Una película de Letonia acaba de ganar el Oscar. Una historia animada que distan mucho de la estética de Disney, pero con un poder de transmisión que se agradece.
Caracas. La semana en la que se realizó la proyección a la prensa de Flow en Caracas, la que transcurrió del 16 al 22 de febrero de 2025, parte de las lecturas del día en el catolicismo estuvieron dedicadas al libro del Génesis, especialmente a los episodios del diluvio y el arca de Noé.
Esas líneas se refieren a la inundación sobre la tierra y a los días que transcurrieron para que las aguas bajaran, mientras Noé aguardaba en la embarcación con los animales que había reunido para un nuevo comienzo.
Flow es una película animada de Letonia, una rareza en las dinámicas de la cartelera que se da por el buen recorrido en certámenes como Cannes, Goya, Annie, BAFTA, Globos de Oro hasta el reciente Oscar a Mejor película animada.

Cuenta la historia de un gato negro que tiene que sobrevivir a un cambio abrupto en el mundo. Mientras camina por un bosque, ve que otros animales corren. Huyen despavoridos, y de repente aparece la fuerza del agua que cubre todo.
El mundo cómo lo conoce se convierte en otro. El animal terrestre debe entonces adaptarse a otras reglas. Tampoco hay humanos. Tan solo vestigios de civilización, como casas, esculturas y otros artefactos de la rutina humana como espejos, objetos para nada del azar en Flow, que recalca esa comprensión del ser a través del reflejo.
En el trayecto hacia lo desconocido, el gato se encuentra con otros animales. Primero un perro marrón que luce juguetón, contrario a otros que lo perseguían.
Pero la calamidad siempre aparece. Es otro el contexto, no hay nada constante, sino el cambio brusco de todo lo que rodea al animal. Así, cuando parece que todo estará perdido, logra subir a un bote en el que hay un chigüire, quien accede a que el gato viaje también en la embarcación.
No hay certezas en el trayecto, tan solo el viento que lleva al modesto barco a quién sabe dónde. Poco a poco se van sumando otros animales, como el perro, un lémur y una garza, cada una con distintas características en su comportamiento.

Pero es la garza quien logra un vínculo relevante con el gato. Además de ser el animal con más ventaja, pues vuela y el agua no necesariamente es un problema, representa también la caridad y el sacrificio en Flow. De hecho, su decisión de defender al protagonista le traerá serias consecuencias, aunque también la trascendencia.
Se convierte luego en la figura de autoridad en la embarcación, y su arbitrio se verá minado cuando surja un debate cuyas decisiones pondrán en riesgo la armonía establecida en el bote.
Hay otro animal que no forma parte del grupo, que será fundamental en la salvación y discernimiento del gato: una ballena que recuerda al libro de Jonás, en esa faceta de que su existencia precisa un momento de aprendizaje.

Técnicamente Flow dista mucho de lo que se espera de una película animada en el siglo XXI, en el que Disney ha sostenido el aprovechamiento de la técnica para emular cada vez más la realidad, como es evidente en sagas como Moana o las versiones realistas de El rey león.
Dirigida por Gints Zilbalodis, esta obra animada fue hecha en Blender, un programa de uso gratuito. Sus imágenes son rudimentarias para estos tiempos, cada fotograma parece la presentación de un videojuego de PC de los noventa, pero eso no le resta belleza a su propuesta, que busca crear una ilusión. No persigue la semejanza, como pretendió hacer la pintura antes de la fotografía. Pero hay trazos que conforman unos planos de ensueño.
Además, Flow es una película sin diálogos. Los animales no hablan. Tan solo basta la acción y los gestos para comunicar sobre la vida. Los personajes de este largometraje deben enfrentarse a situaciones extremas, para luego comprender que el desafío es inexorable en la existencia. Que hay momentos en los que la única opción es seguir, a pesar de las ausencias, y que lo desconocido es casi la única certeza.