Saray y Yidelca Figueredo fundaron el movimiento social con la intención de brindar talleres a la niñez y a la adolescencia de su comunidad para ofrecerles oportunidades de superación. Junto con aliados enseñan panadería, repostería, cine y cómics, arbitraje de baloncesto y fotografía a la juventud de su comunidad, ubicada al oeste de Caracas.
Caracas. Esta es una historia de la vida real. La historia de Saray. Una mujer que convivió con la violencia desde su niñez: su hermano mayor, vinculado a la megabanda de la Cota 905, falleció en un enfrentamiento con los cuerpos de seguridad del Estado; su única hermana consumió drogas y también estuvo muy de cerca a las bandas delictivas de la zona y su hermano menor aún lucha contra la drogadicción.
Saray Figueredo, a sus 27 años de edad, cuenta su experiencia cuantas veces sea necesario. Sin tabú ni vergüenza. Porque lo malo es parte de ella y lo bueno también. Asumió que las malas decisiones de sus hermanos no eran su culpa. A través de lo que vivió quiere demostrar a otros jóvenes de su barrio que aún en contextos violentos se pueden aprovechar las oportunidades.
“Fueron años difíciles, porque yo veía que mi hermano se enfrentaba y bajaban muertos por el barrio. Yo lloraba todas las noches, soñaba que estaban velando a mi hermano. En la casa había distintas situaciones de violencia, mi hermano en una banda y nosotros vivíamos con mi tía, ella tomaba todos los fines de semana, un día nos despertamos y ella estaba llena de sangre porque se había cortado la mano”.
La cercanía a la violencia que tuvo la familia Figueredo se convirtió en la inspiración para fundar el movimiento social Cota 905 en Positivo, un proyecto para mostrar “la otra cara de la moneda” de esta barriada, que estuvo dominada por una de las megabandas más relevantes de Caracas, durante al menos ocho años, y que fue el único e injusto sello por el que se conoció a sus habitantes.
A través del proyecto la familia Figueredo quiere transformar vidas. Así ocurrió con “totico”, uno de los primeros participantes en los talleres de la organización. El joven pasó de consumir drogas en una esquina, y de ocultarse de sus enemigos para evitar que lo mataran, a conseguir un empleo. Su hermano, un adolescente de 17 años, aprendió a leer y a escribir gracias a la dedicación que consiguió en el proyecto comunitario.
Saray junto con su hermana Yildeca inspiran a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes de comunidades cercanas a la Cota 905 a cambiar el sello de la violencia por las oportunidades que ofrece el movimiento social, a través de la participación en talleres de panadería, repostería y pastelería criolla; de fotografía, de cómics y cine, de arbitraje de baloncesto y con la recuperación de los espacios del barrio, afectados por las balaceras.
“Todos los jóvenes de la Cota hemos pasado por mucho y hemos salido adelante. Ya basta de que nos victimicen, aquí la violencia ha sido tan dura que la normalizamos, pero decidimos no quedarnos en ella. Queremos que cuando la gente busque en las redes sociales vea noticias positivas, vea que aquí hay panaderos pero también hay fotógrafos. Este proyecto es muy de nosotros”, dice Saray.
La megabanda
Según el abogado y criminólogo Luis Izquiel, la megabanda de la Cota 905 se extendió a El Cementerio, El Valle, Coche, La Vega y a los estados Miranda y Aragua. Más de 200 hombres y mujeres integraron la organización criminal, que estuvo implicada en delitos como secuestro, venta y tráfico de droga, robo de vehículos y extorsión. La Policía Nacional Bolivariana, tras múltiples enfrentamientos con la banda, admitió que los delincuentes estaban armados para una guerra con fusiles de alta precisión, lanzacohetes, municiones con balas de distintos calibres y granadas.
Por casi una década la organización delictiva mantuvo en zozobra a los vecinos y ocasionó el desplazamiento forzado de muchas familias de la Cota y sectores cercanos. Algunos trataban de proteger a los más jóvenes, ya que los delincuentes captaban niños y adolescentes a sus filas, otros intentaban que la policía no detuviera o asesinara a inocentes.
Aunque en 2022 los cuerpos de seguridad del Estado mataron a Carlos Luis Revete ―apodado el Koki―, uno de sus cabecillas, dos integrantes fundamentales de la megabanda de la Cota 905, Garbis Ochoa y Carlos Calderón ―conocido como el Vampi―, siguen prófugos y el gobierno de Nicolás Maduro ofrece recompensa por ellos.
Yiyi, como llaman cariñosamente a Yidelca Figueredo, también cuenta su historia en los espacios donde comparte con los muchachos. Con seriedad les narra lo vivido:
“Es muy sabroso estar de fiesta, pero yo viví experiencias muy feas, golpizas, tiroteos, resacas, estuve en un hueco por el consumo de drogas y vi a mis padres sufrir por mí”.
En el auge de la megabanda de la Cota 905 una amiga de Yiyi fue asesinada. A Zaimar Estefany Durán, de 17 años, le dieron un tiro en la cabeza y metieron su cadáver en una maleta que arrojaron en Quinta Crespo. Esta es otra experiencia que cuenta.
