Elena de Ascanio visita el cementerio cada 15 días junto con Floraida González. Ambas son reflejo de una conexión emocional con sus difuntos y de las tradiciones que perduran a pesar de los desafíos.
Caracas. “Le voy a tomar una foto para que su papá la vea”. Después de pronunciar esa oración, Elena de Ascanio levantó su celular y tomó una foto a la lápida de Sarah, su hija fallecida.
Sobre la tumba, ubicada en el Cementerio General del Sur, hay mármol y granito que Elena recientemente mandó a pulir y limpiar, justo antes de conmemorarse el Día de Muertos.

“Hija, vas a recibir el sábado bonita”, dijo después de tomar la fotografía. Elena se tomó el jueves 31 de octubre para visitar a Sarah, días antes del 1° y 2 de noviembre, cuando las familias y allegados conmemoran a sus seres queridos fallecidos.
El Día de los Difuntos es una tradición que tiene mucha mayor relevancia e historia dentro de la cultura de México. Aunque se extiende a gran parte de Latinoamérica, sobre todo donde hay mayor presencia indígena.
Tradición indígena
Horacio Biord, magíster en historia de las américas y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), detalló que en Venezuela hay diversas manifestaciones de culto a los difuntos. Por ejemplo, las misas de difuntos, los lunes dedicados a las ánimas del purgatorio, a quienes les rezan, les encienden velas y dan ofrendas.

“Particularmente el Día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre, hay celebraciones especiales en algunas regiones del país. Estas son más fuertes en aquellos estados o regiones con una fuerte presencia indígena actual. Ese día, los cementerios son visitados, las tumbas se limpian, se reparan y, en ocasiones, se llevan ofrendas. Los indígenas cumanagotos llevan ofrendas a sus difuntos”.

Los rituales en Venezuela
En Venezuela hay quienes tienen sus propios rituales para “celebrar” la memoria de sus muertos. En el caso de Elena, su costumbre es ir días antes o después del 2 de noviembre. Sea cual sea la fecha que decida acudir al cementerio, siempre lleva algo para “compartir” junto a su hija, una joven que murió hace tres años, cuando tenía 25 años de edad y una hija de ocho años.
De los tres hijos de Elena, Sarah era la menor.
“En cada momento pienso en mi hija. Uno siempre piensa que son ellos los que los van a enterrar a uno”, contó Elena, quien va al menos cada 15 días a visitar la tumba de Sarah. El día que solía cumplir años, acude, junto a otros familiares, con globos y una torta. “Y le cantamos cumpleaños desde aquí”, añadió.

Elena tiene 75 años de edad. Su cabello es corto y completamente gris. Viste zapatos deportivos y lentes. En un hombro cuelga un bolso en el que lleva las ofrendas; pan dulce, café, casabe, velas, incienso y flores. Todo para pasar la mañana dentro del cementerio más grande de Caracas, inaugurado en 1876.
Las ofrendas
Este jueves 31 de octubre, el camposanto, declarado monumento histórico nacional en 1982, lucía solitario y silencioso. El único ruido era el que hacían los obreros al cortar la maleza que crece entre las tumbas de cada parcela.
Allí, entre la soledad y el silencio, Elena llegó a la tumba de Sarah, ubicada en la parte baja del cementerio.
“Cuando un padre o una madre muere, los hijos quedan huérfanos. Cuando un esposo o esposa muere, la pareja enviuda. Pero no hay una palabra en el diccionario que defina lo que significa ver morir a un hijo”, dijo Elena sobre la muerte de su hija, a la cual, aseguró, aún le falta mucho por llorar.

Elena primero prendió una vela y un incienso con olor a durazno. Echó agua en los jarrones que decoran la lápida de Sarah y allí colocó las flores que compró antes de salir de su casa en Petare, al este de la ciudad, y que llevó con ella por todo el camino hasta llegar al cementerio, en el lado suroeste.
“Los compro por allá porque aquí son más caros y traen menos flores”, dijo. Cada ramo costó cuatro dólares. A un lado puso una tacita de café y una acemita con una servilleta. Finalmente entregó una arepa rellena de pollo al señor que se encargó de pulir el mármol y el granito de la tumba de Sarah y quien cuida la tumba de la inseguridad en el cementerio.

La inseguridad en el camposanto
La historia reciente del Cementerio del Sur ha estado marcada por la profanación de tumbas. Al caminar por las parcelas, muchas lápidas lucen abiertas o con escritos que advierten que “ya fue profanada”.
Según un trabajador del lugar, esta práctica ha ido disminuyendo en los últimos años “y ya casi no se ve”.
En 2019, el sepulcro de Rómulo Gallegos, escritor y político venezolano, fue profanado, según denunció una nieta de Gallegos.
Mientras que en la entrada del cementerio reposan los restos de diversos políticos o figuras que en vida se identificaron con el actual Gobierno, cuyas tumbas son vigiladas por cámaras de seguridad.

Visitar a sus padres
Floraida González, de 54 años de edad, acompaña, desde Petare, a Elena. Ambas acuden juntas al cementerio a visitar sus muertos casi siempre.
Floraida lo hace para visitar las tumbas de sus padres. Hace cuatro años murió su papá y hace tres su mamá.
El cementerio ha sido un lugar que Floraida visitó desde muy joven. “Hace muchos años”, dijo, solía ir acompañada de su mamá, quien iba a visitar el sepulcro de sus padres.

“En aquel entonces caminábamos entre el monte, que siempre estaba muy alto. Las tumbas no se veían. No sabías quién te podía salir entre el monte y robarte. Había mucha inseguridad. No se podía venir solo, aunque a mí nunca me ha pasado nada aquí”. explicó.
Floraida también lleva ofrendas para sus padres. A ellos también les dejó pan y café. Era algo que les gustaba comer en vida. “Yo se las dejó allí, allá ellos si se las dejan quitar”, dijo entre risas, sobre la posibilidad de que algún “vivo” se las quite.

Otra costumbre de Floraida es fumar varios tabacos, algo que su madre solía hacer en vida. En ese momento pide quedarse sola.
Mientras fuma, Floraida se queda en silencio, sumergida en sus propios pensamientos y el humo del tabaco. Esos minutos son para recordar a sus padres en vida y pedirle que sean los ángeles que acompañan su camino.
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