El ataque de EE. UU. a una lancha “cargada de drogas” en el Caribe dejó 11 muertos, ocho de ellos de San Juan de Unare, un pueblo pesquero sumido en el luto. Aislado y afectado por el narcotráfico, el lugar enfrenta la tragedia con dolor colectivo y desconfianza hacia los discursos oficiales.
Caracas. Una ola de dolor sacudió a San Juan de Unare la tarde del martes, 2 de septiembre. La noticia de que al menos ocho de sus habitantes habían perdido la vida en el ataque militar estadounidense a una lancha en aguas del Caribe sumió en la consternación a esta comunidad de pescadores del estado Sucre.
La embarcación, que partió la noche del domingo, 31 de agosto, rumbo a Trinidad y Tobago, llevaba a bordo a 11 hombres. Ninguno sobrevivió.
El rumor llegó primero entre susurros. Ese martes, en las calles angostas del pueblo, el sonido de los motores de las lanchas fue reemplazado por un silencio denso. Los pescadores, acostumbrados a la faena diaria, no salieron al mar. Desde entonces, el muelle quedó vacío.
El ataque, anunciado por el gobierno de Donald Trump el alrededor de las 3:00 p. m. del 2 de septiembre pasado, formó parte de los operativos navales desplegados recientemente. En su breve mensaje ante la prensa, Trump recalcó que la lancha estaba “cargada de drogas” y había zarpado de Venezuela.
Washington mantiene presencia militar en el Caribe desde 2020 para frenar el tráfico de drogas hacia Estados Unidos (EE. UU.) y Europa, pero a finales de agosto pasado anunció un despliegue específicamente orientado a detener el narcotráfico proveniente de Venezuela.

Redes de luto
A diferencia de la retórica belicista con la que se abordó el caso apenas se conoció, en Unare la noticia se recibió con lágrimas, rabia y conmovedores mensajes de despedida en redes sociales.
Desde la madrugada del miércoles, 3 de septiembre, TikTok se llenó de fotografías y vídeos de algunos de los fallecidos, acompañados de frases como “me dejaste con el corazón en mil pedazos” o “que descansen en paz esos padres de familia que entran a ese mundo por necesidad”.
Los nombres comenzaron a circular primero en grupos de WhatsApp y perfiles de Facebook privados. Eran pescadores conocidos, padres de familia a quienes los vecinos solían ver reparando redes o vendiendo pescado en la orilla.
“Eran muchachos de aquí, de toda la vida”, comentó un poblador a Crónica Uno.
Las publicaciones no eran anónimas: tenían nombre y rostro. Un joven pescador con camiseta desteñida, un padre que posaba con sus hijos en la playa, un vecino que alguna vez vendió pescado en la plaza del pueblo. La tragedia adquiría así una dimensión íntima, con perfiles que se multiplicaban en los teléfonos de todo Unare.

Desmentido oficial
Desde que se conoció el hundimiento de la lancha, las voces oficiales brillaron por su ausencia. Por más de cuatro horas, el comunicado institucional fue reemplazado por el silencio del Estado.
En esas primeras horas, solo el ministro de Comunicación e Información, Freddy Ñáñez, le salió al paso a las maniobras estadounidenses. A través de un mensaje en sus redes sociales denunció, sin mostrar evidencia concluyente, que el video con el que la Casa Blanca confirmó el bombardeo fue creado con inteligencia artificial.
Por su parte, Diosdado Cabello, en su programa “Con el Mazo Dando” del miércoles, 3 de septiembre, calificó el ataque como “lo último que se inventaron” en EE. UU.
De esta forma, sugirió que se trataba de un montaje con fines políticos— “un cambio de régimen”, dijo— y calificó el video de fake news, en lo que fue una negación rotunda de la versión de la administración Trump.