“Una vez estuve dos días corridos de fiesta y con un amigo borracho y drogado nos pusimos a jugar la ‘papa caliente’ con una granada, y él murió. Él abrazó la granada como para protegernos a los demás. Todavía tengo las esquirlas en mi brazo y se las enseño a los jóvenes para que vean las consecuencias. A raíz de eso yo quería perder la memoria, viví muchos años con ese trauma, ya quería salirme de eso. Hay golpes que te marcan para toda la vida, física y mentalmente”, dice con un tono de voz bajo y pausado, aún le afecta recordar esos momentos.
La comunidad también construyó el proyecto
Cota 905 en Positivo nació oficialmente en tiempos de pandemia de COVID-19. Justo en 2021, cuando la megabanda prácticamente declaró “la guerra” a los cuerpos de seguridad. Los medios de comunicación solo relataban la violencia en esta barriada.
El movimiento social surgió con poco financiamiento pero con mucha ayuda de los vecinos. La primera cohorte de panadería la dictó gratis el chef Rubén Palmieri, quien le pidió una serie de implementos básicos a Saray y Yidelca. Ellas no tenían ni idea de qué les hablaba el panadero.
Yildeca convocó a varios jóvenes que se encontraban en la calle, algunos de ellos en consumo de drogas. Previo al nacimiento del proyecto ya las hermanas llevaban un largo recorrido en el activismo social, colaboraban con el comedor comunitario de la organización Mi Convive y planificaban actividades para los niños y niñas en ocasiones como el Día del Niño o Navidad.
“Empezamos a tocar de casa en casa, a un vecino le pedimos sal, a un vecino le pedimos harina, un poquito de azúcar a otro y la comunidad empezó a regalarnos cosas y con eso hicimos la primera clase. Después necesitábamos pesos (balanzas) y otros instrumentos y las vecinas que hacen tortas nos los prestaron. Lo único que le dábamos a esos jóvenes era agua y ellos se comían la producción”, relata Saray.
Los panes de la primera clase se hornearon en más de ocho casas de la calle El León de El Cementerio, comunidad que colinda con la Cota 905. Uno de esos hornos fue el de Nelly Vega, repostera conocida en la comunidad como Mela’o. Ella no solo prestó su cocina también enseñó a las hermanas lo básico de la repostería.
“Les enseñé a tomar las medidas, cuántos huevos debía llevar la torta, de todo. A mí siempre me ha gustado colaborar con la comunidad, cuando ellas me necesitan yo estoy. Antes, cuando yo hacía tortas por encargo, los niños me hacían una fila afuera de la casa y yo les regalaba el mela’o que me sobraba”, dice Nelly, una mujer de piel canela y con el cabello perfectamente peinado. Saray, con ayuda de la comunidad, pintó un mural afuera de la casa de esta vecina con la palabra “melao”. Fue el cariñoso apodo que se ganó por compartir parte de su trabajo con los niños y niñas de la zona.
Cada clase se convirtió en “una travesía” para las hermanas Figueredo, pero no les faltó el apoyo del barrio. Después de esa oportunidad un vecino les donó ingredientes en unos potecitos de mantequilla por si en algún momento hacían pan de jamón en las clases de panadería del proyecto.
“Una vez nos dijeron: ¿Ustedes no creen que están perdiendo el tiempo? Yo las veo buscando a esos muchachos y mañana seguro nos tocan la puerta con una pistola. Era el estigma dentro de la misma comunidad. Y sí, ellos tocaron las puertas como dijo esa señora pero era para ver cómo iba el pan en el horno. Eso nos motivó a seguir, esa era la historia de estos jóvenes”.
Más aliados al barrio
La formación en el área social de Yidelca y Saray comenzó con la organización Mi Convive. Allí aprendieron a estructurar un proyecto y obtuvieron financiamiento para la iniciativa de Árbitros Organizados por la Comunidad, con la cual formaron a 48 jóvenes en dos cohortes, como oficiales de mesa técnica y arbitraje de baloncesto, el deporte que se masificó en las comunidades.
Con este taller los participantes tienen la oportunidad de generar ingresos y además tuvieron acompañamiento psicosocial y de organización comunitaria. Saray asegura que pueden ganar al menos $30 en un partido.
“Hablamos de la violencia por años, pero nosotros como comunidad decidimos no quedarnos en ella”, admite con orgullo Saray, quien añade que en la graduación le donaron silbatos, cronómetros y franelas a los estudiantes.
En su inexperiencia ninguna de las hermanas contempló el refrigerio para los estudiantes dentro del presupuesto solicitado. Gracias a la participación de los vecinos pudieron resolverlo, de nuevo fueron de casa en casa y consiguieron donaciones. Dos comerciantes del barrio obsequiaron las verduras y Saray y Yidelca compraron las proteínas
“Mi mamá y mi papá cocinaban. Bajábamos los calderos en moto, una vez me quemé la pierna, no teníamos carro y era la forma de trasladar toda esa comida. Muchos aportaron en su comunidad y en los siguientes talleres agregamos la organización comunitaria porque muchos de ellos se interesaban en eso”.
