Robert Eggers retoma el clásico del cine de terror alemán para ofrecer su perspectiva de la historia del conde Orlok
Caracas. Un siglo y dos años después llega a las carteleras una nueva versión de Nosferatu, una de las películas referencia del cine expresionista alemán basada en la novela Drácula de Bram Stoker, publicada apenas veinticinco años antes, en 1897.
Esta propuesta está dirigida por el estadounidense Robert Eggers, quien ya cuenta con leales seguidores por largometrajes como La bruja (2015), El faro (2019) y El hombre del norte (2022). Se trata de un autor que trata con bisturí contextos lúgubres y las reacciones humanas en situaciones de desamparo extremo.
Ahora se atreve a escudriñar en los valores artísticos de la película de hace un siglo para presentar esa perspectiva, pero con los caminos andados y las herramientas que ahora el cine permite. En Venezuela esta producción se estrenará el 2 de enero de 2025.

En buena parte sale bien librado. El director y guionista de esta nueva Nosferatu entiende de terror y zozobra. Como la original, que es una película muda, está ambientada en el siglo XIX, en la ciudad de Wisborg. Ahí vive un matrimonio conformado por Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) y Thomas Hutter (Nicholas Hoult). Él es un agente inmobiliario que busca cómo mejorar su situación económica. Debe dinero.
Todo parece que mejorará con una propuesta: su jefe le dice que viaje hasta el castillo del conde Orlok (Bill Skarsgård), interesado en comprar una propiedad en Wisborg. En el camino, Thomas empieza a recibir una serie de mensajes que le advierten del misterioso destino que lleva. Ya en el castillo, descubre que el conde es un vampiro. Debe regresar a la ciudad porque teme que pase algo malo con su esposa.
Trama que cumple
El primer acto de la película cumple su misión de establecer el conflicto. La situación de la pareja, las aspiraciones, la duda y la certeza de mejoría. El director dispone bien de la fotografía de su leal compañero Jarin Blaschke para enmarcar a los personajes en una ciudad gris y casi vacía, con unos interiores opulentos en una economía que promete más prosperidad.
Los diálogos no dicen más de lo que pueden sugerir las imágenes de la película muda, pero es suficiente para no alterar demasiado lo propuesta en 1922 por el cineasta alemán F. W. Murnau.

Ya para el segundo acto, Nosferatu se enrevesa cuando adquieren mayor participación personajes secundarios como Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson), amigo de Thomas, y el profesor Albin Eberhart von Franz (Willem Dafoe), un médico execrado de la academia por su interés en los asuntos metafísicos y el vínculo con lo mundano.
Vaivenes
La trama pierde fuerza al merodear en los mismos hechos alrededor del viaje del conde a la ciudad. Lo único rescatable de este segundo acto es la acentuación de las certezas de algunos personajes. Por ejemplo, el próspero y joven empresario Friedrich Harding no cree que exista un ser sobrenatural que amenace la ciudad.
Él solo considera que lo que ocurre es producto de la peste causada por las ratas de la ciudad. Por su parte, Albin Eberhart von Franz va mucho más allá, pues entiende lo terrenal y lo ulterior como parte de una sola existencia. Por eso, es quien da en el clavo para encontrar la solución final en el tercer acto. Conoce que el sacrificio es inevitable, y que la creencia en lo que no se palpa es fundamental.
Mientras tanto, Thomas Hutter al no tener nada material en lo que vanagloriarse, abre las puertas a lo que nunca imaginó y se entrega a la esperanza. Eso sí, no sin dudas. Es una de las lecturas más interesantes del desarrollo de esos personajes. Sobre las actuaciones, las que irradian más fuerza son las de Lily-Rose Depp y Willem Dafoe. Las otras son suficientes.

Ya para el tercer acto, el conde va adquiriendo mayor fuerza en su presencia, pues está cada vez más dispuesto a lograr su cometido. Entonces la trama retoma fuerza para culminar en un acto de sacrificio y aceptación.
Conde esquivo
Ahora bien, a diferencia de la película de 1922, la imagen del conde Orlok en esta versión de Nosferatu es esquiva. En el primer acto es casi indescifrable, oculto entre las sombras. A medida que transcurre la película, se va develando más su rostro, muy humanizado en esta ocasión.
Muy lejos está de esa propuesta expresionista, alejada de toda terrenalidad, que se convirtió en icono de la cultura pop. De hecho, podría decirse que el rostro del personaje de Bill Skarsgård es mucho más impresionista. Ya al final cuando su cuerpo es descubierto la intención es más artificiosa, pero no por eso deleznable. Sí es cierto que se acopla más a las maneras del cine de terror estadounidense, ya algo manidas por tantas películas.
En esta entrega la sombra de hace un siglo que tan icónica se convirtió, pierde peso porque es poco el contraste en luces cuando el conde está en escena. Por tanto, es un elemento distintivo que pierde vigor.
Nosferatu de 2024 es una versión justa, que si bien respeta la original, trata de adaptarse a ciertas expectativas de un público saturado de películas de terror, que ya ha recorrido distintas historias. Está lejos de pertenecer a un movimiento artístico como la de 1922, en tiempos posteriores a la Primera Guerra Mundial, en ruinas de un país derrotado. Robert Eggers hace una versión en la comodidad de una industria fuerte, pero no por ello deja de entender la esencia en buena parte de la obra que se atrevió a desarrollar.