Familias afectadas por crecida del Orinoco esperan que ayudas no queden en promesas
Foto Protección Civil

Hasta el 21 de agosto pasado, la crecida del Orinoco dejó casi 8000 familias afectadas en Bolívar y cientos en refugios. Aunque el río ya empezó a retroceder, persisten la incertidumbre y la desconfianza en las promesas oficiales que, según los vecinos, nunca llegan completas.

Puerto Ordaz. El Orinoco comenzó a cabecear el 22 de agosto pasado. El río, que en su furia desbordada había invadido calles y hogares, empezó un lento retroceso. A su paso dejó comunidades anegadas y casi 8000 familias con pérdidas. En Bolívar, donde la crecida suele marcar la vida de cada temporada de lluvias, el agua volvió a imponerse con su fuerza.

La crecida de este año superó la cota de alerta roja, aunque no alcanzó los 18,34 metros sobre el nivel del mar (msnm) que se registraron el 25 de agosto de 2018 en Ciudad Bolívar. Aquel año, el agua arrasó como no se había visto en más de un siglo, solo comparable con la memoria histórica de 1892, cuando el caudal llegó a 19,14 msnm.

La gobernadora de Bolívar, Yulisbeth García, informó que más de 7900 familias han recibido atención por las inundaciones del Orinoco y el Caroní. Muchas permanecen en refugios temporales, principalmente en instituciones educativas cercanas a sus comunidades. La autoridad regional destacó que hasta ahora no se han reportado fallecidos.

Entre las medidas aplicadas mencionó la entrega de alimentos, gas doméstico, medicamentos, colchones, mosquiteros y otros insumos, además de la habilitación de un albergue con 214 camas en Ciudad Guayana.

Pese a ello, la preocupación se mantiene entre los afectados, que recuerdan promesas incumplidas en años anteriores y temen por el futuro de sus viviendas.

“En 2018 perdí mi ranchito. El agua se llevó todo. Me prometieron una casa que nunca llegó. Tuve que irme a vivir arrimada con mi hija y su pareja mientras conseguía un lugar para alquilar. Nunca recibí la casa que me prometieron”,

relató Marisol, vecina del sector Campo Rojo en San Félix.
Familias afectadas por crecida del Orinoco esperan que ayudas no queden en promesas
Cientos de familias en Bolívar han tenido que refugiarse en albergues por las inundaciones. Foto Protección Civil

Población vulnerable

Para ella, las esperanzas de recibir ayuda se desvanecieron en 2019, cuando las aguas regresaron y la comunidad enfrentó sola la crecida. Los albergues estaban saturados, mientras que quienes se mantenían en sus casas pedían mosquiteros para evitar contagios de paludismo o dengue, pero no fueron considerados “población vulnerable”.

“Para recibir ayuda, tu casa a juro se tiene que inundar. Si no, te dicen que no eres vulnerable. Pero cómo no lo vamos a ser, si no podemos dormir por la cantidad de mosquitos y hay brotes de paludismo”, denunció otra vecina del sector.

En distintas zonas de Ciudad Guayana, familias buscan amparo en refugios, casas de parientes o vecinos. Varias calles siguen bajo el agua hasta las rodillas. El paisaje deja huellas: el olor a barro, la humedad impregnada en las paredes y una capa de verdín verde que flota en los callejones, vista por los habitantes como un foco de enfermedades.

Familias afectadas por crecida del Orinoco esperan que ayudas no queden en promesas
Funcionarios de Protección Civil apoyan con el desalojo de viviendas afectadas. Foto Protección Civil

Funcionarios de Protección Civil han acudido para desalojar viviendas, pero, según los afectados, esas han sido las únicas visitas oficiales que han recibido.

“La mayoría de mis cosas están guardadas en casa de una vecina que vive en una zona alta que no se inunda. La ayuda gubernamental nunca llega completa”,

reprochó Ramiro, habitante del sector Los Monos, en Puerto Ordaz.

La crecida del Orinoco y el Caroní, aunque natural, estuvieron previstos en la planificación de Ciudad Guayana. Justamente en las zonas vulnerables no debieron construirse viviendas. Aún así, se propuso en planes que siguen engavetados, soluciones de reubicaciones residencial, dragados y otros proyectos de recreación y aprovechamiento de las orillas de los ríos.

El ciclo de crecidas del Orinoco se repite cada año entre mayo y agosto, con picos que marcan la vida ribereña. En 2018, la crecida fue la más prolongada en 126 años. Ese carácter cíclico hace que los habitantes convivan con el temor de cada temporada, conscientes de que el agua volverá a subir.

Aunque el caudal del Orinoco ya inició su retroceso, la incertidumbre persiste entre las familias afectadas. El discurso oficial habla de atención y albergues, pero las comunidades repiten que la ayuda nunca alcanza. En esa tensión, entre lo dicho y lo vivido, crece la desconfianza.

El río comienza a retroceder, pero la incertidumbre no baja con sus aguas. En los refugios y comunidades anegadas se repite la misma pregunta: “¿qué pasará la próxima vez?”. Entre recuerdos de pérdidas pasadas y promesas que aún no se cumplen, las familias esperan que esta vez la ayuda no desaparezca con la corriente.

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