A pesar de sus orígenes orientales, donde la hallaca suele prepararse con papa o huevo, las hallacas de Aidé son al estilo caraqueño: con guiso de cochino, carne de res y pollo. Además, vienen acompañadas de ensalada de gallina, un trozo de pan salado y un vaso de papelón con limón, todo por dos dólares.
Caracas. Desde el 1° de febrero hasta el 31 de diciembre Aidé Vargas vende hallacas bajo un árbol cerca de la esquina La Marrón, en el centro de Caracas. Este es su trabajo desde hace más de 16 años. Ella nació en el oriente del país, pero llegó a Caracas al cumplir la mayoría de edad. De eso ya han pasado 38 años. Ahora tiene 56 años de vida. Sin embargo, el tiempo no ha logrado borrar sus orígenes, que aún son notorios en su hablar, mientras que la edad apenas se refleja en las canas que cubren parte de su cabello crespo.
A pesar de sus raíces orientales, donde la hallaca suele prepararse con papa o huevo, las hallacas de Aidé son al estilo caraqueño: con guiso de cochino, carne de res y pollo. Además, vienen acompañadas de ensalada de gallina, un trozo de pan salado y un vaso de papelón con limón, todo por dos dólares o al cambio en bolívares, que al promedio del último mes equivalen a 10 bolívares.
“La hallaca se vende todo el año, no importa la fecha, pero es innegable que en diciembre se vende más”, explicó Aidé, cuyo negocio ha crecido con el tiempo y ya tiene siete personas que trabajan junto a ella: cuatro están en su casa, en Antímano, ocupándose de la preparación, y las otras tres la ayudan con la venta en la calle. Todas visten un delantal con flores de colores y una gorra blanca como parte del uniforme de trabajo.
“Este es nuestro trabajo, todas vivimos de esto”, expresó Aidé, quien este miércoles pasado llevó 130 hallacas y 130 bollitos para vender. Ese es el promedio de venta durante los días de semana. Las cosas cambian los sábados, cuando lleva 300 hallacas y 300 bollitos. “Y eso es poquito”, contó Aidé.
Hace algunos años Aidé vendía más de 700 hallacas los sábados, pero por los problemas económicos en el país y la pandemia por la COVID-19 mermaron las ganancias. “Antes de la pandemia las hallacas se vendían mejor. El año pasado las cosas estuvieron bastante fuertes para nosotras, pero este año, gracias a Dios, ha habido bastante movimiento”, comentó.
Durante nueve meses del año 2020, Aide y sus compañeras de trabajo estuvieron en casa sin poder trabajar. La paralización se debió al confinamiento decretado por el gobierno de Nicolás Maduro en un intento de prevenir los contagios por COVID-19, al igual que ocurrió en el resto del mundo. En ese tiempo, a Aidé le tocó sustentar a su familia con sus ahorros.
Mi familia es grande y depende de mi trabajo”, dijo.
Aidé mantiene el mismo precio de 2 dólares desde 2020, a pesar de que el costo de los ingredientes no son los mismos en comparación con el año pasado. Este año ella decidió comprar los ingredientes en el mercado de Catia. Anteriormente lo hacía en el mercado municipal de Quinta Crespo, pero dice que allí todo está un poco más caro.
Actualmente, un kilo de carne para las hallacas se puede encontrar entre 4,29 y 7 dólares el kilógramo; un paquete de harina de maíz puede estar entre 0,85 y un dólar, mientras que un paquete de hojas para aproximadamente 50 hallacas cuesta alrededor de 2,55 dólares. Esto por mencionar alguno de los ingredientes de esta elaborada preparación, cuyo costo de producción incluye el precio de envases y cubiertos de plástico para servir.
El interés de Aidé por la venta de hallacas comenzó cuando hace más de 16 años acompañó a una vecina que, antes que ella, tenía una venta de comida navideña en el centro. Ese día ella descubrió que con las hallacas se podía ganar la vida. Al poco tiempo decidió renunciar a su empleo en una tienda cercana e inició su propio negocio, que, aunque informal, cuenta con permisos de la alcaldía de Libertador desde hace más de cinco años.
A mí me gusta trabajar con el público”, recalcó la alegre cocinera.
La jornada de Aidé comienza desde la mañana, cuando su taxista de confianza la busca en su casa y la lleva hasta el centro con todos los implementos de trabajo: más de tres cavas para las hallacas, envases plásticos donde guarda la ensalada y el pan y el termo grande para el jugo. Entre todos los peroles, ahora también incluye un dispensador de gel antibacterial para los clientes. Ya a las 10:00 a. m. Aidé tiene todo listo. A mediodía es el momento de mayor venta.
A esa hora las banquetas de concreto alrededor del árbol se llenan de comensales que degustan su hallaca con full salsa de ajo o un poco de picante. Hay para todos los gustos. Ese es el momento que Aidé aprovecha para preguntar a sus clientes: “¿quieren otra?”.
Todo va servido sobre envases de anime. Aidé lleva su propia bolsa negra de plástico para que cada comensal deposite los desechos. A su alrededor otras tres señoras tienen casi la misma cantidad de tiempo vendiendo hallacas en la zona, otros han empezado la venta recientemente.
Aidé cuenta con una lista de clientes fijos, sobre todo de trabajadores públicos o privados, quienes de vez en cuando optan por almorzar hallaca o que le piden encargos en grandes cantidades, especialmente en esta época en la que abundan los almuerzos o fiestas navideñas en las oficinas. La jornada laboral de Aidé y sus compañeras termina a eso de las 3:00 p. m. Casi siempre a esa hora ya las cavas están vacías. Eses es el momento en que Aidé da “gracias a Dios”, porque eso indica que fue un buen día de venta.
Yo conservo mi calidad. Mi clientela de años me dice: ‘negra, tus hallacas no han cambiado’, y yo les digo: ‘si cambio, pierdo’”
Participa en la conversación