La película protagonizada por Ana de Armas busca inscribirse en la trascendencia del mundo de John Wick, sin embargo, tan solo entretienen sin más.
Caracas. Los pies de las bailarinas sufren. Por la estética de cada paso, hay un sacrificio físico, un costo que se traduce en distintas lesiones, incluso sangrientas, como el precio que debe pagar Eve Macarro.
Solo que ella no se esmera por el paus de deux en el escenario. Bailarina comienza con una niña que ve cómo su papá es asesinado por un comando de hombres clandestinos. Actúan bajo las órdenes de The Chancellor (Gabriel Byrne). Irrumpen en el hogar para acabar con un sujeto que se atrevió a transgredir las normas del misterioso grupo criminal.

Ana de Armas interpreta cabalmente las escenas de acción, aunque su registro queda pasmado cuando debe ir para más. Pero bueno, el cine de acción ha acostumbrado al público a interpretaciones de parcelas. Firma estampada.
Es un spin-off de la saga John Wick. Su trama se desarrolla entre los hechos de John Wick 3: Parabellum (2019) y John Wick 4 (2023), esta última la recuperación de una historia que había sufrido un bajón en su anterior entrega.
Hablamos de la presentación de un personaje en este universo bien delineado desde 2014. Y uno de los principales problemas de Bailarina es su evidente afán por hacer a su protagonista parte de este mundo, al menos en este primer intento.
El vínculo con John Wick en su primera película surgió cuando el público vio cómo un hombre buscaba dejar atrás los salones y calles de mafias, y ya en el sosiego del que se cree retirado, ve cómo su ímpetu es tambaleado cuando unos ladrones se llevan su carro y su perro, este último un animal que le servía para sobrellevar el luto por la muerte de su esposa.

Quien desea así ir contra quienes no lo dejan abandonar la ilegalidad, tiene todo el derecho a romper toda norma lógica. Es el acuerdo que se firma entre espectador y creador. Acá vemos al personaje de Ana de Armas en desespero por ingresar en el crimen para vengar a su padre. Mancillado hasta el tope todo lo acordado en el pasado.
El simbolismo y la empatía por quien desea cambiar su vida llevan al pacto para claudicar ante el hilarante y paradójico mundo de códigos del crimen de élite bajo la conducción del cineasta Chad Stahelski, responsable de las cuatro entregas anteriores de John Wick.
Ahora esta bifurcación está a cargo de Len Wiseman, quien pese a contar con guionistas vinculados con las películas anteriores, no logra la solemnidad del universo aceptado.
Por un lado, la acción que presenta es genérica, con una dirección tan solo suficiente para entretener. Y es que la película no se toma en serio su existencia, pero tampoco toma la sorna de la saga protagonizada por Keanu Reeves para llevar al extremo sus planteamientos. Parece tan solo la toma de retazos de los cuatro largometrajes previos -con Keanu Reeves en el reparto- para vender una colcha que quita el frío, pero luego empieza a picar.

De hecho, John Wick 4 está más a la altura en la musicalidad que evoca el título Bailarina. Con escenas que se apropian de la estética del videoclip, enfrentamientos casi dancísticos que hacen de cada pelea una estética con impronta.
En Bailarina tratan de intensificar el conflicto incluso con un pueblo que parece lobotomizado para proteger al líder de un culto, pero esa intención de enrarecer la contraparte con ínfulas sectarias carece incluso de sentido en su justificación.
Es el comienzo para darle más cuerda a todo este entramado. No hay que negar que los momentos de tensión cumplen su objetivo en algunas escenas. Ya en el clímax el espectador puede entregarse a lo que venga, pero es de esas obras que no se extrañan después de salir de la sala.
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