Los familiares de los detenidos insisten en que ya no tienen miedo de denunciar las torturas y tratos crueles a las que han sido sometidos sus hijos. Lo único que les importa es que estén en libertad.
Caracas. “Mamá sácame de aquí, por favor. Ya no puedo más. Quiero ir a mi casa”, dice entre lágrimas Miguel Alejandro Hernández, quien desde el 2 de agosto fue detenido durante los operativos poselectorales.
Ella le responde que tenga esperanzas y que está haciendo todo lo posible para que salga. En ocasiones tiene la misma fe que su mamá. En otras, el encierro vence todo su optimismo y se molesta.
Durante la visita de este viernes, 13 de septiembre, la rabia le impide terminar la comida que Theany Urbina, su mamá, le preparó. Solo le entrega una carta que dirigida a sus hermanas, a quienes extraña.
Theany se marcha llorando. No soporta ver a su hijo, de 16 años, en ese estado y se pregunta en dónde está ese Dios en el que tanta fe ha depositado.
Yo no quiero que Dios haga a mi hijo más fuerte. Lo que necesito es que lo traiga a casa. Ese es el lugar en el que debe estar, no aquí”, manifiesta.
Por esa razón junto a los familiares de los ocho adolescentes detenidos en el Centro de Reclusión Ciudad Caracas, en donde hay adolescentes del sexo masculino detenidos, denuncia que a los que se mantienen detenidos podrían pagar hasta 10 años de cárcel.
A diferencia de antes, al inicio de las detenciones que se dieron a raíz de las manifestaciones ocurridas entre el 28 y 29 de julio en rechazo a los resultados electorales emitidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), ahora no tiene miedo de decir qué pasa, ni todas las situaciones a las que su hijo se ha expuesto.
Su mayor miedo es que su hijo, quien tiene una condición de autismo, tenga que pasar y desperdiciar muchos años de su vida detenido injustamente.
“Una persona que por seguridad preferimos no mencionar, nos dijo que nuestros hijos podrían pagar hasta 10 años. Yo no quiero eso. Por eso ya no me da miedo mencionar mi nombre. Aquí se tiene que saber la verdad”, reveló a Crónica Uno.
Los adolescentes detenidos en El Cementerio fueron trasladados del Centro de detención para adolescentes ubicado en Coche desde el pasado miércoles, 4 de agosto, “por arreglos” en el lugar. Al principio solo eran seis. Sin embargo, dos adolescentes más fueron detenidos en los primeros días de septiembre.
Torturar el pensamiento
Torturas que incluían paso de corriente a través de distintas partes de su cuerpo, asfixia con bolsas que en su contenido tenían gases lacrimógenos y golpes fueron algunos de los tratos crueles que recibieron los adolescentes durante su estadía en el Centro de detención de la Policía Nacional Bolivariana, de Boleíta.
Los golpes y torturas iban acompañados de amenazas y extorsión hacia los familiares con cifras que ascendían los $ 2000. “A mi hijo le dieron palo hasta decir no más. Él no entendía por qué tenía que admitir algo que en verdad no había hecho”, dice Theany, mientras recuerda que por no grabar un video en el que aceptaba cargos de terrorismo e incitación al odio, a su hijo lo golpearon fuertemente los policías.
Al escuchar sus cargos, Miguel le pregunta a su madre si las chucherías son un material estratégico, puesto a que en el momento de su detención, estaba sentado afuera de la casa de su abuela comiendo una chuchería llamada “parrillita”.
Jugar a sobrevivir
Durante la estadía en Boleíta, a la que también llaman Zona 7 de la antigua Policía Metropolitana, los adolescentes detenidos fueron puestos en celdas comunes con adultos.
“El inframundo”, como le llamaban por estar ubicarse en un sótano en donde no había ventilación y cuyas paredes “sudaban por la humedad”, les sirvió para aprender gracias a los presos comunes les enseñaron estrategias para defenderse en caso de ser trasladados con adolescentes detenidos por delincuencia común.
“Yo no quiero que mi hijo tenga que aprender eso. Ellos son muchachos inocentes, sin ningún tipo de prontuario”, dice una de las madres de los detenidos.
Desde el tiempo en el que han sido detenidos, muchos de los adolescentes han celebrado sus cumpleaños desde el encierro. Los familiares, quienes unidos con el propósitos de verlos libres, llevan tortas y quesillos para celebrar y mantener la esperanza viva en sus hijos y entre ellos mismos, cuyo único propósito es ver a sus parientes en libertad.
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