Protagonizada por Michael B. Jordan y dirigida por Ryan Coogler es un western con vampiros que buscar afianzar una propuesta autoral de su realizador.
Caracas. Elijah «Smoke» y Elias «Stack» Moore son gemelos. Acaban de regresar a Clarksdale, un poblado de Mississippi, Estados Unidos. Fueros combatientes en la Primera Guerra Mundial, estuvieron en Chicago y cargan un dinero robado a los gánsteres.
Ahí, en ese pueblo pretenden convertir un viejo aserradero en un local para el disfrute: música, baile, algarabía. Pero antes, se reencuentran con distintas figuras del pasado, viejos amores, camaradas y deudas pendientes.
Pero entre esos encuentros destaca el que ocurre con Sammie, un joven guitarrista que toca el blues con la entrega necesaria para alcanzar lo que parece estar por encima de lo humano.
La música en un estado inexplicable. Se une a los gemelos a pesar de las advertencias de su padre, el pastor Jedidiah, quien ve en esa música un elemento sobrenatural que invoca lo indeseado.

Pecadores es la más reciente película dirigida de Ryan Coogler, quien también escribe esta obra que llegó a la cartelera venezolana. Un cineasta con una obra popular en la audiencia: Creed y Pantera negra. Michael B. Jordan hace un doble papel al interpretar a los gemelos.
Ambientada en los años treinta del siglo pasado, esta vez toma las historias de vampiros para crear el conflicto de su largometraje. Porque sí, los gemelos deben enfrentar la amenaza de un grupo de vampiros que acechan el local donde los protagonistas desean cumplir su sueño.
En principio, hay anotaciones cabales a la tradición vampirística. Por ejemplo, los vampiros no pueden entrar al baro si no son invitados. Por lo tanto, su líder Remmick hará todo lo posible para entrar sin levantar sospecha de su propósito, tan solo mostrarse dispuesto a gastar dinero y disfrutar de la música.
Pero los gemelos y su grupo de amigos no acceden. No termina de convencerlos ese grupo de blancos con rostros de sospecha bajo una noche intensa.
Exceso sin sustancia
Pecadores es una película que en su primer acto presenta a sus personajes con la debida tensión por lo que pasará más adelante. Es un deleite visual que transmite la persecución de la que son objeto los personajes, incluso antes de la aparición de los vampiros. Toda esa presentación es justa y celebrada.

Sin embargo, a medida que transcurre la obra, la película se va sobrecargando de complicaciones y de mensajes reiterados. Es de esas películas que incluso subestiman a su audiencia, a la que cree incapaz de discernir en la contundencia de la sutileza que se trata de una crítica social al racismo y a la segregación. Lejos está la atinada sátira de Quentin Tarantino en Django desencadenado (2013).
Y más allá de eso, Pecadores presenta un guion que no se libra del entuerto en el que se mete. Una mezcla de correcta elección de la música como potenciador de una trama con entuertos personales, dudas, lujuria, amistades, misterios que desemboca en un enfrentamiento con injustificado retraso durante el metraje, salvo la necesidad de apelar al deus ex machina para resolver el conflicto.
Incluso en su desarrollo, hay en el enfrentamiento hay un amague sin razón en la lógica del argumento, tan solo dar más chance para retrasar lo que solventará todo.
Una película que funcionaba mejor con una menor duración. Tal vez un videoclip. Sus ínfulas autorales son su perdición, ese afán por desligarse de propuestas comerciales marcadas en estos tiempos que queda a medio camino en un alboroto de búsqueda de complejidad sin mayor trascendencia. Subrayar la obviedad para apelar al sol como salida.