Posiciones encontradas
El jueves, 4 de septiembre, durante un acto oficial, el fiscal general Tarek William Saab aseguró que el ataque “nunca ocurrió” y criticó que EE.UU. presentara solo “un video animado” sin coordenadas ni pruebas. Señaló que, de haber sucedido, lo correcto era “detener y no aniquilar” la embarcación.
“De haber ocurrido el hecho, que no ocurrió, lo primero era buscar detener, sin aniquilar sin combate previo, a esa presunta embarcación, (de la) que no han dicho las coordenadas, de dónde salió, cómo salió, quiénes estaban allí. Simplemente un video animado”,
adujo Saab.
En cambio, un día antes de las declaraciones de Saab, el secretario de Estado de EE. UU., Marco Rubio, defendió en México la orden de Donald Trump y advirtió que la estrategia de destruir barcos con droga “volverá a suceder” porque, dijo, es la única forma de frenar a los cárteles.
“EE. UU. ha utilizado durante mucho tiempo tecnología establecida para intervenir y establecer barcos narcotraficantes. Pero no funciona, porque estos cárteles de la droga saben que van a perder el 2 % de su carga. Lo que los detendrá es si los destruyen”, justificó Rubio.
Ruta disputada
El contraste entre el silencio de las autoridades locales y la rapidez con la que la comunidad llenó redes sociales con fotos y mensajes marcó la primera gran grieta narrativa de esta tragedia. La versión oficial fue más bien un desmentido, pero la memoria digital de los vecinos ya había escrito la crónica del duelo.
San Juan de Unare y su vecina San Juan de las Galdonas, ambas en el municipio Arismendi, han sido identificadas como enclaves estratégicos del narcotráfico por su ubicación en la península de Paria, un corredor marítimo que conecta directamente con las islas del Caribe y con rutas hacia Centroamérica y Europa.
InSight Crime —centro especializado en crimen organizado en América Latina— documentó en 2019 que las bandas locales emplean lanchas rápidas para movilizar cocaína, armas y gasolina a Trinidad y Tobago, con apoyo de cuerpos de seguridad.
El Observatorio Venezolano de Violencia señaló en 2018 a Sucre como el quinto estado más violento del país, con 97 homicidios por cada 100.000 habitantes. La mayoría de estas muertes están asociadas a la disputa de esas rutas.
Pobreza y violencia: doble condena
La violencia en la zona no es nueva. En septiembre de 2018, la llamada “masacre de San Juan de las Galdonas” dejó hasta 78 muertos en apenas dos días, en una disputa por un cargamento de droga.
A la mayoría de los cadáveres los arrojaron al mar o los enterraron en fosas clandestinas. Solo dos cuerpos llegaron a un cementerio en Río Caribe, de acuerdo con denuncias de familiares en su momento.
Tres años después, en 2021, en un operativo de más de 500 funcionarios asesinaron a Gilberto Hernández, alias Malony, jefe de una banda ligada al Tren de Aragua —megabanda venezolana con presencia en varios países de América Latina— que controlaba la zona.
El pueblo, de calles estrechas y casas humildes, no desconoce el peso de esas mafias. Vecinos confirmaron a Crónica Uno que varios de los fallecidos eran pescadores, que alternaban su oficio con viajes vinculados al contrabando y al narcotráfico.
El dueño de la lancha controlaba la ruta a través de un GPS; su propio hijo estaba entre los muertos, según la periodista Sebastiana Barráez. Los otros tres fallecidos eran de Güiria, otro pueblo costero de Sucre marcado por la migración, el narcotráfico y la precariedad.
Ese dato amplía la tragedia: no fue solo Unare, sino más comunidades que viven de cara al mar y bajo el mismo peso del contrabando.
El dolor se mezcla con la resignación. En San Juan de Unare todos saben que la pesca ya no alcanza. Por eso, la frontera entre pescador y traficante se difumina en cada viaje nocturno hacia la vecinas islas de Trinidad y Tobago.

Pueblo tomado
El martes se reportó la llegada de funcionarios de la Guardia Nacional en tres vehículos, y para el miércoles, 3 de septiembre, el despliegue se duplicó. Pero en la comunidad la presencia militar no genera confianza. Muchos recuerdan que antes del hundimiento de la embarcación destruida, otras dos partieron la misma ruta con cargamentos de droga sin que las interceptaran.
Mientras Washington ha defendido el hundimiento de la embarcación como un golpe al narcotráfico, en San Juan de Unare los funerales improvisados revelan otra cara: la de un pueblo atrapado entre la pobreza, la violencia y la falta de alternativas.
Donde antes reinaban la pesca y el turismo —la península de Paria fue un enclave turístico con playas como La Uva y El Cocal, en la actualidad abandonadas por la inseguridad—, actualmente domina el miedo y la dependencia del crimen organizado.
“Cómo te nos fuiste, mi hermano”, escribió una joven en TikTok. El mensaje resume el sentir de un pueblo que llora a sus hijos y teme que la historia vuelva a repetirse.
Hasta la fecha, solo se sabe que la embarcación se dirigía a Trinidad y Tobago cuando fue interceptada y destruida en aguas del Caribe. Esta isla vecina, situada a menos de 150 km de la península de Paria, ha sido históricamente utilizada como punto de entrada de cocaína y contrabando.
La tragedia se vive en el pueblo entre lágrimas y mensajes de despedida publicados en redes sociales. Muchas de las víctimas eran pescadores desde hace décadas, ahora atrapados en una economía ilícita que ha reemplazado a la pesca y al turismo como principal fuente de ingresos. Y es que el narcotráfico en la región llega a pagar, de acuerdo con los propios pobladores, hasta diez veces más que la pesca artesanal.
El Tren de Aragua
Informes de InSight Crime , Transparencia Venezuela y del Observatorio Venezolano de Violencia han descrito cómo las bandas locales, en complicidad con autoridades, controlan las rutas hacia el Caribe.
La violencia de la zona tiene episodios recientes y sangrientos. En 2018, un enfrentamiento entre bandas dejó hasta 78 muertos en las dos poblaciones. Conocida como la “masacre de San Juan de las Galdonas”, culminó con cadáveres arrojados al mar y fosas comunes improvisadas.
En 2021, el operativo contra el líder criminal Malony —jefe de una banda asociada al Tren de Aragua, la megabanda más poderosa de Venezuela— evidenció el poder del crimen organizado en la región.
Hoy, tras el ataque estadounidense, San Juan de Unare revive ese pasado de sangre y silencio. Mientras, familias enteras entierran a sus muertos y temen que la historia vuelva a repetirse.
Este intrincado caso, entonces, no se entiende solo en cifras o comunicados. Está en los altares improvisados con velas, en las redes sociales que se han vuelto cementerios virtuales, en el miedo de un pueblo que teme que estos muertos no sean los últimos. Más allá del parte militar, lo que queda en San Juan de Unare es una herida que sangra en voz baja, pero constante.
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