En las calles de Coro es común ver a personas con trastornos psiquiátricos pidiendo comida y, en algunas ocasiones, con actitud agresiva atacan a transeúntes y vehículos.
Coro. Elizmar tiene 28 años de edad y sufre de una enfermedad psiquiátrica. Ella puede estar tranquila, sentada en la acera cerca de su casa, cuando de pronto dice escuchar una voz que le da órdenes: “Lánzale piedras a los carros”. Acto seguido, una avalancha de piedras cae sobre las ventanas de las viviendas y vehículos, los que están estacionados suelen llevar la peor parte.
Los episodios esquizofrénicos de esta madre de dos hijos, y la segunda de ocho hermanos, han puesto en aprietos a más de un vecino y han hecho que algunos aceleren cuando se dan cuenta de que está muy agitada. Buscan protegerse.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que a principios de 2020 casi 1000 millones de personas en el mundo, uno de cada ocho, padecían algún problema mental. Las cifras que aumentaron 25 % durante el primer año de la pandemia. De estas personas, unos 24 millones, es decir, una de cada 300, padecen esquizofrenia.
En Venezuela, en 2011, según la última cifra oficial disponible, la cantidad de pacientes psiquiátricos atendidos en los 11 hospitales destinados para ellos en el país fue de 37.531, lo que equivale a 144 pacientes por cada 100.000 habitantes.
Se estima que en el país hay un psiquiatra por cada 100.000 habitantes, aunque las cifras reales no se conocen debido a la migración forzada que ha sufrido el país. Según la Federación Médica Venezolana (FMV) cerca de 42.000 médicos y enfermeras han abandonado el territorio.
Sin médicos
Miriam Chirinos, madre de Elizmar, conoce bien la realidad de la falta de especialistas. Como no puede permitirse pagar un psiquiatra ni un neurólogo para su hija, cualquier psiquiatra que esté disponible es su única opción.
Cada blíster del fármaco que necesita Elizmar para mantenerse bajo control, cuesta 320 bolívares, unos 8 dólares.
“¿Cómo hago para comprarlas y criar a mis nietos?”, se pregunta Miriam, si a veces no cuentan ni para comer.
En los días de sosiego de Elizmar, recuerda Miriam que su hija, casi suplicándole, le dice: “Mamá, no te vayas, quédate en casa”. Admite que no puede hacer más que orar para que Dios cuide de su hija.
El padecimiento mental de Elizmar llegó después de su segundo parto. Un psiquiatra, cuenta la madre, aseguró que su estado empeorará progresivamente y que necesita ser internada en un hospital psiquiátrico para recibir un tratamiento adecuado a su patología.
En reiteradas ocasiones, Miriam ha padecido los ataques furiosos y descontrolados de su hija, quien incluso la ha agredido físicamente. Dice que ha salvado su vida de milagro.
Trastorno sin medicación
Elizmar es solo un caso de los varios que se ven en las calles del estado Falcón.
En el municipio Unión, al sur de la entidad, en la carretera troncal 004 está Liover David, quien por lo general es tranquilo. Sin embargo, de repente arremete contra los vecinos y ha recibido golpizas por parte de terceros, que responden a su agresión. Este hombre de 35 años no cuenta con medicamentos y vive en la calle.
Elías duerme en medio de las tumbas del cementerio municipal de Coro y los familiares de los difuntos han denunciado que daña las lápidas.
Así como el caso de Elías, en el centro de la ciudad de Coro se pueden ver al menos dos o tres personas más con problemas psiquiátricos. La mayoría son hombres y hay una mujer que deambula y pide comida en harapos.
No hay sala de salud mental
Desde 2019, el servicio de psiquiatría y sala de salud mental del Hospital General Dr. Alfredo Van Grieken, en Coro, está cerrado. No solo se cerró porque fue el año en el que llegó el COVID-19, sino porque ya era evidente la crisis por falta de personal médico y de enfermería.
Hoy, el área que hace las veces de psiquiátrico aún no está en funcionamiento, pero sí en obras con un avance de 80 %. Se bautizó con el nombre del licenciado Félix José Quiñonez, fallecido en 2023.
En octubre de 2019 se conoció que había 3000 puestos vacantes de personal de salud. La mayoría había renunciado y abandonado sus cargos. El salario no les alcanzaba para mantener a sus familias.
Para entonces, el Hospital General de Coro, el único de referencia regional, tenía 200 de los más de 600 profesionales que requería. En cada guardia se necesitan entre cinco y seis enfermeras o enfermeros y se contaba solo con uno para una población de más de 40 pacientes por turno.
El déficit de personal alcanzó 87 %.
En la actualidad, el Hospital General de Coro suma 400 profesionales disponibles, según las estadísticas del Colegio de Enfermeras de la entidad. El déficit de personal persiste en 33,3 %.