thomas Pynchon. Es una obra que responde a la narrativa de la intensificación del Estado estadounidense como ente opresor, una sociedad controlada a la que no se le permite ningún desliz que no se alinee con las directrices del poder.

Y es en esa obviedad en la que recae la debilidad de Una batalla tras otra. Pues a diferencia de otras películas del director, este largometraje carece de personajes con matices. De hecho, no hay personajes que tengan un desarrollo.

A diferencia de la joven adolescente todos los demás son siempre lo mismo, responden a lo que se sabe que responderán siempre. Son actuaciones contundentes, maravillosas, que hacen olvidar la precariedad del trabajo en los personajes.

Por ejemplo, Leonardo DiCaprio es un padre que sale del letargo para volver a sus andanzas. Luce siempre desencajado ante una adversidad que lo supera, pero a la vez se le ve confianza en que saldrá bien librado. Y esa paradoja es atinadamente desarrollada por el intérprete.

Una batalla tras otra
Una batalla tras otra se perfila como una de las favoritas para la temporada de premios

Pero eso no libra a Una batalla tras otra de su maniqueísmo, sin posibilidad de esperar mayor viraje. Al final, la necesidad de levantar una bandera en la actual diatriba política estadounidense convierte a los personajes en robots configurados para actuar de una forma.

A diferencia de películas como Boogie Nights (1997), Magnolia (1999) o There Will Be Blood (2007), en las que hay un viaje interno a las tragedias de sus personajes, en Una batalla tras otra prevalece una exposición de ideas con personajes que solo subrayan cada planteamiento, como avatares de un centro activista y sus detractores.

Eso sí, la maestría del director en cada plano, así como en algunos diálogos, hacen que durante su metraje todo pase inadvertido. Por ejemplo, las escenas de acción, los ataques subversivos, el sentimiento de la clandestinidad, el fervor de quien escapa y el espíritu idealista los honra el autor con tomas que transmiten fielmente esa intención de horror en la decadencia.

Pero al final, cuando en reposo se piensa sobre el largometraje, no hay mayor tratamiento humano, y sale a la vista el mero recurso de la acción y una buena secuencia de persecución y venganza como elemento necesario para honrar el clímax.

Lea también:

Mariposa de papel: la poesía del trabajo diario