Frente a la imposibilidad de salir con libertad en la noche, muchos jóvenes caraqueños han reemplazado bares y discotecas por reuniones en casas. Para el sociólogo Tulio Ramírez, esta generación no solo sufre privaciones, sino que vive una reconfiguración cultural: se adapta, resiste y redefine su forma de socializar bajo nuevas reglas impuestas por la crisis.

Caracas. Jesús Hernández estudia noveno semestre de Economía en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y trabaja en una empresa privada, pero su sueldo apenas cubre lo básico: el pasaje diario desde Guarenas hasta Caracas, el internet y los gastos universitarios.

Mientras recuerda cómo para su hermana mayor era común salir los fines de semana con amigos —en una época en la que ir a discotecas era un ritual juvenil—, él ha aprendido a decirle no a la noche caraqueña. Para Jesús, de 26 años, la alternativa real es reunirse en casa de algún amigo y compartir algo sencillo, una nueva normalidad que reemplaza la vida nocturna por la necesidad y la creatividad.

Como muchos jóvenes venezolanos, Jesús ha tenido que adaptar su forma de socializar: encuentros caseros, planes contados y un presupuesto ajustado que refleja los efectos de una crisis que también transformó el ocio. Su realidad muestra cómo la recreación se ajusta a los límites del bolsillo, la inseguridad y la falta de transporte, pues, en su caso, salir a lugares nocturnos es un “lujo inalcanzable”.

“Nos reunimos en casa de algún amigo y entre todos compramos algo para beber y comer. Ponemos música y pasamos un rato agradable. Claro que las salidas a algún bar o restaurante existen, pero son contadas y muy planificadas”,

explica.

La noche, antes espacio natural del esparcimiento juvenil, hoy se reduce a citas discretas entre paredes conocidas. Los bares, discotecas y restaurantes han dejado de ser parte del hábito cotidiano para convertirse en territorio de excepciones: salidas esporádicas que exigen coordinación, planificación y, sobre todo, ahorro.

Cóctel prohibitivo

Especialistas entrevistados por Crónica Uno coinciden en que las formas de entretenimiento juvenil en Venezuela han cambiado drásticamente en los últimos años. La inseguridad, la escasez de transporte público, el desempleo y la crisis económica se mezclan en un cóctel prohibitivo que ha diluido el ocio nocturno y las posibilidades de ocio de toda una generación.

Cada ingrediente, por separado, ya representa un obstáculo; juntos, se convierten en una fórmula que margina el disfrute y redefine el esparcimiento.

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Foto: Gleybert Asencio

Los datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) lo confirman: en 2024, siete de cada 10 hogares venezolanos redujeron sus gastos en recreación y cultura, dando prioridad a la alimentación, servicios básicos y transporte.

Para el sociólogo Tulio Ramírez, no se trata solo de restricciones económicas, sino de una transformación cultural profunda. La generación actual ha crecido marcada por la escasez y ha aprendido a adaptarse a ella con creatividad y resignación.

“Los jóvenes ahora organizan reuniones en casas, donde cada quien lleva lo que consume, debido a la falta de dinero para alquilar locales y la inseguridad, que incluye la vigilancia policial y el temor a la delincuencia”,

detalla Ramírez.

La calle, antes aliada del encuentro, se ha vuelto territorio incierto. En su lugar, las plataformas digitales, las consolas y las redes sociales han pasado a ocupar un espacio central en el ocio de los jóvenes, que ahora interactúan, comparten y se entretienen desde pantallas.

Foto: Gleybert Asencio

Asegurar el transporte

Para Andreina, asistente dental en un consultorio en Altamira, planificar una salida nocturna implica una operación logística. Vive en El Junquito y sabe que, si no asegura su regreso antes de las 9:00 p. m., corre el riesgo de quedarse varada. Las unidades de transporte dejan de circular temprano y pocas alternativas existen más allá de un taxi, si se cuenta con el dinero para pagarlo.

“Si salgo, tengo que pensar en cómo voy a regresar. De hecho, las últimas veces que he salido, tengo que asegurar con un conocido la carrera de regreso”,

relata la joven de 22 años.

Yelmira Jiménez, presidenta de la Asociación Voluntad de Gandhi, apunta que el colapso del transporte público y la inseguridad son los principales obstáculos que restringen el acceso de los jóvenes a espacios de recreación.

“Las unidades de transporte público solo operan en horarios diurnos. Es decir, hasta las 8:30 p. m. Esto se debe a la falta de combustible y la escasez de unidades”, explica.

Foto: Gleybert Asencio

Esa limitación ha forzado nuevas formas de movilización y de socialización. Muchos prefieren quedarse en casa de algún conocido antes que arriesgarse a caminar en la noche o pagar un transporte privado. La noche se vive, pero con cálculo.

“Incluso hemos visto cómo las universidades modificaron sus horarios nocturnos”,

añade Jiménez.

Deporte en segundo plano

La misma lógica se aplica al deporte y a otras actividades recreativas que requieren tiempo, espacio y dinero. Según Ramírez, la crisis ha arrinconado estas prácticas al punto de volverlas un lujo. No es solo la ausencia de canchas o terrenos: es la imposibilidad de costear inscripciones, implementos o traslados.

“Hace 40 años había muchos terrenos baldíos donde los muchachos jugaban pelota de goma, fútbol y béisbol. Ya eso se ha ido acabando y ahora los jóvenes deben afiliarse a clubes o pagar para utilizar las canchas”,

comenta.

El sociólogo advierte que la situación económica actual hace que, para muchos, sea inviable la práctica deportiva regular para buena parte de la población. “La mayoría apenas gana para sobrevivir, por lo que muchos jóvenes deben abstenerse de hacer deporte, sobre todo aquellos que ameritan infraestructura e implementos costosos”.

Vida nocturna y comercial en la ciudad de Caracas. GF

Fabiana*, una joven de 25 años, confirma esa realidad. Siempre quiso practicar natación, pero por años tuvo que aplazar esa meta. Entre la inscripción, el traje de baño y otros equipos, reunir lo necesario fue un proceso lento y costoso.

“Era una actividad que siempre quise hacer, pero priorizaba las demás cosas antes que el deporte. Hasta que empecé a reunir para la inscripción y poco a poco compré los implementos en los que gasté $300 más la incripción”,

relata.

Futuro incierto

La idea de que estudiar y trabajar abriría caminos a un futuro más estable ya no tiene el mismo peso entre la juventud. Ramírez lo describe con claridad: el ascenso social, antes ligado al esfuerzo académico y laboral, ahora está lleno de incertidumbres.

“Los empleos y carreras profesionales ya no garantizan salir del círculo de la pobreza, ni les permiten costear actividades recreativas, de ocio o cumplir con sus metas”, explica.

Sin embargo, el sociólogo también reconoce la capacidad de los jóvenes para adaptarse al entorno que les ha tocado.

Si bien hay nostalgia por tiempos en los que la noche era más libre y el deporte más accesible, en la actualidad se construyen nuevas formas de compartir y disfrutar. Son prácticas moldeadas por la escasez, pero también por la creatividad de una generación que resiste.

(*) La información de esta nota incluye aportes de fuentes que solicitaron anonimato por motivos de seguridad. Crónica Uno garantiza la protección de su identidad.

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