La segunda cohorte del taller de fotografía contó con el apoyo del Espacio Anna Frank, y su programa 100 Cameras, para formar a jóvenes de la Cota 905 y sus adyacencias, durante 10 clases. Una de las últimas clases fue en el Teatro Alameda, en San Agustín.
“La responsabilidad del Estado en el desarrollo de oportunidades educativas y formativas en la juventud es inexistente y por lo tanto las organizaciones que pueden deben hacer algo, la responsabilidad es individual y colectiva. Estamos en nuestro deber de ayudar a formar y crecer a generar oportunidades para que estos jóvenes puedan llegar lejos”, explicó Elizabeth Schummer, directora de Cultura de Espacio Ana Frank.
Axel Blanco fue una de las jóvenes que se enamoró de la fotografía a través de los talleres de la Cota 905 en Positivo. Llegó al movimiento social porque su mamá se interesó en las actividades tras ver los resultados de los otros talleres.
“Normalmente cuando la gente que habla de la Cota piensa que todos los chamos están en drogas, que toda la gente está perdida o que todos vamos a ser delincuentes y no es así, en la comunidad hay personas buenas, lamentablemente hubo una situación fuerte de violencia, pero hay personas buenas en el barrio”, dijo Axel, de 18 años, quien está próxima a iniciar sus estudios de Psicología en la Universidad Central de Venezuela.
Esa mañana de junio, durante la última clase de fotografía, los jóvenes vieron una sesión teórica, luego compartieron durante el refrigerio y después hicieron las prácticas rodeados de los murales de San Agustín.
Los participantes se divirtieron en cada instante, entre ellos soltaban carcajadas cada vez que intentaban practicar un plano. Se les notaba la felicidad. Saray y Yidelca, en compañía del equipo de expertos, asesoraban a los estudiantes.
Cota 905 contra la violencia
La participación ciudadana en asuntos de interés público es fundamental para que haya políticas públicas que se ajusten realmente a las necesidades de las personas y las comunidades.
Marysabel Rodríguez, socióloga y coordinadora del Observatorio de Libertad de Expresión de Espacio Público, explica que incorporar a sobrevivientes directos o indirectos de la violencia es básico para que el Estado diseñe políticas públicas para prevenir que la comunidad reincida.
“El Estado es el que tiene el monopolio de la violencia y es el que tiene la obligación directa de gestionar de forma transparente y eficiente esa violencia, adecuada en el marco de la ley y del estado de derecho. El Estado debe dar ese primer paso y hacer las propuestas, porque tiene los recursos suficientes para manejar la violencia en términos institucionales. Si no involucramos a las comunidades en este proceso no estamos haciendo mucho”.
Las políticas públicas están orientadas para mejorar la calidad de vida de las personas y las comunidades, allí radica el sentido de la gestión pública. Rodríguez, explica que el Estado tiene la obligación de prevenir, contener y mitigar la violencia de la mano con las comunidades afectadas.
“La violencia delictiva está asociada a una serie de condiciones previas en términos de educación y de contención familiar o institucional que no existieron y que derivan luego en prácticas violentas. Eso no lo justifica pero facilita que el contexto de vulnerabilidad y cuando el Estado no ofrece esas condiciones facilita que las personas terminan incurriendo en delitos”.
Por su parte, Izquiel considera que la respuesta del gobierno de Maduro contra la violencia en la Cota 905 no se abordó de manera integral si no se resolvieron otros problemas sociales como la pobreza, la deserción escolar o el embarazo a temprana edad.
“Hay una cantidad de problemas que son el caldo de cultivo de las bandas criminales, falta mucho por avanzar. Hay procesos exitosos de transformación de comunidades que fueron objeto de un acompañamiento integral, como la Comuna 13 de Medellín (Colombia)”.
Una de las metas a mediano y largo plazo que tienen Yidelca y Saray con la Cota 905 en Positivo es adecuar una vivienda de cuatro pisos, en la calle El León, para lograr un centro de formación juvenil, donde dicten los talleres con los espacios adecuados y en uno de los pisos haya un cíber para ayudar a los jóvenes que no tienen computadoras ni internet en sus casas.
“Ya algunos vienen a la casa y nosotros les prestamos wifi para que hagan sus tareas. También queremos poner un área de servicio técnico para reparar computadoras, ya hay tres jóvenes formados y nos gustaría que generen ingresos”.
Cota 905 en Positivo ha formado a más de 170 jóvenes en dos cohortes de arbitraje, dos de fotografía y cuatro de panadería, pastelería y repostería criolla. Se benefician vecinos de la Cota 905 y de los barrios que colindan, y también otros muchachos de zonas como el 23 de Enero, Coche o El Valle quienes se acercaron a las hermanas Figueredo por las buenas referencias que oyeron del proyecto.
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Este reportaje es resultado de la beca de producción periodística para promover el conocimiento sobre el derecho a la participación en Venezuela, otorgada por Espacio Público y Crónica.Uno. La edición estuvo a cargo de María Victoria Fermín K, coordinadora de la Unidad de Contenidos Especiales.
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