La migración indígena en Barrancas del Orinoco, estado Monagas, ha vaciado aulas y reducido la matrícula. En Venezuela no existen cifras oficiales sobre este éxodo y su impacto educativo, pero en la región se sabe que familias enteras emigran en busca de nuevos horizontes y una mejor calidad de vida.
Maturín. Raíza*, aunque desmotivada, comenzó a planificar el nuevo período escolar. Ya no solo enfrentaba un salario desalentador, sino también la baja asistencia de alumnos en el escuela indígena donde trabajaba, en Barrancas del Orinoco, al sur del estado Monagas.
En la ribera del río, el silencio en las aulas contrastaba con el bullicio de las lanchas que zarpaban cargadas de familias. La escuela, que alguna vez fue un espacio repleto de voces infantiles, ahora se percibía vacía.
Durante el año escolar 2024-2025, en el aula no era necesario alzar la voz para explicar la tarea en el pizarrón o dictar un texto. La migración de familias enteras redujo drásticamente el número de niños y niñas en la institución primaria.
En septiembre del año pasado recibió una lista de unos 20 estudiantes, pero no todos llegaron a mayo de 2025, cuando cerró el proyecto académico.
“El año escolar fue atípico. Hubo dispersión en el medio educativo porque a los niños se los llevaban sus padres. Se iban a otros países en búsqueda de una mejor calidad de vida, exponiéndolos a graves peligros”, dijo la docente a Crónica Uno.
Señaló que, aunque no existían cifras oficiales sobre la migración en la zona, las consecuencias eran visibles en el pueblo: cada día eran más las familias que partían navegando por el río Orinoco, que conectaba con el océano Atlántico. Entre los destinos más frecuentes de los Waraos figuraban Guyana, Surinam, Trinidad y Tobago y Brasil.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) proyecta que hasta abril de 2024 casi 8 millones de venezolanos habían salido del país desde 2015. Las comunidades indígenas, como los Waraos, forman parte de este flujo constante, en su mayoría por vías fluviales hacia el Caribe y el norte de Brasil.
La maestra precisó que la permanencia en esos países solía ser prolongada, de seis meses a un año, según el lugar al que se dirigieran y la ayuda económica que consiguieran.

Les aseguran la educación
La profesora contó que cuando las familias regresaban, los estudiantes eran reincorporados al sistema educativo y continuaban sus estudios pese a las ausencias.
“Se les explica a los padres que por la ausencia en el periodo escolar, deben retomar desde donde se quedaron y llevaría su tiempo. Dependiendo de la edad y el grado escolar, se les hace nivelación. Siempre hemos estado abiertos para recibirlos con el mismo cariño”,
expresó.
Rafael*, también docente en Barrancas —considerado uno de los pueblos más antiguos de Venezuela—, resaltó que las exigencias de las autoridades educativas no se adaptaban a la realidad social de la zona.
“Ciertamente, el Gobierno le brinda atención a las comunidades indígenas, pero la realidad no ha cambiado. La migración restó cuatro de cada 10 estudiantes en aula y se proyecta un mismo panorama para el venidero periodo 2025-2026”, detalló.
Añadió que la irregularidad del Plan de Alimentación Escolar también influyó en el aumento de la inasistencia de indígenas y criollos.
“Muchos niños eran enviados a las escuelas para recibir su plato servido, pero cuando no se disponía del servicio, la ausencia era mayor y al final del año el aprendizaje era deficiente. No hubo calidad en la educación”.
Deficiencia en educación bilingüe
Con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999 se profundizaron políticas educativas para la formación integral de comunidades autóctonas en todo el país. Pese a los esfuerzos estatales por avanzar en educación bilingüe y diversidad cultural, los resultados en 2024-2025 no fueron alentadores.
Así lo señaló Adolfo*, profesor de larga trayectoria en San José de Buja, comunidad Warao del municipio Maturín. La realidad allí no difería de la de Barrancas. La migración era vista como algo normal, especialmente entre las familias que vivían en los caños navegables.
En Buja se presentaban otros retos. Adolfo describió que en escuelas indígenas como la “Gran Cacique” hacen falta más profesionales titulados.
“No se está cumpliendo al 100 % con las clases bilingües. Han incorporado a facilitadores sin instrucción académica universitaria, quienes recurren a la asistencia de un nativo de la zona para la pronunciación”,
expuso.
Incluso comparó la situación con otras instituciones de Buja a las que asistían también niños criollos, donde —aseguró— el nivel académico es mayor.

En peligro escuela indígena de Barrancas
La escuela indígena “Licett Díaz” de Barrancas del Orinoco era uno de los dos centros educativos de atención primaria para los Warao en el sur de Monagas. Como el resto, no escapaba de la crisis: sus instalaciones estaban totalmente deterioradas.
Aunque el colegio pertenece a la iglesia católica San Rafael Arcángel, está bajo la administración del Ministerio de Educación. Desde hace años, el personal docente ha denunciado las precariedades del lugar.
Maritza*, quien trabaja allí, denunció que cada vez que llueve todo se moja y el agua corre hacia la calle. “Parece que estamos debajo del aguacero y no dentro del plantel”.
Contó que habían debido resolver por cuenta propia algunas fallas: realizaban colectas para comprar bombillos y colocarlos en salones y pasillos. También improvisan mesas y sillas debido al déficit de pupitres.
El equipo de Crónica Uno pudo conversar con el sacerdote de Barrancas, presbítero Víctor Salgado, para constatar la realidad del colegio. El religioso reconoció el deterioro y enfatizó en la urgencia de recuperar los espacios.
Explicó que los ingresos parroquiales por colaboraciones eran escasos, ya que la mayoría de la población pertenecía a la etnia Warao. Indicó que contaban con una inspección técnica y que se necesitaban más de 20.000 dólares para iniciar trabajos de impermeabilización, cableado, red de aguas residuales, entre otros.
En las orillas del Orinoco, los pupitres vacíos se acumulaban como símbolo de un éxodo que desgarra a la comunidad. Los maestros saben que el próximo año escolar volverán a abrir las puertas de aulas deterioradas, con menos niños que antes, y con la incertidumbre de si algún día regresarán quienes partieron.
(*) La información de esta nota incluye aportes de fuentes que solicitaron anonimato por motivos de seguridad. Crónica Uno garantiza la protección de su identidad.
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